Las artístas olvidadas que hoy rescata el National Museum of Mexican Art

Lo primero que salta a la vista de estas 27 mujeres es que todas tuvieron una conciencia social y fueron seguidoras de la Revolución Mexicana. Incluso surrealistas venidas de Europa para huir de la guerra como Leonora Carrington, Kati Horna, Remedios Varo y Alice Rahon y figurativas (y más tarde abstractas) como Cordelia Urueta admiraron la rebeldía de los que siguieron al que gritaba “Tierra y Libertad” y tuvieron  devoción por nuestro pasado prehispánico. Leonora Carrington que hoy cuenta con 90 años de edad  pintó en el Museo Nacional de Antropología un mural que se refiere a los mayas. Kati Horna se dedicó a fotografiar las  manifestaciones sociales y culturales de México y siempre se consideró parte de la gente de la calle. Subía a los camiones atestados con su cámara al hombro y se compadecía por la miseria humana. La francesa Alice Rahon se extasió con la belleza del paisaje   y el espíritu de sus indígenas y quiso vivir entre nosotros para siempre. Al igual que André Breton, México le resultó una aparición  surrealista.

De todas ellas, una de las más comprometidas políticamente puesto que se hizo miembro del Partido Comunista y fotografió  mítines, marchas, huelgas, manifestaciones callejeras y corrió riesgos  que la hicieron terminar en la cárcel (acusada del asesinato del entonces presidente Pascual Ortiz Rubio) fue la obrera textilera  italiana Tina Modotti hoy figura legendaria quién viajó a nuestro continente para huir del hambre de Udine. Habría que recordar que Italia es el país que más inmigrantes dio a Estados Unidos.

También llama la atención que muchas de ellas hayan sido maestras: Elena Huerta, Frida Kahlo, Aurora Reyes, Rosario Cabrera, Andrea Gómez, Celia Calderón, Elizabeth Catlett, Mariana Yampolsky, Sarah Jiménez, Rina Lazo,  Rosario Cabrera, Rosa Castillo, Carmen Antúnez,  Angelina Beloff, Lola Álvarez Bravo, Lola Cueto y Fanny Rabel. Se pararon en las aulas y en las plazas públicas a difundir sus conocimientos. Desprendidas, querían enseñar, guiar, entregarse y al hacerlo cumplían con los ideales de la Revolución Mexicana y de las brigadas culturales que viajaban a toda la república y las escuelas al aire libre de Alfredo Ramos Martínez que hicieron que el marido de Tina Modotti, Roubaix de L’Abrie Richey, se extasiara porque las clases, los lienzos, la pintura eran un regalo del nuevo gobierno hambriento de resarcir a los mexicanos. Lola Cueto perteneció a la primera escuela de pintura al aire libre de Ramos Martínez y el compromiso social de muchas pintoras como Aurora Reyes y Fanny Rabel, por ejemplo, las hizo formar parte de la LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios) y promover el arte para el proletariado. Aurora Reyes pintó un mural de 30 metros “Atentado en contra de los maestros rurales” en el Centro Escolar Revolución. Fanny Rabel pintó murales que muestran su preocupación social: “La alfabetización” en Coyoacán, “La unidad de las madres solteras”, “La Constitución”. En toda su obra está presente el otro. No en balde heredó Fanny la fuerza doliente, el desgarramiento del pueblo judío.      

El común denominador es la izquierda y la lucha social. No sólo la lucha, sino la participación activa, la entrega, el desprendimiento,  el olvido de si mismo, fundirse en una gran causa, la del joven país que se construye después de la Revolución, la del Renacimiento Mexicano que atrae a artistas del mundo entero y hace venir a México a arqueólogos y antropólogos, a historiadores y a creadores de arte.  México empezó a vivir su Siglo de las Luces. El vigor nacional había superado la adversidad, los mexicanos humillados y ofendidos buscaban su identidad, José Clemente Orozco, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros empezaron a cubrir los muros con la gran cantata de la victoria revolucionaria y a reivindicar a los indios y a los héroes populares. Todo lo mexicano  valía y merecía respeto. Desde luego, los  protagonistas fueron los Tres Grandes pero no habría que olvidar a Rufino Tamayo, por cierto, compañero de María Izquierdo, ni a Leopoldo Méndez el más grande grabador que ha tenido México después de José Guadalupe Posada. México hervía de talento y de creatividad. México era el carbón ardiente en los ojos de Emiliano Zapata. Diego Rivera, polo de atracción, recibió cartas de extranjeros que atraídos por el Renacimiento Mexicano querían venir a México, ser sus ayudantes, participar de esta maravillosa aventura. Así llegaron Jean Charlot y Pablo O’Higgins, Henri Cartier-Bresson, Alfred Stieglist, Edward Weston y Tina Modotti, Katherine Ann Porter, las hermanas Grace y Marion Greenwood, Hart Crane, Antonin Artaud y muchísimos más. La lista es infinita. México era la nueva central de energía, la luz, la meca de las artes, la ciudad del talento y la originalidad que sustituía a París.

Dentro de ella podría pensarse que la protagonista que más brilló fue Frida Kahlo pero no, las mujeres siempre permanecieron en segundo plano,  siempre atrás de los hombres, siempre como telón de fondo. Durante su vida adulta Frida fue ante todo la esposa de Diego Rivera, la dueña de  la Casa Azul de Coyoacán, la “coja” a pesar de los vistosos colores de sus trajes. Cuando expuso en la Galería Pierre Colle, en París también los franceses la llamaron “Madame Rivera”.          

Así como a Frida, a las otras pintoras y escultoras de gran impulso se les invalidó. También ellas fueron un poco “cojas”. Trabajaron muchas veces en un ambiente hostil, no sólo por la falta de reconocimiento sino por sus dificultades en la vida de todos los días. Diego Rivera dijo de Angelina Beloff: “De nadie he recibido más y a nadie he pagado peor que a Angelina”. Rosario Cabrera, la primera mujer en dirigir dos escuelas de pintura al aire libre, dejó de pintar en 1928, seguramente por falta de estímulos y a pesar de que Tomás Zurián la considera la primera gran pintora del Siglo XX en México, no creyó en si misma.  Salvo Lupe Marín que era una fiera y se defendió a gritos y zarpazos aunque no era pintora, las artistas hoy expuestas en Chicago supieron mejor que nadie del rechazo y la indiferencia. El ambiente en el que vivieron nunca las estimuló.  Lola Álvarez Bravo, esposa de Manuel, declaró: “Creo que Manuel pensó: “Esta nunca va a poder vivir por si misma porque yo era un burro vendado. Ahora soy un burro sin venda, al menos eso”. Isabel Villaseñor, amante del arte popular, pintora, actriz, dueña de una voz bellísima, compositora jamás pudo registrar sus canciones, los murales de Aurora Reyes yacen en el olvido y es imposible olvidar la frase terrible de Frida Kahlo que a pesar de la pintura califica su vida de horrible y se despide: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”.    

El segundo plano en el que permanecieron estas mujeres no disminuye en nada su valor. Muchos museos mexicanos, como el del Carmen y el  Nacional de Antropología, albergan las esculturas en cera de Carmen Antúnez, quien se unió al movimiento indigenista y viajó por México viviendo entre yaquis y huicholes, zapotecos y náhuas, para recoger sus danzas, sus trajes, sus miradas milenarias. La vida de Carmen Antúnez cubrió los primeros 81 años del siglo XX. Cultivó la amistad de Antonio Caso, Jaime Torres Bodet, Agustín Yañez y Adolfo Best Maugard y el poeta tabasqueño Carlos Pellicer la llamó “la intérprete del pueblo mexicano”.

La jalisciense Rosa Castillo Santiago llegó en 1944 al D.F para estudiar en “La Esmeralda”. El barro y la arcilla fueron sus materiales. Cientos de jóvenes artistas pasaron por su taller. Prefirió el  salón de clases y el diálogo  con sus alumnos. Francisco Zúñiga admiró su humildad y su silencio y la notable maestría de sus figuras.

Andrea Gómez, Sarah Jiménez, Fanny Rabel, Elizabeth Catlett, Celia Calderón, Elena Huerta, Mariana Yampolsky fueron miembros del Taller de Gráfica Popular que además de un bastión contra el fascismo se convirtió muy pronto en una escuela de arte encabezada por dos grabadores excepcionales: Leopoldo Méndez y Pablo O’Higgins.

Elizabeth Catlett, estadounidense de ascendencia negra, maestra en la Universidad de Iowa y discípula de Zadkine, impartió clases en el Instituto Hampton de Virginia. Vino a México en 1946, y al casarse con el pintor Francisco Mora, se convirtió en miembro prominente del Taller de Gráfica Popular.

Fanny Rabel es reconocida por sus extraordinarios retratos de niños. Si se hubiera dedicado a la actuación como lo deseó al principio, la pintura mexicana habría perdido a la autora de cinco excelentes murales. Delicada, compasiva, siempre destacó por la exactitud de su dibujo y la ternura de sus trazos. Fue miembro de los Fridos, es decir, de los  discípulos de Frida Kahlo: Arturo Estrada, Arturo García Bustos y Guillermo Monroy y se mantuvo al lado de Frida Kahlo cuando Frida murió en 1954 y al lado del lecho de muerte de Diego Rivera. Hizo varios apuntes de su rostro, en 1957. También hizo grabados con el Taller de Gráfica Popular.
La bella Rina Lazo es de origen guatemalteco pero los mexicanos la consideramos nuestra porque ha participado durante más de 50 años en la vida cultural  de México. Luchadora social y ayudante de Diego Rivera, casó con el pintor y muralista Arturo García Bustos. Quizá su matrimonio con un hombre que la venera la protegió  de todos los males por los que atravesaron las otras artistas. Sentirse querida y admirada la salvó del abismo.  En 1954, pintó el mural “Tierra Fértil” en el Museo de San Carlos de Guatemala. En 1966, hizo réplicas de las pinturas mayas de Bonampak para el Museo Nacional de Antropología. En 1995, produjo el mural “Venerable Abuelo Maíz” en la Sala Maya del Museo de Antropología. Generosa, es una figura  familiar y  querida en el barrio de Coyoacán donde a veces se le ve caminar al lado de su marido.      

Mariana Yampolsky, nacida en Chicago, Illinois, llegó a México en 1944 y al entrar por la puerta del Taller de Gráfica Popular, de inmediato se sintió mexicana. Sus compañeros la quisieron también de inmediato y el trabajo comunitario la hizo producir grabados de primer orden. Muy pronto, al lado del grabado, le atrajo la fotografía que estudió en San Carlos con Lola Álvarez Bravo a quién siempre consideró maestra y amiga. Es la primera mujer en pertenecer al Taller de Gráfica Popular en el que Leopoldo Méndez la tuvo en la más alta estima, tanto que la llamó para ser su segunda en la hechura del libro “Lo efímero y lo eterno del arte popular mexicano” del Fondo Editorial de la Plástica Mexicana. Mariana viajó por toda la república, conoció los pueblos más ignorados, recogió testimonios orales y fotográficos de su arte popular y de sus costumbres. Hoy por hoy es considerada una de las grandes fotógrafas mexicanas y su obra se expone en galerías de Estados Unidos y de Europa. Además de extraordinaria y recordada maestra en el colegio Garside, hizo que sus alumnos conocieran los principales museos de Europa y esto le hizo adquirir una visión totalizadora que mucho le sirvió como editora de libros educativos, curadora de grandes exposiciones de fotografía y juez de muchos certámenes. Guía ejemplar para los jóvenes fotógrafos mexicanos, su amor al campo la hizo retratar las viviendas más humildes, los muros de adobe, las tumbas modestas e ingenuas de los cementerios pueblerinos y arquitectos e ingenieros recurren a su gran libro “La casa que canta”, considerada una joya de la arquitectura popular.

Además de grabadora y miembro del Taller de Gráfica Popular, Celia Calderón destacó en la pintura y la acuarela y llegó a ser maestra en la Academia de San Carlos. El crítico Justino Fernández la tenía en alta estima. Una beca del Consejo Británico le permitió estudiar en la Slade Art School de Londres. Viajó al oriente lejano y exhibió en Beijing. En 1947 fue miembro de la Sociedad Mexicana de Grabadores. Como maestra se ganó el respeto de la comunidad artística.

Elena Huerta,  grabadora y miembro del Taller de Gráfica Popular fue una notable maestra y  dedicó tiempo y esfuerzos a la difusión del arte mexicano contemporáneo. Amiga de Electa Arenal, Isabel Villaseñor, Margarita Torres y otras mujeres de izquierda, Elena dirigió una de las primeras galerías de México, la José María Velasco creada por el Instituto Nacional de Bellas Artes.

Andrea Gómez y Sarah Jiménez son dos grabadoras extraordinarias. Andrea Gómez vivió en la colonia de paracaidistas Rubén Jaramillo, en Temixco, cerca de Cuernavaca y compartió la faena cotidiana de los colonos campesinos. Hija de un gran luchador de izquierda Rosendo Gómez Lorenzo, siempre se mantuvo al lado de las causas populares lo mismo que Sarah Jiménez. Andrea Gómez, descendiente de la primera dueña de una imprenta, la revolucionaria Juana Gutiérrez de Mendoza, transmite su fuerza y su ternura a sus propios dibujos y es fácil reconocer la potencia de sus trazos. Un grabado sensacional le ha dado la vuelta al mundo: una madre con su hijo en brazos en actitud defensiva.  

Aurora Reyes es otra de las mujeres de la izquierda mexicana de los veintes y los treintas que además de ser la primera muralista mexicana fue poeta. En ella, más que en ninguna otra se nota el ninguneo y el machismo mexicano, la mezquina actitud de los hombres hacia la mujer, ya que Aurora Reyes, nacida en Chihuahua, no recibió reconocimiento alguno y luchó sola por salir adelante. Su abuelo fue el general Bernardo Reyes quién murió durante el cuartelazo del 9 de febrero de 1913. Su tío, el célebre escritor Alfonso Reyes no le hizo el menor caso. Padeció el cuartelazo del 9 de febrero de 1913 (donde murió su abuelo) y vivió la Decena Trágica que terminó con el asesinato de Madero y para paliar los días difíciles, ella y su familia vendieron pan en el mercado de la Lagunilla. Mientras vendía se dedicó a leer. Amiga de escritores e ilustradora de sus libros: Sergio Magaña, José Muñoz Cota, Concha Michel (otra mujer sin reconocimiento), Alfonso del Río, Magdalena Mondragón y Daniel Castañeda, Aurora ayudó a fundar las primeras guarderías para hijos de maestros y, comunista, promovió el arte entre los obreros. Publicó varios poemarios entre los que destaca “Humanos paisajes”. Sus murales que le rinden tributo a las luchas obreras y campesinas se encuentran totalmente abandonados y en el olvido.
 
María Izquierdo, jalisciense, nació en San Juan de los Lagos. Estudió en San Carlos y fue discípula de Germán Gedovius y de Manuel Toussaint. Diego Rivera la impulsó a hacer su primera exposición al escogerla en San Carlos entre todos sus alumnos. Muchos la consideran la pintora más importante del arte mexicano del Siglo XX, al lado de Frida Kahlo. Vivió con Rufino Tamayo y ambos influyeron en la obra de uno y otro. Al igual que Frida Kahlo, durante mucho tiempo, María Izquierdo se vistió de tehuana. (Después se inclinó por sombreros de Henri de Chatillon y trajes sofisticados). Sus colores en la pintura son intensos, fuertes, definitivos y sus escenas de circo con caballitos, equilibristas y bailarinas tienen una gracia primitiva que atraen a espectadores y coleccionistas.
 
Kati Horna, proveniente de Budapest, Hungría, produjo algunas de las mejores fotografías de la guerra civil de España que vivió de 1937 a 1938 como reportera gráfica. Sus fotos son espléndidas y destaca entre ellas la de una madre española vestida de negro que amamanta a su hijo de pie, su seno blanco de fuera mientras truenan las bombas en el campo de batalla. A raíz de la guerra, Kati vino a México con su esposo José Horna. Fue gran amiga de Gunther Gerszo, Leonora Carrington, Matías Goeritz y se interesó por la arquitectura. Trabajadora incansable, se convirtió muy pronto en uno de los pilares de la revista “Mujeres” dirigida por otra luchadora denostada Magdalena Mondragón.  A Kati, la visité muchas veces en su mágica casa de la calle de Tabasco y conversar con ella era una dicha porque como otras surrealistas, se elevaba por los aires. Feminizó la palabra cansancio y al caer la noche exclamaba: “No puedo más con la cansancia”. Frecuentó con asiduidad la galería de arte de Antonio Souza. Caminaba todo el día por una ciudad accesible y casi provinciana, el D.F de los cuarenta, con su pelo suelto y su cámara al hombro. Se mató de trabajo. La revista S.nob de Salvador Elizondo y Juan García Ponce le permitió publicar fotos ligadas a lo insólito que le apasionaba. Vivía en carne propia la rebelión surrealista. Era un poco desesperada como lo fueron las otras surrealistas. La sobrevive una hija: Norah para quién Leonora Carrington hizo algunos juguetes fantásticos y una cuna que es una barca.  

Rosario Cabrera fue una de las mejores  maestras de la Escuela de Pintura al Aire Libre pero también tuvo entre sus maestros a artistas excepcionales como Saturnino Herrán, Leandro Izaguirre y Germán Gedovius. Muchos la consideran la primera gran pintora mexicana del siglo XX y a pesar de que destacó desde estudiante, algo terrible debió suceder que la hizo dejar de pintar. Retrató a su amiga Nahui Olin, quien le enseñó a usar los “Atl-colors” inventados por su amante, el Dr. Atl, vulcanólogo y pintor. Durante 37 años, de 1928 a 1965, cuidó a su familia. Su silencio fue roto con el óleo “Granadas”, que pintó en 1975, como el canto del cisne, diez días antes de morir. Tuve el gusto de conocerla porque era amiga de mi madre y de mi tía, las dos hermanas Amor de las que Edward Weston habla en sus Daybooks.
 
Isabel Villaseñor es la intérprete de la película “Viva México” de Sergei Eisenstein y la modelo del fotógrafo Manuel Álvarez Bravo. Su “Retrato de lo Eterno” la muestra peinando su largo cabello. Esposa de Gabriel Fernández Ledesma, fundador de la revista “Forma”, grabador, escritor y promotor de las artes, Isabel Villaseñor formó parte de la elite intelectual de México y destacó por su belleza y porque cantaba como nadie corridos de la Revolución Mexicana y antiguas romanzas con las que fascinaba a sus oyentes. Compuso sus propias canciones. Intima amiga de Lola Álvarez Bravo, Juan Soriano la recordaba como una aparición de magia y de belleza.

Lola Álvarez Bravo, amiga de Tina Modotti y maestra de Mariana Yampolsky, es posiblemente la iniciadora de la fotografía mexicana hecha por mujeres al lado de Tina Modotti. Cuando Tina tuvo que salir de México, encargó a Manuel y a Lola  que continuaran fotografiando los murales de Diego Rivera, José Clemente Orozco, Jean Charlot, Xavier Guerrero y otros en la Secretaría de Educación, durante la gestión de José Vasconcelos. Lola no sólo cumplió con la encomienda sino que se volvió una  maestra e hizo excelentes fotografías entre ellas varias de Frida Kahlo.

Conservó al separarse el apellido de su marido Manuel Álvarez Bravo. Heredó de Tina Modotti, la inteligencia y el interés por los temas sociales  y fundó una galería de arte en la que hizo una gran exposición de la obra de Frida Kahlo.  Valiente como pocas, fue amiga de los genios de la época, Diego Rivera, Orozco, Frida Kahlo y desde luego de su marido, Manuel Álvarez Bravo considerado el mejor fotógrafo mexicano de todos los tiempos.  

Además de ser la primera mujer de Diego Rivera y la madre de su único hijo varón que murió en 1917 de meningitis en París, Diego Miguel Ángel Rivera Beloff, Angelina Beloff es grabadora, pintora, ilustradora, acuarelista, restauradora y, creadora de títeres. Su amor por nuestro país es tan ilimitado como el que le tuvo a Diego Rivera. Creó hermosas ilustraciones para cuentos como “El soldadito de plomo”, “Los cisnes salvajes” de Hans ChristianAnderseny “Construir un fuego” deJack London pero su obra principal refleja a los muñecos de México y del mundo. Falleció a los 90 años, después de haber sido  maestra en la Secretaría de Educación Pública. Una curiosa fotografía muestra juntas a Angelina Beloff, Lupe Marín y Frida Kahlo, las tres esposas de Diego Rivera. Amiga de Germán y de Lola Cueto, la apoyaron hasta el último momento.

Lola Cueto, nacida Dolores Velásquez Rivas fue una mujer dinámica y singular (su padre la llamaba: “Señorita Ciclón”) y una creadora insuperable de títeres copiados de personajes populares mexicanos hechos con los más variados materiales ya que ella conocía las técnicas de la litografía,  el grabado en metal, el dibujo, la tapicería, la laca y el papel picado. Sus obras de arte llegaron a Europa y a Estados Unidos. Enamorada del arte popular mexicano, convirtió sus títeres en propagandistas de artistas anónimos. Jean Charlot la admiró y declaró que su “delicioso álbum de títeres mexicanos demuestra que su punto de vista es enteramente nuevo y contempla el impresionante panorama de la tradición  y de la historia del arte mexicano”. Tuve el privilegio de entrevistarla cuando era una apasionada de la tradicional juguetería mexicana  y del teatro guignol.
 
Asimismo pude ver en 1953 a María Izquierdo, ya hemipléjica y paralizada del brazo derecho desde 1948. Pintaba con la mano izquierda y era conmovedor ver su esfuerzo de veras formidable. Sus  bodegones y circos populares ya no fueron los mismos.
 
Olga Costa, (en realidad Olga Kostakowsky, de origen ruso) esposa del pintor y muralista José Chávez Morado fue hermana de Lya Kostakowsky de Cardoza y Aragón, crítico de arte. Olga llegó a México con sus padres cuando tenía apenas 12 años y estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas al lado de Carlos Mérida, sin embargo tuvo que interrumpir sus estudios para trabajar en una tienda. Su “Vendedora de frutas” es uno de los cuadros más amables y atractivos de la pintura mexicana. Olga, además tenía sentido del humor. Conoció a Diego Rivera, Frida Kahlo y Rufino Tamayo y con Chávez Morado luchó desde Guanajuato por la igualdad social. Ambos le donaron a Guanajuato su rica colección de arte prehispánico, colonial y popular, que puede disfrutarse ahora en la que fue su casa en la ciudad de las ranas.
 
La bailarina, nacida en Los Ángeles, Rosa Rolanda, cuyo verdadero nombre era Rosemonde Cowan, pertenecía al grupo de la gran Isadora Duncan con quien viajó por Estados Unidos y Europa. A raíz de su casamiento, en 1930, con el  caricaturista, pintor, escenógrafo y arqueólogo Miguel Covarrubias, participó intensamente en su vida cultural. Miguel coleccionaba piezas prehispánicas de un gran valor. Rosa lo apoyó en la escritura de sus libros entre los que destaca “Mexico South”, “The Ithsmus of Tehuantepec” y “The Island of Bali”. Miguel Covarrubias filmó documentales de sus viajes y Rosa aparece en ellos como una asesora de primer orden ya que entrevista a nativos, bailarines, artesanos y guardianes de la tradición. Edward Weston y Tina Modotti tomaron fotos de su  estilizada belleza y Man Ray, Nicolas Muray y Roberto Montenegro la fotografiaron en varias ocasiones.  En el retrato que le hizo Diego Rivera vestida de tehuana, le cambió el nombre a Rosa Rolanda. En su casa de Tizapan, los muros cubiertos de cuadros de Miguel, mapas luminosos,  objetos de arte prehispánico, Rosa Rolanda recibía a Nelson Rockefeller y otros magnates que habían conocido a Miguel en el New Yorker. Amiga de Diego Rivera y de Dolores del Río, sus fiestas fueron tan concurridas como las de Olga y Rufino Tamayo en Coyoacán.

Cordelia Urueta, hija de Jesús Urueta, orador y escritor, sobrina de Justo Sierra fundador de la UNAM, hermana del cineasta Chano Urueta y de la autora teatral y escritora Margarita Urueta,  fue una figura singular dentro de su familia de intelectuales y más tarde dentro de la pintura mexicana. Gerardo Murillo, el Dr. Atl le dijo que tenía talento y la instó a exponer por primera vez en el Salón de la Plástica Mexicana de la que habría de ser cofundadora. Como tuvo problemas de la vista viajó a Nueva York y José Juan Tablada la introdujo a Alma Reed, la fundadora de la galería Delphic Studios. Después de ser figurativa y de seguir la escuela de Gustavo Montoya, su marido, se volvió abstracta al interesarse en Braque y en Picasso y le enorgullecía que los críticos dijeran que pintaba como hombre. Alguna vez declaró: “El arte exige fidelidad, yo le soy fiel”.  Gran colorista  supo descubrir la belleza del hierro oxidado y los tubos de chatarra abandonados después de la construcción. En México y en Europa conoció al final de su vida el éxito tanto de crítica como de ventas.  
 
Leonora Carrington, inglesa, es casi la última exponente del surrealismo y honró a México al escogerlo para vivir. La única pintora que vive además de Elizabeth Catlett, Fanny Rabel, Rina Lazo, Sarah Jiménez y Andrea Gómez, Leonora, considerada uno de los íconos del arte contemporáneo, cumplió 90 años el 6 de abril de 2007. Escritora de más de diez libros estudiados y analizados sobre todo en Francia, sus pinturas y esculturas se encuentran en los museos del mundo. Después de Frida Kahlo, es la artista más celebrada. Rebelde y anti convencional, Leonora recibió la influencia de las leyendas celtas de la “nursery” en que transcurrió su infancia entre la severidad de su padre inglés y su madre irlandesa. Porque era diferente a todas, Max Ernst (que también era diferente a todos) se enamoró de ella.  Después de hacer vida en común y ser muy felices, cuando los nazis invadieron Francia, persiguieron  a Max Ernst  por judío. Leonora Carrington sufrió ese acto de barbarie cuando era muy joven y el encarcelamiento de su amante en un campo de concentración la hizo sufrir una crisis nerviosa. Al ver su deteriorado estado de salud, unos amigos la ayudaron a escapar a España y huyendo siempre se casó en Portugal con el poeta mexicano Renato Leduc, cónsul de México en Francia, quien la trajo a nuestro país en los años cuarenta. En México, se casó con el fotógrafo húngaro Chiqui Emerico (Imre) Weisz con quien tuvo dos hijos, pintó una obra que hoy se cotiza en miles de dólares. Sus obras reflejan los fantasmas y las visiones de su niñez. Lúdica y llena de sentido del humor, participó en el grupo “Poesía en Voz Alta” con Octavio Paz y filmó como actriz una película, además de los documentales que han filmado sobre su obra. Gran amiga de Kati Horna y de Remedios Varo declaró en alguna ocasión que Varo era su alma gemela. Los dos soles de su vida son sus hijos Pablo y Gabriel.

Remedios Varo, española, republicana, ingresó a los quince años a la Academia de San Fernando en Madrid. Dibujante publicitaria, Esteban Francés la introdujo al círculo surrealista de André Breton. Durante la guerra civil de España se enamoró de Benjamín Péret, partieron a París y a raíz de la invasión nazi viajó a México donde Benjamín Péret dirigió el notable periódico “La France Libre”. Cuando Benjamín Péret decidió regresar a París en 1947, Remedios Varo optó por América Latina. En 1952 se unió a Walter Gruen quién le protegió y la alentó hasta el momento de su muerte. Walter Gruen la convenció de dejar la ilustración científica y etnomológica para dedicarse a la pintura y su primera exposición sedujo por vasta, mágica y mística. Nada le interesó tanto como los estados del alma y pintó “L’Agent double” (El agente doble) que es el punto de partida de su estilo fantasioso. De ese día en adelante, Remedios Varo se convirtió en un fenómeno ya que los espectadores fascinados por lo que ella les contaba buscaban evadirse a través de elementos que tienen mucho que ver con la hechicería. Consideraban a Remedios su bruja y su guía e hicieron suyos sus símbolos.

Al igual que Frida Kahlo, Alice Rahon sufrió un grave accidente durante su juventud que la mantuvo enyesada tres años y su padre, un pintor académico, le enseñó a pintar. Años más tarde, también, habría de sufrir tuberculosis.    Nacida en Francia, vino a México de Canadá y de Estados Unidos casada con el extraordinario pintor Wolfgang Paalen quien compartía el amor a la pintura y a lo esotérico.  Con Paalen, había viajado en 1936 a la India y ése viaje influyó en su obra. También conoció Alaska. Paalen y ella se extasiaron ante lo mismo que Antonin Artaud y André Breton: el surrealismo natural de México en sus fuerzas ocultas, sus tradiciones populares, su magia, su devoción por la muerte y las prácticas religiosas de sus indígenas que mezclan lo precortesiano con la Colonia. Alice era una poeta alta y dulce de notable belleza que vestía pareos al estilo de Tahití, al menos así la conocí y entrevisté. En algunas ocasiones parecía oriental seguramente por la gran influencia que la India ejerció en ella.  Seducía al hablar y su voz parecía un camino en el bosque. Su pintura era inclasificable. Se parecía a ella quien se consideraba a si misma surrealista. Fue muy bien recibida por Frida Kahlo, Diego Rivera y Rufino Tamayo. Su cercanía con la obra de los huicholes la hizo aun más mágica e inquietante. Trabajó sobre tela y madera, combinó el óleo con arena e hizo una serie llamada “Cristales del espacio”. También dibujó a tinta y admiró a Klee y a Miró. Sus obras pueden remitirnos a los textiles y tallas de los indios norteamericanos o a Paul Klee. Cuando Paalen se separó de ella para casarse con Isabel Marín, hermana de Lupe Marín, la célebre esposa de Diego Rivera, empezó a conocer la soledad y, aunque se casó con un cineasta Ted Ftizgerald, diez años más tarde vivió aislada en compañía de una infinidad de gatos que mermaron su presupuesto y la hicieron morir en la pobreza en 1987.   

De todas las pintoras de quienes hoy hablamos, ninguna con una vida de tanto sufrimiento físico como Frida Kahlo, quien tuvo que ser operada 32 veces a lo largo de toda una vida de hospitales y quirófanos. Hija del fotógrafo alemán Guillermo Kahlo y de la mexicana Matilde Calderón, muy pronto inició su activismo político al ingresar a la Escuela Nacional Preparatoria. Muchacha inteligente y traviesa, fue miembro destacadísimo del grupo de “Los Cachuchas” y puso en jaque al director de la preparatoria Vicente Lombardo Toledano. Si el activismo político se le dio a Frida en la  adolescencia, la pintura brotó después del terrible accidente de autobús que la mantuvo clavada en la cama, sola y adolorida durante meses. Frida es la pintora del sufrimiento. Ninguna de las mujeres que celebramos retrató el dolor físico o los tormentos del alma como ella y ningún hombre tampoco salvo quizá Franz Kafka en la literatura porque si Kafka es un escarabajo, Frida es un venado atravesado por un millón de flechas. A pesar de su columna rota, sus corsets, su dolor físico y mental en el que caben las infidelidades de Diego Rivera,  Frida Kahlo fue lo suficientemente generosa para regalarnos  naturalezas y bodegones  festivos, de colores traviesos y luminosos en los que afirma “Viva la vida”. Si conoce lo más negro de la angustia, disfruta mejor que nadie de la vida. Frida Kahlo pudo habérsela quitado en cualquiera de sus momentos de desesperación, pero el árbol de la esperanza la mantuvo firme y llegó a decir: “Pies para qué los quiero si tengo alas para volar”. La vida salía de su pierna  poliomelítica y luego gangrenada, de su corazón roto, de la inmensa herida de su maternidad no consumada, de la parálisis progresiva, de la morfina que tenían que aplicarle para paliar sus dolores.  El cuadro en el que refleja su aborto en el Henry Ford Hospital de Detroit estruja el corazón. Murió en 1954. Aún muerta, su vida espléndida y su formidable esfuerzo estallan en la tierra y en el cielo y se ha vuelto con los años mucho más reconocida que su monumental esposo, Diego Rivera.

Las mujeres de México tenemos mucho que agradecerle al National Museum of Mexican Art de Chicago que le rinde tributo a nuestras bien amadas y harto desconocidas antecesoras. Muchas de ellas nunca recibieron el tributo que se merecían y muchas más fueron rechazadas o tildadas de locas. Es muy fácil acabar con una mujer. Si a los pintores e incluso a los Tres Grandes les costó trabajo hacer su obra, para ellas fue infinitamente más arduo y mujeres como Aurora Reyes, murieron en el olvido y el abandono. Sarah Jiménez declaró en alguna ocasión: “No hay quien me tire un lazo”. Recordarlas ahora nos conmueve y que lo haga el National Museum of Mexican Art es una lección para México que nunca ha montado semejante exposición. El esfuerzo del museo y de su curadora Dolores Mercado es doblemente valioso porque en México, las mujeres no han recibido el homenaje que ahora les brinda un gran museo estadounidense. Así como las soldaderas fueron olvidadas y hasta vilipendiadas, las mujeres artistas, incluso Frida Kahlo, han sido pasadas por alto. Leonora Carrington tiene más reconocimiento internacional que mexicano pero no le importa porque el anonimato protege su privacidad. Alice Rahon murió en la pobreza y en el abandono.  Las demás murieron en el ostracismo como Tina Modotti. Por lo menos sabemos la fecha de su muerte a diferencia de la bailarina y única autora de la Revolución Mexicana Nellie Campobello. Ser de izquierda se paga muy caro y estas pintoras pagaron con su vida el alto precio de su talento y su singularidad.  

                     FIN