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Silvia Andrade

Martes, 17 Diciembre 2013 11:31 Escrito por David Mandujano

 
Por principio sabemos que la fotografía resulta una contradicción: el fluir continuo del tiempo es movimiento constante, la foto es una especie de tiempo estático.
 
En las imágenes contemplamos la fugacidad del tiempo, el ojo móvil proyectado en un lente fotográfico, puesto sobre la tierra y los objetos hechos por Dios o por el hombre. Toda fotografía es un acto de fe, es la propia percepción subjetiva que lucha por su derecho a existir y ser interpretada como algo legítimo. La particularidad de la mirada del artista tras la cámara es a fin de cuentas la afirmación de su individualidad, más que la ilustración obstinada de un discurso.
 
(La fascinación del fotógrafo no debe ser estrictamente la de un voyeur, oculto tras una barricada de morbo, sino más bien la de un flaneur, que asume un compromiso, muchas veces doloroso, ante la experiencia del horror y la belleza).
 
Escribió Juan García Ponce: "Una imagen: un tiempo que fue, que no le pertenece a nadie y sin embargo, ha encontrado su lugar, tiene un espacio, y está en esa imagen, vivo e inmóvil."
 
Las palabras de García Ponce, con toda su carga poética y pese a ella, sugieren una pérdida. La imagen pertenece irremediablemente al pasado, aparece como algo exclusivo del terreno del recuerdo. El viso de nostalgia del momento mágico congelado prevalece sobre lo que puede ofrecer la imagen, infinitamente, a cada mirada. La imagen debe ser capaz por sí misma de causar en el observador la evocación de algo posible, una historia o, por lo menos, un fragmento de historia. Este elemento narrativo y el dinamismo sugieren un evento literario, difuso e indeterminado, sin límites, sin principios ni finales. Como en una novela o un relato, la serie de imágenes afirman (dentro de su propio espacio) la existencia de un universo, o la creación de uno -estrategia o método ilusorio que ha obsesionado a Silvana desde sus comienzos como artista-, sólo que esta vez no se trata de la presentación de un mundo descifrable, ni de un reflejo microscópico del universo real, sino una suerte de hoja en blanco que el espectador, con la entera libertad de la imaginación, puede llenar.
 
Trasladarse a otra parte, la ilusión del viaje; a fin de cuentas uno de los objetivos naturales de la ficción.
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