Espiral

 

 

 

 

 

 

¿Será que la realidad, es, en esencia, obsesiva?
Witold Gombrowicz

Cuando comienzo a escribir sobre Magali Lara, inevitablemente pienso en la escritura, en la innumerable literatura que ha permeado su obra durante años, en la semiótica y en los signos, en fin, en las letras.

Entonces es inevitable voltear a ver los estantes y los libros. ¿Cuál será un buen relato, cuento o novela que me pueda dar la pauta? Y de pronto, ahí está: Virginia Woolf y su Caminata por las calles: una aventura londinense; un cuento breve en donde la autora divaga por las calles para buscar una mina de lápiz—con el pretexto de escaparse—y volver a casa para reencontrarse con la cotidianeidad. El relato me sorprende, pues imagino que Magali escapa de su casa (A Argentina, Londres o París) con la excusa de buscar una mina de lápiz. Con ella, marca, apunta, y hace incisiones en sus múltiples cuadernos a su regreso a casa, donde todo está situado nuevamente como los objetos de Woolf: “la puerta habitual, aquí la silla…y el cuenco de porcelana y el redondel marrón de la alfombra”.

La autora inglesa confiesa que “escaparse es el mayor de los placeres; […] No obstante, cuando alcanzamos de nuevo el umbral de nuestra casa, es reconfortante tocar las viejas posesiones, los viejos prejuicios, que nos rodean; y el yo, que se ha esparcido por todos los rincones […].

Magali Lara también escapa constantemente de su casa en Cuernavaca, pero siempre vuelve. Cuando atraviesa el umbral se apropia de cada milímetro, se asume poseedora de un espacio casi mítico, (no aquel lugar Bajo el Volcán esquizofrénico de Lowry) sino un espacio doméstico en el que ella construye su propio imaginario. Una especie de oasis de la realidad obsesiva: donde ella revive los monstruos y ordena el cosmos. Aquí, en su casa, es donde lee los múltiples libros traídos del viaje, riega las plantas exóticas de su jardín y abraza la nostalgia cuando encuentra el “yo, esparcido por todos los rincones”.

En sus inicios, la obra de Magali Lara estaba inundada por figuras autobiográficas que aparecían de una manera retórica, siempre a través de la metáfora, como la cucaracha de Kafka o la figura del padre en Louise Bourgeois. Los libros y la vida familiar tenían forma de cicatriz, los objetos de casa siempre seductivos, la vida cotidiana envuelta en bulbos, ramas y flores eróticas. No había otra manera de comenzar una espiral que poco a poco dejaba el feminismo literario para formular un lenguaje aún cercano a la modernidad romántica: la pintura como catarsis.


A, 2005 | Grabado en metal | 28 x 20 cm | Alzheimer

Aunque Lara entendió que detrás de todas estas figuras retóricas está la unión de la semiótica y la poética, algo casi impensable para la generación de artistas que en su mayoría dejaban morir a la vanguardia. Por ello, sus primeras obras como Sielo (1978)—que tiene un evidente error ortográfico—pueden ser fácilmente relacionadas a la “escritura impura”; a lo simbólico, al significado y significante, o a cualquiera de los post-estructuralistas que fueron marcando la pauta de sus Ut pictura poesis. Escribir y trazar se convirtió en una manera de entender la huella y la memoria.


Sielo, 1978 | Tinta china y pastel al óleo sobre papel | 32.5 x 25.5 cm

 

 


Fuga, 1998 | Serigrafía | 29.1 x 22.3 x .6 cm (Kafka y la Cama)

Hazlo, 1999 | Plato | 30 cm diámetro



Hablar de la memoria en la obra de Lara es adentrarse en el problema del olvido. Harald Weinrich nos recuerda a partir de un poema de Matthias Claudius: “el olvido aparece como laguna en el texto que hay que llenar con esfuerzo de escritura y pensamiento, pero que quizá también es lo que hace enigmático e interesante el texto con lagunas” 1. Quizá por ello Lara se olvidó pronto del texto para dejarlo como laguna, como aquel lugar que no hacía falta representar. Sus textos se volvieron trazos repetidos en donde constantemente aparece la figura de la espiral.

 

 

 

1. Weinrich ,Harald, Leteo, Arte y crítica del olvido, Biblioteca de Ensayo, Siruela, Madrid 1999. P. 22-23

Ojos Negros, 2006 | Tapiz | 167 x 219 cm



 

 

 

Las espirales no sólo empezaron a marcar territorio, sino que se volvieron la imagen de la obsesión por recordar. Como si cada espiral hiciera más redundante que la memoria y el olvido no tienen ni principio ni final. En la constante reiteración por la espiral, el acto de dibujar se convirtió tanto en un estado mental como en una herramienta terapéutica. El espiral borra pero también deja lugar para que aparezcan los fantasmas. Avery Gordon describe que “…en el mundo y entre nosotros como analistas y los mundos que encontramos para traducir en palabras del mundo de decisiones hay apariciones, fantasmas y vacíos, ausencias y presencias mudas”. En este cosmos (casa, cuerpo, espacio y lenguaje) es donde Magali Lara descubre su obra: Una constante espiral que se asocia tanto al ciclo vital como a la relación entre el interior y el exterior de la conciencia.

 

 

 


Registro 6, 5, 4, Alzheimer, 2007 | Grabado en metal | 22.1 x 16.4 c/u

 

 

 


Registro 3, Alzheimer, 2007 | Grabado en metal | 22.1 x 16.4 cm

Uno: apenas ayer, 2012 | Acuarela | 20.8 x 29.5 cm

El fin del mundo 10,11, 2012 | Acuarela | 21. x 29.7 cm c/u

Por ello, muchas veces sus dibujos y pinturas me recuerdan a los “Tests de Rorscharch”, en los cuales las manchas se tornan parte animal, parte falo, parte grafía y en donde siempre es difícil atribuirles una imagen definitiva. Pero en este esfuerzo inútil de encontrar la figuración psicológica dentro de cada uno de sus elementos, es que Lara nos hace entender que su lugar no es el de la representación formal. Tampoco es el de una abstracción sistemática. El lugar de su pintura es un diario de confesiones con sus respectivos fantasmas, lagunas y huellas de olvido.

 

 

 


¿Me quieres?, 2010 | Lápiz y gouache sobre papel | 50 x 70 cm

 

 

 


Maneras de Reproducción, 2010 | Gouache sobre papel | 50 x 70 cm

El cuerpo es una cita 2 | Lápiz y pastel al óleo sobre papel | 70.5 x 100 cm

Solamente yo, 2010 | Lápiz y pastel al óleo sobre papel | 70.5 x 100 cm

Padre 1, 2011 | De la serie Aquí yo | Tinta sobre papel | 29.6 x 20.8 cm




Madre 6, 2011 | De la serie Aquí yo | Tinta sobre papel | 29.6 x 20.8 cm

 

 

 

 

 

En su serie Las astillas de un suceso remoto (2006) los trazos de Lara parecieran intentos por dejar vacíos y desdibujar aquella energía que están presentes en las primeras espirales. Como si la mano hubiera perdido fuerza en el intento por seguir recordando. Cada línea temblorosa nuevamente parece condenada a la realidad obsesiva, a un registro mnemotécnico de todos los elementos que aparecen como fantasmas: el falo, el espiral, el lenguaje.

 

 

 

 

Muchos años después, con su obra Problemas del lenguaje (2012) Lara no sólo desaparece el texto, sino las espirales que deforma en nudos; como si los signos hubieran recobrado su corporeidad. Cada una de estas ataduras aparecen proyectadas con su propia sombra, un doble repetido que se desfigura por el olvido y que cuestiona nuevamente si el significado y el significante o el yo y el otro siguen siendo un solo cuerpo. O quizá si aquel cuerpo es la sombra relatada por Plinio en donde una muchacha enamorada dibuja la sombra de su amante con el afán de recordar.


Astillas de un suceso remoto, 2006 | Lápiz sobre papel | 15 x 21 cm

Astillas de un suceso remoto, 2006 | Lápiz sobre papel | 15 x 21 cm

Problemas de lenguaje 3, 2012 | Acuarela | 29.6 x 20.8 cm

 

 

 

 

Magali Lara dibuja y desdibuja la historia. Su osadía consistió en volver el lenguaje accidentes controlados que evocaban tanto la mística de Cy Twombly como a la espiral que tanto obsesionó a Robert Smithson. En su obra desaparecieron las frases que rondaban su cabeza para aparecer sólo como signos, marcas que ya no hacían referencia a la herida, sino al lugar del cuerpo en el espacio.

 

 

 

 

Con el tiempo, Lara fue disimulando la retórica y la figura para confrontarnos con nuestro propio estado psicológico. Sabemos que ahí está la figura del padre y de la madre; la memoria que se esconde en forma de espiral detrás de paisajes corporales. Y finalmente, las letras, aquellas que han perdido su literalidad para convertirse en signos y abreviaturas autobiográficas. Georges Perec asegura que “así comienza el espacio, solamente con palabras, con signos trazados sobre la página blanca”.

Andrea Torreblanca


La piel después de los cuarenta C, 2003 | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm

La piel después de los cuarenta C, 2003 | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm

 

 

 


Eso que comienza, 2004 | Óleo sobre tela | 120 x 150 cm | La piel después de los cuarenta

 

 

 


Adiós, 2004 | Óleo sobre tela | 120 x 150 cm | La piel después de los cuarenta

 

 

 


Tigre 1, 2005 | Óleo sobre tela | 100 x 120 cm

 

 

 


Tigre 3, 200 | Óleo sobre tela | 100 x 120 cm