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Miércoles, 18 Diciembre 2013 19:31 Escrito por Jessica Berlanga Taylor

Nuevos artistas desde América Latina, Revista Código.

María Ezcurra (1973) llegó a México a los cinco años, procedente de su país natal, Argentina. En un campo de apariciones, el conformado por artistas y obras, sus proyectos ocupan un lugar cada vez más sólido. Segura de sí misma, de lo que tiene que decirle al mundo y de lo que espera a cambio, María Ezcurra juega a la antropóloga, caminante incansable, (re)diseñadora de ropa, entre otros roles que le permiten una libertad de movimiento y hacer muy particular, con referencias a artistas como Ernesto Neto, Louise Bourgeois, Sophie Calle y Christian Boltanski, entre otros.
 
Artista cuya obra señala las vulnerables uniones y desuniones entre lo público y lo privado, elige el cuerpo y la ropa para hablar de temas como la condición de la mujer contemporánea, nuestra identidad y sus diversas capas y primeras impresiones, el hogar, el vacío y el tiempo, las historias y memorias contenidas en un suéter o un vestido y todo lo que sucede entre la piel y la tela, las huellas de la experiencia corporal, incluso la violencia. Al transformar objetos cotidianos en esculturas, intervenciones e instalaciones y llevar a cabo acciones en espacios públicos, Ezcurra dialoga con el cuerpo como contenedor de identidades mutables; sabe que la identidad no es fija y que los intercambios de energías con otras identidades le permiten una metamorfosis, un proceso de singularización que cuestiona las subjetividades dominantes producidas por un mercado que establece lo homogéneo y la serialidad como status quo. Los trabajos de María Ezcurra reorganizan y desestabilizan nuestras nociones de clase, género, raza, sexualidad e identidad, muchas veces definidas por las ropas que vestimos.
 
Obras como Invisible (2005) y Ni una más (2003) recuerdan lenguajes estéticos de Louise Bourgeois: la operación postminimalista de colgar objetos, el tránsito de lo translúcido a lo opaco, la referencia al cuerpo ausente, el contraste entre materiales frágiles y sólidos, la evocación del tacto. María Ezcurra apunta hacia lo político a través de las problemáticas de género al referirse, en las obras mencionadas, a grupos de mujeres cuya invisibilización las vulnera, cuerpos vueltos objeto, transparencias fácilmente penetrables por actitudes colectivas y políticas públicas cuyas heridas sociales son definitivas. Ni una más es la clara referencia a la indiferencia tanto institucional como social que se vive en nuestro país hacia las mujeres asesinadas no solamente en Ciudad Juárez, también en el Estado de México y en otras zonas del país, recordándonos que no hay tal cosa como cuerpos ausentes, sino que su condición de pasado sirve para enfatizar su presencia. ¿El futuro de un pasado? Asimismo, en estas y otras obras, María Ezcurra expone al público lo más íntimo, presenta trabajos que nos confrontan con nuestra sexualidad, nuestros sueños.
 
Es durante sus paseos por las calles que María encuentra objetos y temas valiosos para su quehacer, a los cuales inyecta con humor e ironía. 67guantes en la Tate Gallery (1999) fue una astuta manera de exponer en uno de los espacios más importantes para el arte. Durante su estancia en Londres, recogió guantes perdidos y, cuando llegó a 67, los colocó en las rejas de dicho recinto, cada uno etiquetado con el lugar, la fecha y la hora en fue recogido. En De regreso (2000), creó esculturas con playeras y suéteres que encontró en las calles de San Francisco y los devolvió al lugar donde fueron encontrados.
 
Negra y Divergencias roja (2008) son esculturas que dramatizan el espacio a su alrededor: la primera enfatiza el uso de la esquina; la segunda, su crecimiento orgánico, la flexibilidad de la tela que crea vacíos gracias al uso de aros de madera, cuerpos extraños adheridos al espacio, cuyas variables y el énfasis en una geometría que nos devuelve a preceptos estéticos más clásicos reconfiguran nuestra noción de vacíos y contenidos. Así, trabajos como Playera de rayas verdes y Leotardo gris, ambas de la serie Cuerpo de trabajo (2000), representan el juego inevitable que Ezcurra lleva a cabo al descoser la ropa, extenderla sobre superficies planas, un gesto económico que llega lejos, pues reorganiza los códigos que dictan los patrones para diseñar ropa. Nuestra percepción de una playera o un leotardo cambia al verlos así, son otras pieles cuyas geometrías, simetrías, texturas y relación con su entorno recuerdan, en ocasiones, preceptos de la pintura y, en otras, de la escultura.
 
María Ezcurra viste, desviste y reviste para revelar no solamente la vulnerabilidad del cuerpo, también sus fuerzas, su flexibilidad como soporte de deseos y configuración de subjetividades. Nos recuerda que como cuerpo colectivo tenemos mucho que decir acerca de cómo operamos socialmente en lo público y en lo íntimo, y que lo podemos decir con un sentido del humor que se acerca a los problemas que más nos conciernen: nuestra identidad contenida siempre por esos flujos de deseos que trazan una cartografía de la cual todos participamos, pues tenemos mucho más en común de lo que quisiéramos admitir.
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