Leonora Carrington: mujer conciencia

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Mujer Conciencia, 1972. © Estate of Leonora Carrington / ARS
 
 
En 1972 Leonora Carrington realizó la obra Mujeres conciencia. Dos figuras femeninas, una blanca y una negra protagonizan la imagen. Parecen estar intercambiando dos frutas de colores opuestos, probablemente manzanas. Al centro de la imagen se erige una serpiente cuyo punto de origen es una cruz simétrica, la parte inferior de la cruz contiene las raíces de una estructura vegetal que sostiene el circulo principal abarcando la zona en donde se encuentran las cabezas de las dos mujeres y de la serpiente.

Los símbolos de este cuadro están íntimamente ligados a aquellos del mito judeo-cristiano de la expulsión del paraíso, pero en este cuadro no hay Adán, sino dos mujeres intercambiando los frutos del árbol del conocimiento: 
mujeres conciencia.

En varias entrevistas y testimonios Leonora Carrington declaró estar consciente de los obstáculos y las dificultades que se presentan a la mujer artista. La conciencia aguda de la diferencia es sin duda tela de fondo de su biografía y de sus obras. Si Leonora Carrington no se asoció de manera definitiva a un movimiento feminista, no por ello dejó de cuestionar constantemente el “¿Por qué éramos consideradas como seres inferiores?” .1

La consciencia feminista de Leonora Carrington nace temprano al constatar la diferencia en la educación que reciben sus hermanos varones y la de ella, la única mujer de cuatro hermanos. La consciencia temprana de la desigualdad entre hombres y mujeres alimenta su rebeldía e anticonformismo intransigentes. Sus hermanos tenían derecho a jugar a ciertos juegos que ella no. El abismo entre la condición de hombres y mujeres de la alta sociedad inglesa de principios de siglo XX era difícilmente franqueable. Leonora debía recibir una educación para convertirse en “mujer” y presentarse en la corte. Si la educación de las mujeres consistía en aprender a leer y a escribir, aprender francés y algunas nociones básicas de matemáticas; el acceso a las ciencias y al arte estaba estrictamente limitado a los hombres.

De una mente superdotada, la niña Leonora posee los rasgos de una inteligencia superior: dibuja, inventa historias, es ambidiestra, escribe al revés como Leonardo Da Vinci, de manera a que los signos se leen reflejados en un espejo. Su mente va más allá de las buenas fórmulas que tiene que aprender en las escuelas religiosas, más allá de los modales y de las convenciones de la alta sociedad. Una gran mente inadaptada a las reglas desde pequeña, expulsada de diferentes instituciones católicas. La educación de las mujeres por las mujeres también debió formar su consciencia femenina: las leyendas irlandesas de la Diosa Blanca de los Tuathá de Dana que su madre y su nana le contaban, la obligada institutora francesa, como lo mandaba su clase social en la época. ¿Era la educación “cosa de mujeres”, provocando así la ausencia natural del padre?

En su texto Jezzamathatics, Leonora habla de su propio nacimiento de manera inverosímil: sus padres brillaron por su ausencia, el único presente en ese momento crucial de la vida, es su perro, un fox-terrier llamado Boozy. Parodia de su biografía de artista, Jezzamathatics insinúa la ausencia y la liberación tanto del padre como de la madre.

La joven Leonora sale del contexto familiar, desafía los límites del género, encuentra una escapatoria en el arte y la ficción. Sus lecturas le ayudan a huir de la realidad de la alta sociedad. La joven de su cuento la Debutante se queda leyendo Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, mientras que su amiga la hiena se disfraza de ella y toma su lugar en la fiesta. Como la quinceañera que se da cuenta de que no quiere ser parte de una farsa y que prefiere leer un libro en su cuarto – en entrevistas; Leonora declaró que en realidad leía a Aldous Huxley2. Los personajes de la Debutante, la Dama Oval y Penélope hablan de la resistencia a la edad adulta, a la condición de mujer, a las uniones forzadas, a la absurda reducción de la vida a objeto de cambio.

Leonora convenció a su padre y pudo inscribirse a la academia de pintura del renombrado maestro Amedée Ozenfant en Londres, muy a pesar de que Mr. Carrington le expresara que el arte era una práctica de “homosexuales y drogadictos”3. La primera exposición internacional del surrealismo tuvo lugar en Londres en 1936 y por ese entonces Leonora pudo sentir la resonancia de las obras de este movimiento con sus ideas y fantasías. Y tuvo la oportunidad de experimentar ese periodo de la historia del arte desde dentro, por medio de su relación con el pintor Max Ernst y sus amistades con artistas como Leonor Fini, Man Ray, Lee Miller y André Breton. Pero muchos surrealistas, por muy modernos que fuesen en su tiempo, portaban aun las reminiscencias de una mentalidad patriarcal. ¿Cuántas mujeres con talento fueron eclipsadas por las grandes figuras de la modernidad? La mismísima Remedios Varo quien compartía en ese entonces sus días con el poeta Benjamin Péret se sentía intimidada por personalidades como André Breton o Paul Eluard.

La joven Leonora que se escapa con un hombre más grande que ella, sufrió sin duda de los desplantes de la personalidad del pintor alemán, hay quien incluso afirma que cuando Ernst se quedaba sin lienzos vírgenes, pintaba sobre los cuadros de Leonora, burlándose de su memoria. Pero más allá de las anécdotas, los surrealistas la guardaron en su recuerdo. Permanece grabada en la historia, junto con Gisèle Prassinos, una joven poeta de 14 años, como una de las dos únicas mujeres que aparecen en la Antología del Humor Negro de Breton. Dos jóvenes poetas, casi niñas. Y es que a los surrealistas les nació la idealización de la femme enfant, de la mujer niña – exacerbada hoy en día por la industria cinematográfica y de la moda – , ese arquetipo de la musa que incita a la inspiración poética con sensualidad e inocencia. La libertad y la desenvoltura de la joven de apenas veinte años quedaron sin duda asociadas a su imagen. Pero un poco más tarde, desde su exilio en México, cuando Leonora Carrington autoriza a un editor surrealista la publicación de sus Memorias de Abajo, advierte en una carta que ya no es la misma persona “que pasó por Paris”:

Ya no soy la Hermosa joven que pasó por Paris, enamorada –
Soy una dama vieja que ha vivido mucho y he cambiado – si mi vida vale algo, soy el resultado del tiempo – Así que no reproduciré jamás la imagen de antes – Jamás estaré petrificada en una “juventud” que ya no existe. Acepto La Honorable Decrepitud actual – aquello que tengo que decir ahora esta revelado lo más posible – ver a través del monstruo – ¿Comprende esto? ¿No? Ni modo. En todo caso haga lo que guste con este fantasma –
con la condición
de que publique

esta carta como prefacio –
[…]
P.D. Si los jóvenes me dicen que tengo la Mente joven me ofendo –
Tengo la MENTE VIEJA […] 4

La joven de 22 años que vive la declaración de la segunda guerra mundial y que huye de la Europa en guerra envejece pronto. Se vuelve madre. Entre los cuarentas y cincuentas escribe una oda a su amistad con Remedios Varo. En su novela La trompeta acústica, imagina a sus alter egos escapando de un asilo de ancianos; dos amigas de noventa y tantos años que no confían en nadie que tenga entre los siete y los setenta años de edad, a menos que sean gatos.

Principalmente fueron tres los arquetipos de la mujer por los que se interesaron los surrealistas: la femme enfant, la femme fatale y la femme sorcière [la hechicera]: la mujer que no quiere crecer, la mujer que seduce y la mujer que da miedo. Sin embargo, roles y arquetipos, figuras incompletas de la feminidad, se quedan cortos en el espacio de una vida y quizás el privilegio de Leonora Carrington es de haberlos atravesado con curiosidad, belleza y conciencia.

La historia del arte es testigo de la marginalidad de las mujeres, pero el carácter fuerte de Leonora Carrington va más allá del feminismo que reconoce que los hombres no son superiores a las mujeres. Leonora Carrington trascendió no solamente géneros, sino también especies:

Si los dioses existen, no creo que tengan forma humana: prefiero visualizar deidades con la apariencia de cebras, gatos o aves. El amor guía todas estas especies: solo el hombre hace del Mal una deidad con sus guerras, su puritanismo, sus opresiones contra su misma especie y la naturaleza que lo rodea. El hombre se cree el rey de la tierra porque ha tenido el poder de destruir plantas, animales y a sí mismo.5

Sin duda, Leonora Carrington reconoció el valor de la vida y de las emociones de cualquier ser vivo, el valor de la consciencia del paraíso en la tierra, de lo que Dante parafraseó como aquello que mueve al sol y a las demás estrellas6:

Creo que en la vida de los seres existe el amor y pueden existir diversos tipos de amor, hasta que se llega a una edad indefinida […] pero en el amor-pasión es el ser amado, el otro, el que da la llave.7



1. Entrevista a Leonora Carrington de Germaine Rouvre, publicada en La femme surréaliste, n. 14-15 de la revista Obliques, Nyons, 1977, p. 91.
2. Leonora declaró haber leído el libro Eyless in Gaza de Aldous Huxley, ver el Catalogo Leonora Carrington--the Mexican years, 1943-1985., San Francisco; Albuquerque, N.M., Mexican Museum ; Distributed by the University of New Mexico Press, 1991, p. 34.
3. Introducción de Marina Warner a Leonora Carrington, Down below, New York Review Books, New York, 2017, p. xvii
4. Carta de Leonora Carrington a Henri Parisot [traducción del francés de KSP], Leonora Carrington, En Bas, Paris, E. Losfeld, 1973
5. Ver el artículo de Giulia Ingarao, From Europe to Mexico, en el catálogo Leonora Carrington:, Dublin, Irish Museum of Modern Art, 2013. p.72
6. Último verso del Paraíso, canto XXXIII,145, de la Divina Comedia de Dante Alighieri.
7. Entrevista a Leonora Carrington de Germaine Rouvre, op. cit.