Menta y Chocolate
Monday, 06 January 2014 20:00
Written by Elisa Rugo
Aunque es ante todo ella misma, con su fuerza y su dulzura, klaudia kemper limita al norte con Gustav kllmt, al sur con el cuerpo humano, al este con la tierra y al oeste con el misterio.
De kllmt hereda, conc i ente o incon sci entemente, la gran tradición de la pintura ornamental que en el último cambio de siglo recogió el alimento de las culturas asiáticas y africanas. La belleza se despliega sobre amplias superficies planas, adquiriendo cada figura el valor de un símbolo o el estremecimiento de la caligrafía.
El cuerpo es el comienzo y el final de este mundo de color que nos propone klaudia kemper, el cuerpo dulcemente sexuado, casi siempre solitario pero nunca lejos de otros seres vivos.
El escenario es la tierra, la sencilla madre de todos nosotros a la cual iremos todos a dar nuevamente un día, más allá del estruendo de las ciudades o de la multicromía del plástico. Hay una invocación casi religiosa a las cosas fundamentales: la vida animal, el alumbramiento, los árboles, los animales, el cielo, las huellas. El sosiego de esta pintura apela a nuestra Substancia terrenal.
Pero es sobre todo el misterio, la revelación callada, lo que brota de nuestro contacto con el arte de klaudia kemper. en muy distinta razón que la de la palabra, en un mundo ya alejado de la noticia, los trazos y figuras de estas telas componen una persistencia suave y majestuosa, una hermosa señal de que seguimos siendo seres humanos.
Aunque es ante todo ella misma, con su fuerza y su dulzura, klaudia kemper limita al norte con Gustav kllmt, al sur con el cuerpo humano, al este con la tierra y al oeste con el misterio.
De kllmt hereda, conc i ente o incon sci entemente, la gran tradición de la pintura ornamental que en el último cambio de siglo recogió el alimento de las culturas asiáticas y africanas. La belleza se despliega sobre amplias superficies planas, adquiriendo cada figura el valor de un símbolo o el estremecimiento de la caligrafía.
El cuerpo es el comienzo y el final de este mundo de color que nos propone klaudia kemper, el cuerpo dulcemente sexuado, casi siempre solitario pero nunca lejos de otros seres vivos.
El escenario es la tierra, la sencilla madre de todos nosotros a la cual iremos todos a dar nuevamente un día, más allá del estruendo de las ciudades o de la multicromía del plástico. Hay una invocación casi religiosa a las cosas fundamentales: la vida animal, el alumbramiento, los árboles, los animales, el cielo, las huellas. El sosiego de esta pintura apela a nuestra Substancia terrenal.
Pero es sobre todo el misterio, la revelación callada, lo que brota de nuestro contacto con el arte de klaudia kemper. en muy distinta razón que la de la palabra, en un mundo ya alejado de la noticia, los trazos y figuras de estas telas componen una persistencia suave y majestuosa, una hermosa señal de que seguimos siendo seres humanos.