Apunte
Saturday, 24 May 2014 11:06
Written by Luis Palacios Kaim
Cada quién construye su propio jardín, cada quien acabará siendo su propio laberinto. Sin ambos, seríamos presa fácil. La sobrevivencia exige el pasadizo, la puerta falsa, la penumbra, el escamoteo, la reticencia, el camino tapiado. Al final, en el centro, se despliegan la palma y el ciprés, el estanque, la columna y su nube.
Patricia naturalmente pierde el ovillo y avanza sin temor al encuentro del monstruo; jamás intentaría su muerte. Ansía encontrarlo y compartir con él su último huerto. A Ambos los une una prosapia real, los dos aborrecen los rostros de la plebe, "caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta", dice el Asterión borgiano, "no en vano fue una reina mi madre, no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera." Ellos salen cada atardecer al caótico y fétido dédalo de los hombres. Pronto el vocerío, laberinto de improperios los aturde y regresan.
Patricia recorre lentamente los corredores, acaricia sus muros mohosos, llega al jardín recolecta sámaras e insectos, se recuesta junto al agua y sueña. Entonces el minotauro, tímido analfabeta, asoma su testuz sobre la alta cornisa y observa complacido.
Sin duda, la invención del laberinto es la obra de arte por excelencia. Es más, toda la obra de arte genuina, deviene laberinto. Es a fin de cuentas el más eficaz remedio que poseemos "para no sucumbir frente a la verdad" (Nietzsche). Entendiendo esta facultad falsificadora del arte como la que le da, paradójicamente, su preponderancia metafísica, anulando el logos predicativo- discursivo, para acceder a la unión de forma y pensamiento, grado supremo de lucidez intelectual. La apariencia fluctuante deja de ser un simple engaño y se revela como la manifestación más entrañable de la esencia. En el laberinto, el engaño es verdad, la pérdida es hallazgo, el final es inicio.
P. lleva al extremo tal paradoja. La imagen inicial se desdobla. multiplicando indefinidamente los senderos. A mayor precisión, mayor confusión. Cada destello engendra nuevos espejismos, el tiempo se estanca o retrocede, la escala se vuelve desmesura, el centro desplazado hacia el lindero se dinamiza y anula.
Pese a lo dicho, en sus fotografías vemos cosas cotidianas. Los salones esperan al visitante o al actor. Están desnudos y sin embargo invitan a ser habitados. Si el tamaño de las puertas y escaleras corresponden con la escala humana, podemos inferir dimensiones convencionales. En el llamado jardín sólo se suceden elementos reconocibles y amables. ¿En donde aguarda entonces la confusión o el peligro? ¿Cuáles son sus reglas, si las hay? ¿Quién lo recorre? ¿Cuál es el señuelo? ¿A qué clase de muerte nos enfrentaremos? ¿Habrá alguna recompensa?
No conviene especular más, presiento que empiezo a equivocarme. He dado por hecho condiciones ambiguas. El temor nos lleva siempre a cálculos excesivos. Dar el primer paso, introducirse, dejarse llevar. Así será.