Ella misma y su imagen: autorretratos de artistas



Es hasta hace muy poco tiempo que el autorretrato femenino comenzó a ser un tema de análisis teórico en la historia del arte, a pesar de que las historiadoras feministas desde los setentas, se refieren constantemente a este género en su revisión de la producción de las artistas mujeres a través de los siglos.

En México existe la colección de autorretratos de Marte R. Gómez exhibida en el Museo de Arte Moderno en 1996 y Teresa del Conde organizó en el Museo de Arte Moderno Autorretrato en México: Años 90 que incluyen autorretratos de mujeres artistas. Como trabajo de artista, las series que conforman Yo es un otro de Mónica Castillo tienen como eje el autorretrato; pero hasta ahora en México, no ha habido ninguna revisión histórica amplia ni análisis teórico que aborde el autorretrato femenino de manera central.
   
Aparte de algunos artículos especializados sobre artistas en particular, o de los que abordan el autorretrato en general y como sub-apartado el autorretrato femenino, he encontrado sólo tres libros que tratan el tema específicamente y de manera extensa: The Art of Reflection: Women Artist´s Self Portrait: Self Portraiture in the Twentieth Century de Marsha Meskimmon´s de 1996, Mirror Images: Women, Surrealism and Self-Representation de Whitney Chadwick y Seeing Ourselves: Women´s Self-Portraits de Frances Borzello, ambos publicados en 1998. Fue de hecho mi encuentro con este último libro, el detonador que me llevó a realizar una investigación y un cambio radical en mi propio trabajo plástico que se concretó en una serie de copias y paráfrasis de autorretratos de artistas de la historia que reuní bajo el título de “Maestras, discípulas y alegorías”. Esta exposición para el MUMA, viene a dar continuidad a dicha investigación, centrada ahora en una muestra de autorretratos de artistas mexicanas contemporáneas. 

Frances Borzello destaca algunas diferencias entre los autorretratos que realizan hombres y mujeres artistas en la historia. Por ejemplo, es común que los artistas varones se autorretraten haciendo gala de sus destrezas como dibujantes, escultores, etc., forma a la que no recurren las pintoras. En cambio, encontramos autorretratos de pintoras como ejecutantes de un instrumento musical, es decir, como dotadas no sólo para la pintura sino también para otras artes, como lo hacen Sofonisba Anguissola, Lavinia Fontana y Marie Bashkirtseff. El autorretrato como La Pintura (1630) de Artemisia Gentileschi no tiene paralelo en la historia, ya que la artista se representa al mismo tiempo como alegoría y como el acto mismo de pintar.

Por otra parte, la autorrepresentación en el papel maternal como lo hace Elisabeth-Louise Vigée-Lebrun y enseñando el oficio a discípulas como Adélaïde Labille-Guiard aparecen como posibilidades en la Francia del siglo dieciocho, no antes. Y, un autorretrato semidesnuda embarazada como el Autorretrato en el sexto aniversario de matrimonio de Paula Modersohn-Becker sólo es posible hasta 1906. Menciono estos hitos, sólo como pequeñas pistas que nos ayuden a orientarnos históricamente, para después acercarnos a la enorme diversidad de posibilidades actuales, y en particular para introducir esta pequeña muestra de artistas mexicanas contemporáneas.

Entre la obra de las artistas más reconocidas y estudiadas en el siglo veinte en México, Frida Kahlo y María Izquierdo se encuentran múltiples autorretratos. Los de Kahlo en particular, son ya una referencia ineludible en el género que nos ocupa, además de ser modelo y motivo de muchísimas paráfrasis y apropiaciones más o menos literales en el arte contemporáneo.

Las artistas mexicanas por nacimiento o por elección en esta pequeña muestra, son contemporáneas y se mantienen activas en el oficio.

Cada una de ellas ha realizado múltiples autorretratos de manera original a lo largo de sus carreras y cuentan con una trayectoria artística reconocida. 

Finalmente, cabe aclarar que si bien el concepto de autorretrato se ha expandido en el arte contemporáneo de manera que puede abarcar formas expresivas muy diversas, para esta selección decidí restringir las posibilidades ateniéndome al concepto más ortodoxo de autorretrato como representación del rostro o el cuerpo del artista, incluyendo algunas obras donde el cuerpo segmentado o ausente deviene en metáfora de éste.

ARTISTAS


Leonora Carrington


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Autorretrato | la posada del caballo del alba | 1937-1938 | Óleo sobre tela \ 65 x 81.2 cm.
Chiqui, tu país, 1947 | Óleo sobre tela | 90 x 60 cm.
Memorias de abajo, 1941 | Óleo sobre tela | 40 x 60 cm.
Autorretrato con corbata ortopédica, 1973 | Óleo sobre tela | 65 x 38 cm.

El surrealismo abrió la puerta a la expresión de los sueños y los deseos, dando lugar a la creación de un nuevo imaginario al que contribuyeron notablemente artistas como Leonora Carrington (Lancashire, Inglaterra, 1917). Su Autorretrato (La posada del caballo del alba) realizado cuando tenía 21 años, establece los registros simbólicos a los que seguirá recurriendo en su obra posterior, como la elaboración a una mitología privada que se nutre de mitologías diversas y sus propios sentimientos acerca de la feminidad y la libertad. La obra Memorias de abajo, alude a su experiencia de internamiento en Santander, después de la crisis psicológica que sufrió tras el arresto de su compañero Max Ernst en Francia durante la guerra. Bajo el mismo título publicaría en 1943 el relato de dicha experiencia a instancias de André Breton. En Chiki, tu país, autobiografía y creación de un universo propio se funden en un paisaje muy complejo donde Carrington se pinta junto a Chiki (Emerico Weisz), volando ambos cobijados por una capa roja entre mundos y paisajes fantásticos. Posiblemente el sentido del cuadro sea el de un regalo a su marido a un año de haber contraído matrimonio en México; un “país” que es mucho más que eso: una fantástica y amorosa creación que podría ser infinita.



Rina Lazo


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Autorretrato, sf. | Aguafuerte sobre papel amate
Autorretrato (con flores moradas), 2004 | Óleo sobre tela | 86 x 73 cm.
Autorretrato (con banderas rojas), 1969 | Óleo sobre tela | 70.5 x 60 cm.
De la serie Rina y los espejos, 2004 | Óleo sobre tela | 58 x 64 cm.

Discípula y ayudante de Diego Rivera, Rina Lazo (Ciudad de Guatemala) ha realizado numerosos autorretratos en un estilo realista que se mantiene en la tradición de la figuración y el movimiento artístico nacionalista, a contrapelo de los vaivenes de las modas y la presión del mercado.

La manera directa y fresca con la que Lazo se pinta en su entorno cotidiano, constituye una afirmación como maestra en su oficio con pleno dominio del dibujo, el sentido compositivo y el color, dando continuidad a la larga tradición de un movimiento iniciado por los muralistas y otros artistas mexicanos en la post-revolución. Dentro de este movimiento, Lazo asumió como parte sustancial de su trabajo la incorporación de la cultura popular, la historia mexicana y las raíces de la cultura prehispánica; así como una ideología de izquierda y un compromiso político en la creación de un nuevo imaginario para la nación. Estos contenidos se condensan en el Autorretrato (con banderas rojas) de 1969, donde elementos simbólicos, urbanos y autobiográficos se entrelazan con la representación de una manifestación como fondo y motivo del autorretrato.



Mónica Mayer

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Último cuadro, de la serie La última, 1987 | Técnica mixta | 54 x 75.5 cm.
Piel, 1986 | Técnica mixta | 76.5 x 126 cm.
Arde, de la serie Las serpientes, 1985 | Técnica mixta | 105 x 80 cm.
Cigüeña, 1987 | de la serie Interior de la casa azul | Técnica mixta | 76 x 101 cm.

Si bien la obra no-objetual, performancística y crítica son la parte más conocida del trabajo de Mónica Mayer (Ciudad de México, 1954), su serie Novela rosa o me agarró el arquetipo comprende numerosos autorretratos articulados en sub-series temáticas. Utilizando una técnica mixta de dibujo con grafito, collage, fotocopias, transferencias, tintas y recortes, la artista estructura una parodia con una trama telenovelesca donde ella misma es protagonista. Los temas y escenarios aparecen y desaparecen evocando el tejido cotidiano cuyo hilo conductor es la imagen de la protagonista que actúa como primera voz. Desde su historia, lleva al espectador por diversos episodios de “lo femenino”, evocando recuerdos, experiencias y sensaciones. La imagen de Mayer multiplicada, recortada, transpuesta y autoparodiada, implica una fragilidad tal, que así como las heroínas de telenovela se sostienen a fuerza de repetir el molde, aquí la imagen de Mayer de cabeza, recortada, presurosa o yaciente, parece sostenerse sólo por la repetición de sus apariciones. A final de cuentas, el arquetipo desmenuzado engendra múltiples visiones particulares mucho más interesantes, inquietantes y divertidas cuando una voz personal como la de Mayer logra trastocarlo por completo.



Georgina Quintana

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El Abismo, 1987 | Óleo sobre tela | 153 x 123 cm.
Un cuerpo sobre todo esto, 1987 | Óleo sobre tela | 125 x 90 cm.
Gramófono y máquina, 1987 | Óleo sobre tela | 100 x 125 cm.
Paisaje sobre paisaje, 1987 | Óleo sobre tela |  142 x 122 cm.

La producción pictórica de finales de los ochenta de Georgina Quintana (Ciudad de México, 1956), desarrolla una narrativa visual que deja ver la influencia del feminismo cuya máxima “lo personal es político” se traduce en la exploración de un mundo propio o “un cuarto propio” en el cual habitar y crear sin miedo. En esta fase del trabajo de Quintana, es posible sentir la influencia de otras artistas mexicanas como Frida Kahlo y María Izquierdo. Los paisajes fragmentarios y yermos, la combinación de colores terrosos y las áreas de color puro, el gusto por un cierto primitivismo, emparentan la obra de Quintana especialmente con la de Izquierdo. Sin embargo, la particular manera de autorrepresentarse como un cuerpo fragmentado, como una frase inconclusa o parte de un paisaje cuyos símbolos y relaciones hay que descifrar, establece un discurso personal con sus propios derroteros. La autorrepresentación como objeto entre otros objetos que parecen tener vida propia tales como aviones, relojes, plantas, barcos, máquinas de coser, microscopios, escarabajos, tijeras, en planos narrativo-visuales que se comunican entre sí, articulan una narrativa donde recuerdos, símbolos y angustias forman parte de pequeños universos íntimos que abren las puertas a la introspección.



Marianela de la Hoz

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Música acuática bajo la regadera sensual | Capas de Tiempo, piel de cebolla, 2007 | Temple de huevo sobre panel | 10 x 7.5 cm.
Yo digo que soy yo, pero quien sabe, 1993 | Acrílico sobre tela | 60 x 90 cm. Mi cabeza platica con las ratas, 2005
Temple de Huevo sobre panel | 5 x 11.4 cm Carnes movedizas, soy mas de lo que veo en el espejo, 2005
Temple de huevo sobre panel | 6 x 11 cm.

Al ser profundamente consciente de que el objeto museístico retiene poco la mirada del espectador común, aturdido por su inabarcable diversidad y en gran medida dudosa calidad y valor artístico, De la Hoz (Ciudad de México, 1956) ha optado por idear un mundo paralelo de pequeñas dimensiones. Sus obras, a manera de cajoncitos con conexiones misteriosas, dan acceso a espejos-imágenes llenos de humor negro que atrapan la mirada del espectador.

Crítica e imaginativa, su obra podría ubicarse dentro del realismo fantástico, pero sin traza alguna de ensoñación romántica. Muy por el contrario, como muestran sus autorretratos, ni ella misma escapa al humor ácido y la crítica despiadada a la que somete cada imagen y cada idea que atrapa en su aguda observación del mundo y sus bichos. Mediante la multiplicación especular de Carnes movedizas, soy más de lo que veo en el espejo o por medio de hibridaciones múltiples en Yo digo que soy, yo pero quien sabe, la pintora desubica su propia identidad situándola en una posibilidad siempre otra. En obras como Mi cabeza platica con ratas, la naturalidad para representar el tema y su maestría técnica, se mezclan con la ironía siniestra.



Mónica Castillo

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Modelo para autorretrato III y representación, 1997 | Hilo tejido a gancho con base de madera | 165 x 48 cm; 38 x 43 cm.
Autorretrato con denominaciones, 1996 | Óleo sobre tela | 40 x 30 cm.
Autorretrato con señas particulares, 1993 | Óleo sobre tela | 120 x 100 cm.
Autorretrato en tareas, 1994 | Óleo sobre tela | 80 x 70 cm

Las obras de Castillo (Ciudad de México, 1961) que aquí presentamos, son parte de la extensa serie Yo es un otro. En ella, la artista analiza y reconfigura de manera sistemática las posibilidades del autorretrato bajo un programa conceptual que precede la elaboración de cada obra, así como las relaciones entre las sub-series que la componen.

Castillo reproduce su rostro siempre reconocible y siempre distinto tomando como punto de partida el prototipo de la imagen recortada de las fotos de identificación personal, utilizando diversos medios como la pintura al óleo tradicional, la fotografía, el bordado, la escultura tejida, objetos pintados, piedras y pan hecho con el molde de su rostro. Como “programa” de representación, la serie implica una “política” de significaciones donde lo supuestamente más personal y subjetivo deviene en máscara para otra máscara. La lectura compleja y radicalmente distinta que desencadena su obra, en relación a la subjetiva-sentimental que ha generado la obra de Frida Kahlo o los artistas de la corriente denominada “neomexicana” de los años ochenta, se puede recorrer en los ensayos de Cuauhtémoc Medina y Justo Pastor Mellado en el catálogo de la serie, cuyos ejes de interpretación van del post-estructuralismo y la filosofía contemporánea, a las teorías psicoanalíticas de Freud, Lacan y Winnicott.



Claudia Pérez

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El pintor y su modelo, 1, de la serie sobre las miradas: El pintor y su modelo, 2000
El pintor y su modelo, 4, de la serie sobre las miradas: El pintor y su modelo, 2000 | Óleo sobre caoba | políptico de ocho piezas, 35 x 27 cm.
Gemelas, 1, de la serie Gemelas monocigotas, 2001-2003 | Óleo sobre caoba | díptico 33 x 82 cm.
El pintor y su modelo, 7, de la serie sobre las miradas: El pintor y su modelo, 2000 | Óleo sobre caoba | políptico de ocho piezas, 35 x 27 cm.

El recorrido de la mirada y la reflexión sobre ésta, han sido uno de los temas centrales en la obra de Claudia Pérez-Pavón (Ciudad de México, 1967). En las largas y elaboradas series de pinturas que realiza, la auto-representación es eje temático y referencia que permite al espectador hilvanar los puntos de vista que se trazan en cada obra. Son notables sus retratos dobles, en los que se autorretrata con su hermana gemela citando a Giorgione y Hyacinthe Rigaud, de manera que al mismo tiempo que recurre a la historia de la pintura, elabora un discurso personal y contemporáneo.

En la serie El pintor y su modelo, ella juega el doble papel de pintora y modelo, actitud que nos recuerda a más de una artista que como Suzanne Valadon, trabajaron como modelos de artistas reconocidos y después, o junto con ellos, aprendieron el oficio. En dicha serie, la pintora analiza el detenimiento de la mirada y su trayecto en el espacio íntimo del taller del artista. Al mismo tiempo que se apropia de un espacio y un oficio signado como masculino en la historia del arte, despliega su propio proceso narrativo.



Adriana Raggi

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Des-engaño
Atadura, 2007 | Óleo y hoja de oro/madera | 4 módulos de 10 x 10 cm.
Autorretrato: Polvo, 2003 | Óleo/tela | 100 x 82 cm.
Mi personalidad, 2008 | Óleo/tela | 60 x 50 cm.

Adriana Raggi (Ciudad de México, 1970), ha mantenido su trabajo dentro de la figuración desde el inicio de su carrera artística, cultivado el autorretrato como una de sus vertientes más importantes.

En los retratos y autorretratos de gran formato y colores violentos que conformaron la primera exposición individual de Raggi titulada Similares cotidianos (1999) se mezclaban frases y referencias personales, mismas que han desaparecido en su obra más reciente. En su fase de trabajo actual, se autorretrata de manera más directa sin incluir textos y, modificando la gama de colores hacia una paleta más restringida, sin dejar de lado la expresión subjetiva. El cuerpo propio fragmentado por encuadres fotográficos muy cercanos y una pintura que da mucha importancia a la materia pictórica y su cualidad táctil, forman parte de su nuevo lenguaje plástico, mostrando que el autorretrato contiene posibilidades inagotables.



Graciela Iturbide

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Autorretrato en mi casa | 1974
"Ojos para volar"
"Autorretrato con pez"
"Autorretrato", 1989

Es conocido el hecho de que Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) se inició en la fotografía como asistente de Manuel Álvarez Bravo, y que su trabajo ha recibido múltiples reconocimientos, siendo el más reciente el premio Hasselblad 2008.

En la obra de Iturbide destaca su profundo interés en la cultura de los pueblos originales, los ritos y la vida cotidiana de México. Hombres y mujeres en una relación cotidiana de estrecha proximidad con animales, es un tema recurrente en la obra de Iturbide, como en la muy clásica fotografía Nuestra señora de las iguanas. Dicha temática guardan relación con la manera en la que Iturbide decide autorretratarse. El contacto inusual de los animales sobre el rostro de la fotógrafa que queda semioculto, producen una extrañeza y un desconcierto que las hace únicas. Aunque su trabajo en el género del autorretrato no es muy numeroso, las obras donde se autorretrata, como las que aquí se muestran, son de las más reproducidas.



Lucero González

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Ombligo | Plata sobre Gelatina | 2006
Mi hija yo misma | Plata sobre gelatina
Espejo | Plata sobre gelatina | 2004
Huellas | Imágen tomada del video "Huellas" | Pelicula S8 | 2006


En la obra fotográfica de Lucero González (Ciudad de México, 1947) el cuerpo, y en particular el cuerpo desnudo son un tema de exploración constante. Si bien en su video Huellas, la fotógrafa se acerca a su propio cuerpo en un recorrido pausado por ritmos y detenimientos que dan el ojo y el tiempo de la cámara, en sus autorretratos de foto fija, es el tiempo del espectador el que se aproxima a la imagen.

En el autorretrato que forma parte de la serie La siembra del agua, sus pies, su imagen reflejada en el recipiente con agua y la sombra proyectada remiten a la identidad de la fotógrafa; por otra parte, la lectura de esta foto se puede extender emparentándola con las mujeres campesinas zapotecas que realizan el ritual ancestral de “la siembra del agua”.

En una vertiente más íntima Mi hija yo misma es una aproximación al ciclo de vida que expone la vulnerabilidad no exenta de ternura. De cierta manera, esta imagen resulta el reverso del trabajo de la fotógrafa británica Melanie Manchot, en cuyos retratos dobles aparece junto a su madre desnuda.


Claudia Cano

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Planchado mis problemas | Fotografía cromógena, impresión digital y cinta de lino | 5 x 7 pulgadas
Incomunicada, 2007 | Fotografía cromógena tejida, impresión digital y cinta de lino | 8 x10 pulgadas Cortada por dentro (Inside cut) 2007
Fotografía cromógena, impresión digita y cinta de lino | 8 x10 pulgadas Lavando mis culpas, de la serie Juguetes de niña, tormentos de mujer
Fotografía cromógena, impresión digita y cinta de lino | 8 x10 pulgadas

La fotografía tejida de Claudia Cano (Toluca, Edo. de México, 1966) cuenta historias que giran alrededor de la feminidad, el amor, las relaciones interpersonales, los lazos familiares y la identidad. Como habitante de la frontera entre las ciudades de San Diego y Tijuana la fotógrafa realiza un cuestionamiento y recomposición permanente de las distintas identidades que la cruzan y que se materializa tanto en su vida cotidiana como en su obra. Cada pieza tejida a partir de los originales recortados es una única. En sus autorretratos, la incomunicación y la soledad se conjugan con un cuestionamiento acerca de la educación femenina tradicional mexicana, que no corresponde ya en absoluto con la demandas de la realidad compleja con la se enfrenta la artista contemporánea y migrante. En su obra, las fronteras geográficas, históricas, identitarias y de género, literalmente se entraman creando un nuevo espacio visual y material que convoca a la reflexión.



Vida Yovanovich

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Secuencia 5 | de la serie "Cárcel de los Sueños"
Secuencia 1 | de la serie "Cárcel de los Sueños"
Secuencia 2 | de la serie "Cárcel de los Sueños"
secuencia 7 | de la serie "Cárcel de los Sueños"

Vida Yovanovich (originaria de La Habana reside en México desde 1956) ha dedicado gran parte de su obra a explorar la vida e identidad de la mujer. Su trabajo es reflexivo e íntimo. Los cuestionamientos a través de sus fotografías no sólo se refieren al deterioro corporal, sino también al emocional que sufrimos los seres humanos. Temas como la soledad, el abandono y el rechazo son una constante en sus imágenes. Cárcel de los Sueños (1993) y Soledades Sonoras (2004) son sus obras más representativas.

En los retratos dobles que forman la secuencia de Cárcel de los sueños, la fotógrafa crea un escenario de apariciones y desapariciones en los cuales ella toma parte, dramatizando la fugacidad de la vida que, como el humo de un cigarrillo se desvanece en el aire.