A manera de introducción o botana
A pesar de la antigüedad, abundancia y calidad de naturalezas muertas creadas a través de la historia del arte con distintos estilos, técnicas, e intenciones, el género artístico no ha recibido la atención crítica que merece, particularmente en relación a sus manifestaciones contemporáneas. En el caso de México, el enorme peso de la tradición de la pintura mural, mayoritariamente masculina, pública y política, afectó la apreciación de la pintura de caballete en general y de las naturalezas muertas en particular, consideradas como el epítome de lo femenino, doméstico y decorativo por excelencia.
Con esta exposición, dedicada al estudio de algunas naturalezas muertas creadas por tres artistas plásticas contemporáneas, Rina Lazo (1923), Elena Climent (1955) y Patricia Quijano (1955), nos proponemos demostrar que sus obras escapan a dichos estereotipos dicotómicos, para ubicarse más bien, muy original y productivamente, a mitad de camino entre la tradición del género artístico como el paradigma del arte por el arte, y la concepción de la pintura como dispositivo ideológico de lucha política, en este caso en relación con posiciones e ideologías de género.
Elaborando sobre la irónica pregunta formulada en el siglo XVII por la gran poetisa Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), sobre "¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina?" proponemos aquí que es precisamente en el género pictórico de la naturaleza muerta, pese a su menosprecio historiográfico generalizado, en donde las artistas frecuentemente encuentran los elementos necesarios para superar prejuicios, para expresar una visión propia del mundo, y para resistir así, a las muchas restricciones a las que a lo largo del tiempo han intentado someternos a las mujeres.
Los antecedentes o una muy apetitosa entrada
Antes de comenzar con nuestro tema específico, cabe aclarar que en la pintura mexicana realizada por sus destacadas mujeres artistas desde la década de 1920, existe una rica tradición del género artístico de la naturaleza muerta. Icónicas obras tales como Composición: mazorca, guitarra y canana (1928) de Tina Modotti; Naturaleza viva (1946) de María Izquierdo; La vendedora de frutas (1951) de Olga Costa; Naturaleza viva (1952); y Naturaleza muerta resucitando (1963) de Remedios Varo, son tan solo algunos ejemplos de entre muchos otros que revelan la riqueza y vitalidad del género.
Mucho más allá de ajustarse con gran virtuosismo a las principales características que definen al género de la naturaleza muerta (la representación de alimentos, cocinas, mesas servidas, instrumentos y utensilios de mesa, floreros, fruteros, vanitas, etc.) y/o de los bodegones (que generalmente incluyen solo comida, bebida e instrumentos culinarios), resulta fácil observar que en este grupo de obras, sus artistas lograron trascender las intenciones exclusivamente decorativas con las que tradicionalmente se asocia al género artístico, para abarcar campos de significación mucho más amplios, desde la alegoría política, la identidad nacional, el trabajo femenino, y la reflexión filosófica sobre la vida y la muerte y muchos otros temas fundamentales propios de la historia del arte nacional.
Siguiendo esta rica tradición pictórica de las mujeres artistas en México, Rina Lazo, Elena Climent y Patricia Quijano, a lo largo de sus carreras, realizaron numerosas naturalezas muertas caracterizadas por complejos y variados recursos creativos, que de acuerdo con sus propios tiempos e intenciones personales, decididamente rompen con los estereotipos asociados con el género artístico de las naturalezas muertas entendido como un arte menor.
Los variados y sabrosos platos fuertes de la exposición
1. Lo que Rina Lazo ve a través de las ventanas...
Rina Lazo, ubicando los objetos para sus naturalezas muertas delante de ventanas, logra que sus coloridas frutas dialoguen plásticamente con la naturaleza exterior, representada generalmente por palmeras, árboles y lunas, creando así espacios muy personales, que no son ni exclusivamente interiores ni exclusivamente exteriores de forma absoluta, sino que trascienden ambas categorías al integrar más bien el adentro y el afuera en una nueva y porosa unidad.
Cabe destacar que en esta singular hibridación de la naturaleza muerta con el paisaje, algunas obras de Lazo incluyen verdaderas escenas urbanas, como por ejemplo la de la pintura titulada Tarros y sandías en la ventana sobre el asfalto, en la que la artista representó como fondo/cuadro, la escena que veía desde su ventana cuando tiempo atrás, la calle empedrada en la que se ubica su casa fue asfaltada. El ámbito del trabajo obrero, gana así una presencia simbólica, integrándose al interior doméstico de la habitación desde donde pinta, declarando metafóricamente que ella nunca está ajena a la realidad social que la rodea, ni siquiera cuando pinta naturalezas muertas desde el interior de su hogar.
Otro ejemplo muy interesante de la hibridación naturaleza muerta y paisaje urbano, con contenido político en la obra de Lazo, es su pintura titulada Puesto de dulces en la manifestación de nacionalización de la banca (1984), una originalísima obra, que a pesar de su atmósfera juguetona y festiva hace referencia a una etapa compleja de la historia nacional mexicana. En el primer plano, la artista retrató una variedad de dulces regionales típicos, que ubicados de forma improvisada en una mesa plegable, a través de sus ritmos y colores dialogan con la escena histórica del fondo, la manifestación en el Zócalo de la ciudad de México llevada a cabo en ocasión de la nacionalización de la banca aludida en el título de la pintura. Esta original naturaleza muerta, ubicada literalmente en el espacio público, ejemplo de la acción política por excelencia, claramente trasciende las connotaciones exclusivamente decorativas asociadas con dicho género pictórico para transformarse más bien en una obra artística de contenido social.
Otro sub-grupo de bodegones de Lazo dentro de su conjunto de obras bodegón/paisaje, parece continuar este proceso de integración de los espacios interiores y exteriores al salirse por completo del espacio cerrado de la casa o taller como en el caso anterior, pero para instalarse ahora en medio de paisajes rurales. Tal es el caso de obras como Piñas y pitahayas, Noche de muertos en el valle de Oaxaca, Cosechando elotes, y Canasto de cebollas, en los que desaparece toda referencia a paredes y marcos de ventanas, para crear en cambio una realidad fantástica, en la que los objetos de la naturaleza, que primero fueron arrancados de sus entornos naturales, regresan a ellos para recuperar así su armonía primitiva, aunque todavía aislados y ordenados de alguna forma particular por el ser humano, en este caso, por la artista.
Culminando el ciclo de este conjunto de naturalezas muertas/paisajes de Lazo, mencionemos finalmente que existe otro subgrupo más, en los que la artista traspasó incluso los entornos terrestres, para abarcar ahora el espacio sideral, estableciendo interesantes metáforas entre el microcosmos de las frutas y el macrocosmos de los astros. En 1969, justamente en la época de la llegada del hombre a la luna, cuya difusión televisiva marcó a toda una generación y que la artista reconoce que en su momento la emocionó muy profundamente, realizó una serie de naturalezas muertas en el espacio, que una vez exhibida, gozó de mucho éxito por parte del público y de la crítica especializada. La luna, uno de los símbolos femeninos que la artista venía utilizando ya en su serie de las naturalezas muertas vistas a través de las ventanas, encontró en este nuevo conjunto un lugar protagónico, al visualmente explicitar sus analogías con la redondez de las frutas representadas en el primer plano, y que poéticamente llegan hasta las nubes.
2. Los objetos de la memoria de Elena Climent
También Elena Climent a través del género de la naturaleza muerta, traza interesantes vasos comunicantes entre los espacios públicos y los privados, pero en sentido inverso, es decir partiendo del exterior para así incursionar en el alma encarnada en los objetos. A través de distintas estrategias creativas, desde la representación de las naturalezas muertas espontáneas que descubre en los espacios urbanos de la ciudad de México, pasando por los que aluden a las tradiciones populares de la pintura de alacenas y altares, Climent llega a los espacios más íntimos, relacionados con los objetos y con las memorias del hogar familiar de su infancia, que con gran detalle retrata y aísla de sus contextos más amplios, transformándolos así en naturalezas muertas con un extraordinario poder de evocación.
En la década de 1980, en una ocasión en que la artista se encontraba paseando por la ciudad con su familia, Climent descubrió una casa con una puerta metálica pintada, detrás de la que descubrió una cortina de color rosa chillante con rosas azules estampadas, iluminada por una enigmática luz interior. Esta visión la hizo comprender, lo que en sus propias palabras define a la singular “estética de la ciudad de México,” caracterizada por la utilización de todo tipo de objetos contrastantes y muchas veces de origen muy humilde, que son amorosamente instalados y combinados con otros, con el objeto de individualizar sus propios espacios de habitación, para que, “aunque sea en un lugarcito pequeño,” hacer “de ese pedacito todo un universo.” Esta capacidad de convertir al más cotidiano y modesto de los espacios en todo un universo, caracteriza también a la fina sensibilidad de Climent que en sus obras, empáticamente y con un gran respeto, logra expresar esta significativa estética popular.
2. Los objetos de la memoria de Elena Climent
A partir de este descubrimiento casual, la artista comenzó a recorrer la ciudad y a tomar fotografías de los rincones urbanos, donde frecuentemente aparecen singulares “naturalezas muertas” espontáneas, formadas por macetas colgadas en las coloridas paredes de las distintas vecindades, o por una infinidad de dulces y abarrotes que se dan cita en improvisadas mesitas, tienditas y puestitos, que pese a su precariedad, se decoran amorosamente con flores y piñatas. Con un estilo verista y popular, complementado por una excelente técnica pictórica, Climent captura cada pequeño detalle de la realidad que observa, a través de la cual redescubrimos esta singular iconografía propia de la ciudad de México con toda su ingenuidad, belleza, y calidad poética excepcional.
1. Elena Climent, en “Elena Climent,” Resumen. Pintores y pintura Latinoamericana, Promoción de arte mexicano, año 8, no. 66, 2003, p. 41.
Otro motivo favorito de la pintura de Climent está formado por alacenas domésticas, nichos y altares religiosos, en los que una enorme variedad de objetos se acomoda con un sentido simbólico y comunicativo muy especial, que la artista captura con gran sensibilidad. En estas tradiciones y costumbres populares, Climent reconoce parte de la identidad nacional mexicana, especialmente en los altares laterales de las iglesias, en los que señala la artista que “las personas se adueñan de esos espacios,” y “colocan veladoras, reliquias, floreros y fotografías de sus seres queridos: de los vivos; de los que se encuentran en desgracia; también de los ausentes,” demostrando así una notable espiritualidad.
2. Elena Climent, en “Elena Climent,” Resumen. Pintores y pintura Latinoamericana, Promoción de arte mexicano, año 8, no. 66, 2003, p. 47.
Otro grupo sobresaliente de las pinturas de Climent, está formado por los que representan rincones íntimos de la casa familiar de su infancia, en los que se condensan infinidad de recuerdos, memorias y nostalgias. Hija del destacado pintor español Enrique Climent (1897-1980), refugiado de la Guerra Civil Española en México, y de Helen Smoland (1917-1994), de familia rusa judía emigrada a los Estados Unidos y luego a México, Climent tuvo una estimulante y muy feliz infancia. Tras la muerte de su madre y la inminente venta de la casa familiar, en 1994, Climent se dedicó a retratar los lugares más significativos de su dichosa vida familiar, en un intento por capturarlos simbólicamente a través de la imagen, y así intentar evadir el olvido que suele traer el paso del tiempo.
Climent comenzó entonces a representar distintas escenas protagonizadas por las mesas de la cocina, los abundantes libreros y las mesas de noche, colmados todos de adornos, fotografías y muy variados objetos, generalmente de carácter artístico, que semejan los altares de la serie anterior, pero que pertenecen ahora al entorno más personal del mundo de su infancia. A pesar de las referencias concretas a los objetos y recuerdos de su propia familia, los retratos/naturalezas muertas de Climent están cargadas de un fuerte poder evocador, que apela a la sensibilidad de todos, pues su imagen evoca nuestros propios recuerdos de otros objetos y de otras composiciones semejantes, y a través suyo, de nuestros propios entornos e historias personales.
El singular mestizaje familiar de Climent, también es frecuentemente aludido en sus originales naturalezas muertas, en las que armoniosamente conviven, junto a fotos familiares, postales con reproducciones de obras de arte clásicas y coloridas artesanías tradicionales, imágenes de santos cristianos y menorás judías. A través de sus naturalezas muertas del hogar familiar, Climent realiza verdaderos retratos espirituales de sus padres, y al hacerlo, alude al mismo tiempo a la rica identidad nacional mexicana, conformada por muy diversas tradiciones y culturas. Así, lo particular, se convierte en una potente alegoría de la identidad nacional, de la integración, del paso del tiempo, y del extraordinario poder evocador de los objetos.
3. Las nuevas alegorías de Patricia Quijano
Con el correr del tiempo, el interés de Quijano por explorar el impulso de vida propio de los seres humanos, también la condujo al género de la naturaleza muerta, en su caso, actualizando originalmente la tradición de las vitales obras de Frida Kahlo, como la que ejemplificamos en la primera parte de la muestra, como metáfora para aludir a la reproducción y al sexo.
La muy íntima inmediatez que nos ofrecen los monumentales acercamientos de las frutas, que se extienden llenando todo el espacio de las telas, expresan la admiración, el asombro y el placer de la sexualidad y la fecundación. Los frutos abiertos, que dejan ver sus huesos y la sabrosa pulpa que los rodean, resultan al mismo tiempo invitadores e inquietantes, al poner de manifiesto sus semejanzas con los órganos genitales femeninos.
Artista feminista, dotada de un gran sentido del humor, en otro grupo de naturalezas muertas, Quijano, irónicamente revierte la tradicional asociación metafórica de las frutas con los órganos sexuales femeninos, para hacer alusión en cambio, a los masculinos. Así en Mis frutas favoritas, Quijano retrató a su pareja de aquel entonces, y cuando su hermana le comisionó una pintura semejante, con fina gracia Quijano realizó la segunda obra de la serie, retrato alegórico de la pareja de su hermana, titulándola esta vez Cada quien sus frutas.
La agenda feminista propia de la obra de Quijano, también se manifiesta en otra serie de naturalezas muertas alegóricas, en las que la artista denuncia la situación social de opresión de las mujeres. Las obras aluden principalmente a la incapacidad de rebelión que a veces nos impide incluso hablar, principalmente cuando el ideal de belleza y el ansia de complacer a los demás, impuestos especialmente a través de la publicidad, se convierten en tiranos de nuestras propias vidas. Para Quijano, los zapatos de tacones altos, son el emblema por excelencia de las trabajadoras sexuales, tema que normalmente denuncia en muchas de sus obras como en las que aquí reproducimos, que actualizan el género de la vanitas barroca sobre el paso del tiempo, a la realidad actual de muchas mujeres.
Finalmente las naturalezas muertas de Quijano sirven también a la artista como plataforma para denunciar los atropellos cometidos por los seres humanos en contra de la naturaleza misma. La obra Tu piel es mi piel es caracterizado por la artista como un poema visual realizado con la intención de expresar que los seres humanos debemos alimentarnos de la belleza de la naturaleza. La pintura poema está compuesta por varios segmentos: en la parte horizontal superior, de izquierda a derecha, “ella,” “tus huellas en nosotros” y “de afuera hacia adentro;” y en la sección vertical, inmediatamente después de “tus huellas en nosotros,” “él,” y finalmente, “nuestra huella en ti.” A través de formas y colores que recuerdan algunas de sus frutas monumentales, troncos, huellas de pies y desechos, Quijano contrasta el sentimiento oceánico de unión y respeto por la naturaleza, versus la contaminación que la falta de consciencia ecológica está generando en la actualidad amenazando así a la vida misma.
4. En común: los bodegones se infiltran en los murales de Rina Lazo, Elena Climent y Patricia Quijano
Una estrategia creativa distintiva, que en este caso comparten Rina Lazo, Elena Climent y Patricia Quijano en relación con la producción de naturalezas muertas consiste en las paráfrasis, más o menos textuales, que todas ellas realizan, con algunos de sus propios murales, demostrando así la fluidez que existe entre los espacios domésticos, asociados tradicionalmente con dicho género artístico, y el arte mural, más generalmente asociado con lo público.
En el caso de Lazo, dichas traslaciones pueden señalarse especialmente en su obra mural Venerable abuelo maíz (1995) realizada para la sala Maya del Museo Nacional de Antropología de la ciudad de México, y la representación del maíz, el tonacayotl o sustento esencial de la cultura Mesoamericana, en varias de sus naturalezas muertas de caballete, tales como Mazorcas (sin fecha), Cosechando elotes (sin fecha), y Ofrenda de mazorcas (2001).
En el caso de Climent, resulta fácil observar como en su obra mural, At Home With Their Books (En casa con sus libros) (2008), realizada para uno de los edificios de New York University en Greenwich Village, Nueva York, o en El papel de los libros o El milagro de la escritura, comisionado para el patio del cine de la Biblioteca de México José de Vasconcelos, ciudad de México, la artista continúa elaborando con las mismas temáticas y emociones propias de su obra de caballete.
A través de una investigación rigurosa y de la selección de objetos que reflejan la presencia de las distintas personalidades representadas en sus murales, Climent elabora y traslada a la pintura mural la misma intención de las ofrendas mexicanas para el día de muertos, y al recrear los rincones más íntimos, especialmente a través de la representación de partes de las bibliotecas personales, de los objetos que coleccionaban, y de fotografías personales, crea expresiones extraordinariamente conmovedoras. Se trata en definitiva de retratos alegóricos realizados a través de naturalezas muertas construidas con objetos.
También Quijano demuestra una profunda unidad en la representación de algunos de sus principales intereses y preocupaciones en su pintura de caballete y en su producción mural. En lo que a naturalezas muertas se refiere, destaquemos especialmente Madona del delantal (1993-94) y Mi querida Contreras (1994), en el interior del mercado 384, también llamado de La Cruz de la Delegación Magdalena Contreras, que por su misma temática llevan el género de la naturaleza muerta a los muros; y Luces cercenadas (2002), un mural transportable realizado como homenaje a las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, que por temática, paleta y estilo dialoga estrechamente con otras de sus obras, como por ejemplo, Nunca más con tu voz (2001).
Para concluir, y a modo de postre…
Tomando en cuenta que, como mencionamos antes, tradicionalmente el género bodegón se asocia de forma restrictiva con los interiores domésticos, como los lugares de la identidad femenina por excelencia, este original “nuevo lugar” de las naturalezas muertas aquí estudiadas, entre la casa y la calle, lo privado y lo público, lo individual y lo colectivo, y lo terrenal y lo sagrado, reviste un simbolismo muy especial, pues denota la intención de las artistas, de sobrepasar esta limitación física y espiritual del aislamiento histórico de las mujeres en el espacio íntimo del hogar, para integrarse en cambio con el ámbito cultural y público a distintos niveles.
Partiendo de la rica tradición iconográfica de la naturaleza muerta en la pintura mexicana producida por mujeres a lo largo del siglo XX, Rina Lazo, Elena Climent y Patricia Quijano, transformaron algunas de sus convenciones plásticas tradicionales, para expresar nuevas connotaciones simbólicas muy significativas, pues destacan la capacidad de resistencia, la creatividad, y el importante papel social que desempeñamos las mujeres en la historia, demostrando al mismo tiempo que las revoluciones también pueden hacerse subvirtiendo sutilmente algunas convenciones de géneros artísticos más tradicionales, y no exclusivamente a través de las temáticas explícitamente sociales y políticas.
Con sus ricas y variadas obras Rina Lazo, Elena Climent y Patricia Quijano desdibujan no sólo el espacio físico representado en la pintura, sino el lugar simbólico que podemos habitar las mujeres, desafiando tanto la tradición pictórica tradicional del género artístico del bodegón, como los mismos preceptos sociales que la sustentan.