Museo de Mujeres

El pozo

Raíces húmedas empezaron a trepar por mis piernas, subieron entre los dedos de los pies y tobillos hasta las pantorrillas enroscándose por las rodillas y asfixiando mis femorales a la altura de las ingles. Cuando llegaron a la cintura las raíces se secaron y endurecieron. Debo reconocer que reaccioné tarde, al bajar los brazos y tocarlas con mis manos ya estaban demasiado duras. Mis extremidades inferiores, hinchadas y amoratadas, se empezaron a adormecer. Mil pensamientos de arrepentimiento atravesaron mi cuerpo que no paraba de inflamarse, ¿cómo me había permitido llegar hasta allí? Las raíces secas en mi cintura empezaron a calentarse y se fundieron en un cinturón de nogal. La temperatura siguió ascendiendo y un fuego furioso disecó aquello que era acuoso en mi pecho y me sequé por completo. En el proceso: cuánto más seca, más dura; cuánto más dura, más fragmentada.

Me cansé de resistirme a la fuerza externa y me dejé tragar por la tierra.

El trayecto

Desperté tumbada boca arriba con el cabello enredado en una maraña de tierra infértil, trozos de hojas secas de castaño y dientes de león. La boca pastosa, la superficie de la lengua espinada, las manos entumecidas y una pierna rota. Pum. De golpe rompí en un grito de dolor. Se encharcaron mis ojos y gemí como una loba abandonada en mitad del bosque. Nadie me oyó. Conseguí incorporarme y al ver mi pierna derecha salida de su eje, en un charco de sangre con la grasa, los músculos y los ligamentos desbordados del cuádriceps por una herida enorme que atravesaba el muslo: perdí el conocimiento.

Desperté de nuevo en mitad de la noche, rodeada de miles de árboles delgados y fríos, que se proyectaban hacia el cielo y no me permitían dibujar horizonte hacia ningún lugar. Más calmada pero todavía desorientada decidí salir de allí así que empecé a reptar cuerpo abajo trazando una línea recta con mi cuerpo hasta que perdí la dimensión del tiempo y dejé de contar los días. Despertar. Doler. Reptar. Despertar. Doler. Reptar. Disociar. Doler. Reptar. Disociar. Doler. Reptar. Desmayar. Despertar. Disociar. Doler. Doler. Reptar. Disociar. Desmayar. Despertar. Doler. Reptar. Reptar. Reptar. Despertar. Reptar. Despertar. Reptar. Despertar. Reptar. Despertar. Reptar.

La laguna

La tierra empezó a sentirse húmeda en las palmas de mis manos, barbilla, hombros, pecho, pezones, abdominales, pubis, rodillas y pies. Sentí el reptar del cuerpo cada vez más amable. En el paisaje empezaron a verse flores silvestres y plantas medicinales que se desenraizaban del suelo con mi paso metiéndose por la herida de la pierna en una suerte de plasta de barro, plantas y excrementos de pájaro. Me empecé a relajar. Sin darme cuenta los árboles habían desaparecido y tenía los antebrazos encharcados en agua. Mi cuerpo estaba asomado al borde de una laguna en calma y no dudé en sumergirme.

Salí de la laguna tres días después al conseguir llenar de agua y humedecer de nuevo mi pecho. Mi piel: arrugada, tierna, blanda, sensible. En el margen del agua encontré unas armas construidas con elementos vegetales y residuos animales, tomé algunas y seguí mi camino.