Pensando lo femenino hoy: Subjetividades femeninas, narratividad y arte contemporáneo

Mesa Redonda con motivo del Día Internacional de la Mujer

Casa Vecina, México D.F. 8 marzo 2006

La artista plástica Carla Rippey mencionó que una vez en una entrevista le preguntaron si su obra podría haber sido realizado por un hombre;  dijo que claro que no, pero tampoco por otra mujer.  Esta cita nos recuerda que cada una de nosotras habla y crea desde su lugar preciso, y aunque la construcción social de la experiencia femenina nos ha dado la comunalidad de la marginación frente a un lenguaje que no nos representa,  en el intento de hablar, de crear desde este lugar, de reinventar el lenguaje visual y/o verbal, nuestras expresiones articulan también nuestra diversidad, cultural, generacional y personal.



La mirada femenina, entonces, no es única ni habla de una esencia absoluta o absolutamente distinta, pero no por eso deja de ser significativa interrogarla, tratar de nombrar y analizarla, y poner en diálogo la diversidad de miradas y formas de cruzar miradas y significados a través de nuestros cuerpos y nuestras fronteras físicas, mentales, de cultura, de clase, de etnicidad . . . . dar forma y presencia a nuestra visión de nosotras mismas y desde nuestra autoconciencia, y reconocer los silencios, vacíos, malentendimientos y puntos de encuentro con nuestra semejanza y diferencia que emergen de esta tarea

Señala Manola Samaniego en un texto sobre la interpretación de lo femenino en las artes plásticas:

En Occidente se asume que el patrón hombre-masculino/mujer-femenino se desprende en primera instancia del dato biológico de la diferencia sexual, además de que legitima al modelo de relación entre los sexos que predomina en nuestra cultura,  que está basado en la polarización de los cuerpos y en el ideal de la complementariedad reproductiva de las parejas heterosexuales.

Pero es justamente el hecho de conceptuar el género exclusivamente como diferencia sexual biológica, es decir en su concepción binaria, lo que provoca quizá los problemas principales que podemos encontrar en la definición tradicional de lo femenino y lo masculino.  El primero de ellos es el de creer que estas dos categorías traducen las formas y funciones de los cuerpos y que por ello, femenino y masculino son las etiquetas que nos sirven para nombrar lo propio de los hombres y lo propio de las mujeres.

Esta visión binaria alimenta la eficacia del discurso de la cultura patriarcal, que ha logrado hacer invisibles a los hombres y mujeres reales a través de las múltiples representaciones de los estereotipos masculinos y femeninos, que al ocultar las identidades individuales y reprimir una vivencia libre del deseo, del cuerpo y de la cotidianeidad, ejercen una violencia simbólica y real sobre las personas.

Tal esquema atrapa a hombres y mujeres por igual en “una red de determinaciones culturales milenarias de una complejidad prácticamente inanalizables . . . un escenario ideológico en el que la multiplicación de representaciones, imágenes, reflejos, mitos, identificaciones transforma, deforma y altera sin cesar el imaginario de cada cual.”  

Sólo podremos pensar lo femenino de una forma distinta si nos apartamos del modelo dicotómico, binario de un concepto de lo masculino y lo femenino como substancias o universales que se refieren a una realidad concreta, más aún cuando—como ha señalado Rosa Ma. Rodríguez Magda—ambos son posiciones dentro de una estrategia de poder.  El reto, entonces, es buscar nuevas formas de ejercicio que conllevan modelos alternos de poder, que se apartan del abuso, la violencia y la jerarquía.  Para lograrlo, es necesario aceptar que “el pensamiento humano no ‘refleja’ la realidad, sino la ‘simboliza’ y le inventa un sentido, que a su vez organiza y legitima ciertas acciones y relaciones que afectan los ámbitos psíquicos, sociales y políticos.”   Hay que ver cómo y para que queremos detentar nuestro pensamiento, nuestro poder, nuestro arte.

La otredad, o diferencia, de las mujeres no radica, entonces, en el hecho de que sean mujeres biológicamente; su diferencia es el resultado de cómo su diferencia sexual ha sido articulada en otros aspectos de su vida y práctica en el contexto del sistema sexo-género, es decir ,mediante el conjunto de ideas, normas  y convenciones que se han establecido en torno a su sexualidad, su desarrollo y su comportamiento, y el efecto que esto ejerce sobre la conciencia.

Pensar lo femenino, a partir de las experiencias históricas y subjetivas, en vez de partir de conceptos homogeneizantes, conduce al reconocimiento de que no hay una sola mujer, ni un solo hombre, sino muchos/as, heterogéneas, particulares y reales.  Así, "femenino" (o "masculino") son términos que nada significan en sí mismos:  señalan sitios de diferencia que pueden desplazarse y, de hecho, se desplazan en nuestras conciencias y cuerpos, como pueden hacerlo en el arte.  Por ello, en la teoría feminista actual,  lo femenino, más que pensarse como esencia, enigma o misterio, es comprendido como una posición lingüística o psíquica, una posibilidad filosófica, un dominio, una posibilidad de significado, una disidencia ética y política, desde las cuales es posible dar cuenta de otros afectos, otras aspiraciones, otras formas de entendimiento y otros deseos.   Permite pensar la diferencia sin oposición, sin sometimiento, como un encuentro dialógico entre sujetos diferentes; y no sólo o primordialmente por su género.

La propuesta de este llamado "feminismo de la diferencia"  por tanto, es tratar de visualizar al sujeto femenino, más que como diferente, como sitio de diferencias que nos sensibilizan a la otredad.  Diferencias que no son únicamente sexuales, raciales, económicas o culturales, sino un conjunto constituyente de la conciencia y los límites subjetivos de cada mujer; diferencias que una vez articuladas y comprendidas, no deben ser desdibujadas al interior de una identidad fija, igualando a todas las mujeres a La Mujer, ni tampoco deben diluirse en una sola representación del feminismo como imagen coherente y accesible a la que se pueda recurrir, bien sea con entusiasmo o desprecio.

En el planteamiento de una nueva aproximación a la categoría de lo femenino es esencial considerar el modo subjetivo como las mujeres y los hombres asumen y expresan su posición y sus vivencias dentro de un contexto social e histórico determinado,  y como—mediante de sus historias personales—constituyen, interpretan y reconstruyen sus identidades.

En el arte, esto implica no hablar de la identidad como cualidad fija y homogénea, ni de la persona ni de la obra de arte, sino de identidades fragmentarias, que adquieren formas o formulaciones en relación con hechos, objetos y procesos concretos, y que asumen un significado colectivo en la medida en que remiten a o participan de la construcción de imaginarios, es decir, a través de sus espectadores.   Implica asumir un concepto del arte como un territorio donde el deseo flota y se contrae, donde nos encontramos con lo otro, hasta en nosotros mismos o nosotras mismas. En este espacio, es el cuerpo y su sinergia lo que se pone en juego en líneas que atienden y figuran las resonancias del cuerpo.  Alejada de la significación que se genera por el lugar que se ocupa dentro de un sistema, como sería el caso de la letra, la línea busca que el deseo circule a lo largo de su trazo; trabaja con el deseo como vector.

 Desde esta perspectiva, la masculinidad y la feminidad se construyen más que como polos de identidad fijas, como posiciones discursivas que pueden convivir en conciencias y cuerpos tanto de mujer como de hombre.  Su simbolización por la sociedad o por la escritura será, entonces, metafórica o estratégica, como en la propuesta de escritura femenina de Luce Irigaray y Hélène Cixous.   Remitirnos al campo de lo sensible, un modo de conocimiento diferente de la razón, nos permite vivir, leer y analizar las ambigüedades y contradicciones en el ámbito de la identidad de género.  Nos acerca a la vivencia subjetiva de la masculinidad y la feminidad desde la proyección y la percepción no necesariamente conscientes, sino a partir de un objeto de estudio polivalente donde se materializa la negociación personal con los códigos culturales y sociales, incluyendo los del arte, tanto de parte del hombre así como de parte de la mujer.

Uno de los puntos de partida para la definición de una nueva mirada o perspectiva creativa desde esta postura de género, ha sido, precisamente, la negación de la mirada falocéntrica como instancia que objetiviza a la mujer, su experiencia y su cuerpo. Mientras en la tradición plástica occidental (y principalmente masculina o falocéntrica) es el ojo que controla y objetiviza, en el trabajo de artistas que incorporan estas nuevas perspectivas feministas, la vivencia del cuerpo femenino es el lugar desde el cual se escribe, el punto de contacto entre el interior y el exterior, una frontera que se disuelve en la creación.  Desde este punto de partida se reescribe y se reinscriben los mitos y símbolos culturales.   

Al mismo tiempo, el apropiarse de forma consciente y diferente del lenguaje plástico y la mirada, ha permitido que las mujeres asuman un papel público de narradoras, no solo de narradas.  La transformación intencional del lenguaje formal y su  relación con contenidos culturales y experiencia vitales ha servido también para involucrar a otros públicos, anteriormente marginados, y para concienciar partes de la experiencia anteriormente silenciadas.

Manola Samaniego Bañuelos, Interpretación de lo femenino en la obra plástica de Betsabeé Romeo y Paula Santiago.  Tesis de licenciatura en Historia del arte, México, Universidad Iberoamericana, 2001, p. 11

Helène Cixous, La risa de la Medusa.  Ensayos sobre la escritura.  Barcelona, Anthropos, 1995, p. 42.

Rosa María Rodríguez Magda, Femenino en fin de siglo:  la seducción de la diferencia.  Barcelona, Anthropos, 1994, p. 27.

Marta Lamas, La bella (in)diferencia.  México, Siglo XXI, 1991, p. 7.