La superficie habla
Miércoles, 18 Diciembre 2013 18:39
Escrito por Luis Argudin, San Miguel Xicalco, 3 de mayo de 2002
¿Qué sucede entre el ojo–la mano y la tela que otro ojo reconoce y responde a ello? ¿Por qué lo que escribimos, lo que rayamos, tachamos, borramos, revela las marcas de nuestro ser? La grafología reconoce en cualquier trazo las huellas de una personalidad; la mano no puede mas que delatar a la mente que la mueve. Como en la escena de un crimen, donde todo objeto, toda mancha forma parte de una constelación de posiciones regidas por un sentido accesible sólo al ojo experto que busca deducir la presencia del autor. Un espacio creador de sentidos, sea la escena de un crimen, el área de un performance o una instalación, se propone como un acertijo, una fuente de atención para el espectador inteligente. Pero la matriz de estos espacios, la que nos enseñó a proyectar sentidos es la pintura, la ventana a través de la cual el mundo se vuelve estético. Y la pintura seguirá su camino mientras los pintores mantengan la relación ojo–mano–tela, impregnando la superficie de la pintura con el desplazamiento de su subjetividad.
Superficies es una buena palabra para acercarse a la pintura de Claudia Gallegos. Superficies que denotan profundidades en el tiempo y el espacio; estratos anteriores del proceso pictórico, capas sobre capas reflejando el periplo de la mente por el movimiento de la mano. Su huella se siente sobre toda la superficie. Los rayones en carboncillo parecen provenir, más que del expresionismo de Tobey o Twombly, del encefalograma de una voluntad que pretende exteriorizar sus ritmos internos. Aquí no valen las palabras, los conceptos, las mismísimas imágenes. La finalidad es expresar mediante grafismos la vibración interior del motor del alma. Por eso la pintura de Claudia Gallegos es una piel viva, opaca y transparente a la vez, superficie e interioridad, creciendo desde abajo hacia arriba, desde adentro hacia afuera, desde lo subjetivo al objeto y desde su mente a la nuestra.
Por su condición de sismógrafo, la pintura de Claudia es fundamentalmente autónoma, tanto de influencias históricas como de referentes externos. Ve hacia adentro y nos habla con un murmullo interior. Necesitamos silencio para ver esta obra, para sentir el latido de sus rayones y escuchar la vibración de su voz. ¡Silencio, que la superficie habla!
¿Qué sucede entre el ojo–la mano y la tela que otro ojo reconoce y responde a ello? ¿Por qué lo que escribimos, lo que rayamos, tachamos, borramos, revela las marcas de nuestro ser? La grafología reconoce en cualquier trazo las huellas de una personalidad; la mano no puede mas que delatar a la mente que la mueve. Como en la escena de un crimen, donde todo objeto, toda mancha forma parte de una constelación de posiciones regidas por un sentido accesible sólo al ojo experto que busca deducir la presencia del autor. Un espacio creador de sentidos, sea la escena de un crimen, el área de un performance o una instalación, se propone como un acertijo, una fuente de atención para el espectador inteligente. Pero la matriz de estos espacios, la que nos enseñó a proyectar sentidos es la pintura, la ventana a través de la cual el mundo se vuelve estético. Y la pintura seguirá su camino mientras los pintores mantengan la relación ojo–mano–tela, impregnando la superficie de la pintura con el desplazamiento de su subjetividad.
Superficies es una buena palabra para acercarse a la pintura de Claudia Gallegos. Superficies que denotan profundidades en el tiempo y el espacio; estratos anteriores del proceso pictórico, capas sobre capas reflejando el periplo de la mente por el movimiento de la mano. Su huella se siente sobre toda la superficie. Los rayones en carboncillo parecen provenir, más que del expresionismo de Tobey o Twombly, del encefalograma de una voluntad que pretende exteriorizar sus ritmos internos. Aquí no valen las palabras, los conceptos, las mismísimas imágenes. La finalidad es expresar mediante grafismos la vibración interior del motor del alma. Por eso la pintura de Claudia Gallegos es una piel viva, opaca y transparente a la vez, superficie e interioridad, creciendo desde abajo hacia arriba, desde adentro hacia afuera, desde lo subjetivo al objeto y desde su mente a la nuestra.
Por su condición de sismógrafo, la pintura de Claudia es fundamentalmente autónoma, tanto de influencias históricas como de referentes externos. Ve hacia adentro y nos habla con un murmullo interior. Necesitamos silencio para ver esta obra, para sentir el latido de sus rayones y escuchar la vibración de su voz. ¡Silencio, que la superficie habla!