La pasión de Juana
Miércoles, 18 Diciembre 2013 22:16
Escrito por Angélica Abelleyra
Acabar con la violencia
Ha transgredido muchas reglas para construirse la vida que ha querido. Y a partir de sus dos pasiones, la defensa de los derechos humanos y la fotografía, enfoca su mirada y su corazón en las mujeres, a quienes retrata, escucha, orienta, escudriña, cuestiona y zarandea para que sean personas que se quieran e integren a esa inacabada tarea colectiva de no ser violentadas sino respetadas, amadas y con una capacidad de análisis, respuesta y sonrisa.
Lucero González (1947) nació por accidente en la ciudad de México pero es más oaxaqueña que una tlayuda. En Oaxaca pasó su infancia y aprendió sus sabores, texturas, olores. Si bien radica en el DF, regresa al Zócalo de la Antequera cada verano, respira algo de paraíso y renueva su contacto con el mundo campesino e indígena; ese mostrado durante la adolescencia por su padre epidemiólogo y que la anima hasta hoy para crear narraciones visuales con sustento social y trabajos creativos de reflexión en torno a la condición de ser mujer tanto en el ámbito rural como urbano; en lo privado y lo público.
Con formación en Sociología por la UNAM, ingresó al feminismo por una curiosidad política. Pensaba que una revolución socialista todo lo cambiaría hasta que le cayó el veinte y reivindicó el trabajo personal como la medida que algún día podrá modificar el mundo para mejorarlo. Eterna pata de perro, ha vivido en París, Roma, Nueva York y otras ciudades del mundo. Se formó con la cultura política italiana y de aquellas feministas fue testigo de su enorme poder de organización. En París asimiló la reflexión teórica de las feministas francesas hasta que retornó a México, fue a Cuernavaca y junto con Betsy Hollants impulsó en la década de los 80 un CIDHAL con apoyo sicológico, médico y legal para las mujeres.
Animadora de grupos y cooperativas, en los 70 formó parte del Movimiento de Liberación de la Mujer y del colectivo La revuelta, encargado de uno de los primeros periódicos feministas en el país. Posteriormente en los 90 fundó con otras colegas el grupo Semillas y GIRE.
Con desenfado y humor, se revitaliza con el intercambio de ideas y trabaja para fortalecer la ciudadanía. En labor grupal apoya la edición de folletos sobre placer y maternidad voluntaria así como de sexualidad en jóvenes; también escucha ese malestar generalizado por el papel que la sociedad asigna al hombre y a la mujer, con un sentimiento de estar construidos parcialmente.
Junto a este corazón abierto por las mujeres, su pasión por la imagen la vuelca en la foto. Mirona siempre, hace lecturas del cuerpo, ese imán poderoso para dar y atraer emociones. Primero fue el desnudo, luego el retrato y más tarde el fotorreportaje social ligado a la condición de las féminas. La cámara es para ella un instrumento de fuego; llave que permite la intromisión en la vida de los otros y viceversa: el doble juego de los espejos.
Para captar esos reflejos, la impulsora del Loo Estudio (galería extinta) y admiradora de Sally Mann, Imogen Cunningham y Berenice Koldo, trasladará su vocación de experimento al construir una trilogía con los elementos fuego, agua y tierra. A partir de ceremonias rituales de zapotecas y mixes, se ubicará en el siglo XXI para machacar una y otra vez en la vida de las mujeres y su participación colectiva en ciudadanía plena.
Texto publicado originalmente en La Jornada Semanal (08/diciembre/2002)
Acabar con la violencia
Ha transgredido muchas reglas para construirse la vida que ha querido. Y a partir de sus dos pasiones, la defensa de los derechos humanos y la fotografía, enfoca su mirada y su corazón en las mujeres, a quienes retrata, escucha, orienta, escudriña, cuestiona y zarandea para que sean personas que se quieran e integren a esa inacabada tarea colectiva de no ser violentadas sino respetadas, amadas y con una capacidad de análisis, respuesta y sonrisa.
Lucero González (1947) nació por accidente en la ciudad de México pero es más oaxaqueña que una tlayuda. En Oaxaca pasó su infancia y aprendió sus sabores, texturas, olores. Si bien radica en el DF, regresa al Zócalo de la Antequera cada verano, respira algo de paraíso y renueva su contacto con el mundo campesino e indígena; ese mostrado durante la adolescencia por su padre epidemiólogo y que la anima hasta hoy para crear narraciones visuales con sustento social y trabajos creativos de reflexión en torno a la condición de ser mujer tanto en el ámbito rural como urbano; en lo privado y lo público.
Con formación en Sociología por la UNAM, ingresó al feminismo por una curiosidad política. Pensaba que una revolución socialista todo lo cambiaría hasta que le cayó el veinte y reivindicó el trabajo personal como la medida que algún día podrá modificar el mundo para mejorarlo. Eterna pata de perro, ha vivido en París, Roma, Nueva York y otras ciudades del mundo. Se formó con la cultura política italiana y de aquellas feministas fue testigo de su enorme poder de organización. En París asimiló la reflexión teórica de las feministas francesas hasta que retornó a México, fue a Cuernavaca y junto con Betsy Hollants impulsó en la década de los 80 un CIDHAL con apoyo sicológico, médico y legal para las mujeres.
Animadora de grupos y cooperativas, en los 70 formó parte del Movimiento de Liberación de la Mujer y del colectivo La revuelta, encargado de uno de los primeros periódicos feministas en el país. Posteriormente en los 90 fundó con otras colegas el grupo Semillas y GIRE.
Con desenfado y humor, se revitaliza con el intercambio de ideas y trabaja para fortalecer la ciudadanía. En labor grupal apoya la edición de folletos sobre placer y maternidad voluntaria así como de sexualidad en jóvenes; también escucha ese malestar generalizado por el papel que la sociedad asigna al hombre y a la mujer, con un sentimiento de estar construidos parcialmente.
Junto a este corazón abierto por las mujeres, su pasión por la imagen la vuelca en la foto. Mirona siempre, hace lecturas del cuerpo, ese imán poderoso para dar y atraer emociones. Primero fue el desnudo, luego el retrato y más tarde el fotorreportaje social ligado a la condición de las féminas. La cámara es para ella un instrumento de fuego; llave que permite la intromisión en la vida de los otros y viceversa: el doble juego de los espejos.
Para captar esos reflejos, la impulsora del Loo Estudio (galería extinta) y admiradora de Sally Mann, Imogen Cunningham y Berenice Koldo, trasladará su vocación de experimento al construir una trilogía con los elementos fuego, agua y tierra. A partir de ceremonias rituales de zapotecas y mixes, se ubicará en el siglo XXI para machacar una y otra vez en la vida de las mujeres y su participación colectiva en ciudadanía plena.
Texto publicado originalmente en La Jornada Semanal (08/diciembre/2002)