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Luchadora sin máscara

Jueves, 19 Diciembre 2013 10:49 Escrito por Angélica Abelleyra

Siente la fotografía actual “muy viejita”. Incluso su propio trabajo con la cámara lo percibe añejo. Y por eso prepara sus maletas, deja atrás el oficio que ha desarrollado con heterodoxia durante 30 años y se lanza cual viajera de tiempo completo en pos de otros medios: el video, la instalación, el uso de la computadora y la digitalización de la imagen.

Lourdes Grobet (DF, 1940) siempre ha experimentado. Primero con las artes plásticas que estudió en la Universidad Iberoamericana; con el diseño gráfico que realizó en el Cardiff College of Art, y finalmente con lo que aprendió de foto en el Derby College of Art, ambos en Inglaterra.

Ahora cierra el ciclo y continúa su exploración en los multimedia. Lo hace para hablar visualmente sobre el viento, para pintar digitalmente algunos paisajes y para cruzar el estrecho de Bering y hacer una exploración creativa sobre el re- posicionamiento geográfico y cultural del sitio.

“El lenguaje cambia y el recurso de la fotografía fija me parece ya lejano. Así como en un momento dado sentí que la pintura era añeja, siento que hoy la foto lo es. Y como siempre se me ubicó en nada y la ‘aristocracia fotográfica’ me cataloga de ‘mala fotógrafa’, continúo mi camino en la experimentación”.

Grobet retorna a sus principios. A esos que en la década de los 70 la llevaron a usar el kinetismo, las proyecciones, la instalación y la sicodelia para sus espectáculos. A eso que la ubicó en el movimiento de los grupos, como “Proceso Pentágono”. Al trabajo colectivo y con jóvenes, que la animan más que nunca.

“Es algo estimulante conjuntar ideas. En realidad nunca he dejado de trabajar en grupo y los multimedia me refuerzan ese placer. Además, algo padre en mi trabajo es que ha tenido repercusión en la chaviza. Eso me llena de alegría porque le gusta mi trabajo. Nunca me ha importado el rechazo de mi obra por parte del gremio fotográfico. Trabajo para mí y para divertirme”.

El gozo y la ausencia de solemnidad destacan en su labor y personalidad. Se ubica eterna sesentera rebelde, sin conformarse a no decir y no protestar. Abuelita ya, sigue amparada por las enseñanzas de su “Santa Trinidad”: Mathías Goeritz, El Santo y Gilberto Aceves Navarro.

El primero sigue siendo su línea. “Goeritz me dijo que si no me divertía, me olvidara del arte. Y me he mantenido goeritziana toda la vida, no me he tomado en serio y así seguiré”. De El Enmascarado de Plata aprendió la generosidad: “El hombre más famoso de México fue el más sencillo que conocí. Él es el único que ha superado la fama pues se supo importante pero siempre respondió al llamado de la gente”. Para cerrar la tríada, del pintor Aceves Navarro permanece su enseñanza de la libertad: “Con él todo era libre, de aprender a mover el cuerpo, de pintar con toda tu humanidad”.

Uno de sus más recientes trabajos en equipo fue Prometeo Unisex, video-instalación digital del ser humano en el siglo XX, a partir de El hombre en llamas, el Prometeo de José Clemente Orozco en el Hospicio Cabañas de Guadalajara. “Cuando entré al ex convento de Santa Teresa, vi la cúpula y eso me llevó a la pieza de Orozco: uno de los mejores murales del siglo XX. Fui enloqueciendo con esa imagen que se desplaza 360 grados junto con tu movimiento visual. Luego me fui más allá de la visión occidental del Prometeo y llegué a la significación del dios del fuego mexicano con su don de ubicuidad de estar en los cielos y el inframundo como un todo. Pero vino la pregunta si era Prometeo o Prometea. Llegué a la reflexión de que el hombre de la centuria pasada representa el unisex, no la homosexualidad sino la idea del ser unitario, andrógino, del masculino y femenino que todos llevamos dentro. Ese personaje enfrenta todas las vicisitudes del ser humano actual que entra en los túneles de la educación, la maquinaria, la cibernética, la publicidad el ruido... hasta que viene una pequeña liberación. Pero vuelve a enredarse en un sistema de chips que lo enrolan en el consumismo hasta que se desintegra en las llamas, quedando como un ser volátil, sin solución. Por eso al final pregunto: Are you really want to save your ass?¿Vale la pena o no? ¿Hay salvación?”.

Tras la conclusión de esta obra y de residencias artísticas en Banff, Canadá y Yadoo, Nueva York, ha continuado con sus loqueras en video: una recreación lúdica de la exposición de Helen Escobedo Estar o No Estar y un juego de orejas y auriculares de teléfono para integrarlo a una instalación.

Con toda esta parafernalia en movimiento, parece quedar atrás su etapa de fotografía fija. La conformada por ciclos monotemáticos: la lucha libre (sobre todo las mujeres en el ring) y la recreación de la máscara; la emigración de mexicanos a Estados Unidos y la vida de los chicanos; la inmigración cubana en nuestro país; las andanzas creativas del grupo de Teatro Campesino de Oxolotán, Tabasco; el testimonio de acciones del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y del zapatismo.

“Cuando en los años 70 yo estaba haciendo instalaciones, performances y quemaba fotos, muchos estaban retratando puros indios y volcanes. Yo juré que nunca me iría por esa línea. En cambio, en la lucha libre y los otros temas, encontré al indio-urbano, al México profundo que compartí con Guillermo Bonfil Batalla y donde descubrí mundos afines que trabajé por años”.

Sin embargo, más que profesional de la lente a secas, se ve una “artista plástica que usa la foto” pues así como ha utilizado la cámara hubiera podido manejar el pincel, el lápiz o el buril gracias a su formación. Y en cualquiera de los rangos, se sitúa “curiosa, metiendo las narices donde no debo” y dando cauce a su eterno impulso de militante y creadora de arte colectivo, lúdico y anti solemne que anime la inteligencia y el lado humano de la gente.

La Jornada Semanal, 14 de octubre de 2001
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