Muchas casas, la casa
Jueves, 19 Diciembre 2013 14:13
Escrito por Alex Fleites La Habana y febrero del 2011
Una casa se puede hacer con los más diversos materiales. Algunos tan flexibles que permiten el paso de los vientos; cimbran entonces las moradas como espigas de trigo o de maíz, pero nunca se quiebran. Otros son rígidos, seguros desde su mismo espesor, buenos para levantar torres contra el azul del cielo. Pero entre todos, el material más sorprendente es el sueño, la sustancia con que amasamos lo mismo una fruta, un rostro querido o una estrella.
Los sueños se afincan, para trascenderla, en la realidad más inmediata. La casa hecha con sueños es el epítome de todas las casas que han sido, que son y -lo más importante-que serán.
Sobrevienen a dichas y catástrofes, migraciones y asentamientos, laboriosos días de fundar y noches ígneas donde, a toda prisa, hay que abandonar el pan sobre la mesa.
Becky Guttin es una maravillosa hacedora de casas. Las dibuja, las pinta, las talla, las esculpe a partir de los sueños. Construye sus viviendas esenciales como lo haría un niño. Es decir, con la seriedad de quien pone la vida en lo que para otros -los que no ven- no pasaría de ser un juego. Pero digo mal. No va esta artista poblando de casas el mundo, sino más bien está diseminando los fragmentos que servirán para edificar la casa, así, en singular, el espacio que nos pueda contener a todos, bueno para el sosiego y el amor, donde se cuezan alimentos y canciones.
De todas las definiciones posibles, la que más me gusta es aquella que consigna que la patria es el lugar donde mecemos la cuna de los hijos. Entonces cabe concluir que la patria es la casa, el segmento de universo que nos es dado habitar.
El arte tiene el deber moral de ser inclusivo. Becky padece el luminoso delirio de querer arroparnos a todos con su obra cálida, alcanzable, aunque también de densas significaciones. Me gusta este segmento de su trabajo porque me energiza, me compromete y me obliga a pensarme mejor. El arte de Becky Guttin moviliza los sentidos. Puede hacernos sensibles hasta el llanto y proveernos de la serena y necesaria alegría que es el mejor cimiento de la casa.
Una casa se puede hacer con los más diversos materiales. Algunos tan flexibles que permiten el paso de los vientos; cimbran entonces las moradas como espigas de trigo o de maíz, pero nunca se quiebran. Otros son rígidos, seguros desde su mismo espesor, buenos para levantar torres contra el azul del cielo. Pero entre todos, el material más sorprendente es el sueño, la sustancia con que amasamos lo mismo una fruta, un rostro querido o una estrella.
Los sueños se afincan, para trascenderla, en la realidad más inmediata. La casa hecha con sueños es el epítome de todas las casas que han sido, que son y -lo más importante-que serán.
Sobrevienen a dichas y catástrofes, migraciones y asentamientos, laboriosos días de fundar y noches ígneas donde, a toda prisa, hay que abandonar el pan sobre la mesa.
Becky Guttin es una maravillosa hacedora de casas. Las dibuja, las pinta, las talla, las esculpe a partir de los sueños. Construye sus viviendas esenciales como lo haría un niño. Es decir, con la seriedad de quien pone la vida en lo que para otros -los que no ven- no pasaría de ser un juego. Pero digo mal. No va esta artista poblando de casas el mundo, sino más bien está diseminando los fragmentos que servirán para edificar la casa, así, en singular, el espacio que nos pueda contener a todos, bueno para el sosiego y el amor, donde se cuezan alimentos y canciones.
De todas las definiciones posibles, la que más me gusta es aquella que consigna que la patria es el lugar donde mecemos la cuna de los hijos. Entonces cabe concluir que la patria es la casa, el segmento de universo que nos es dado habitar.
El arte tiene el deber moral de ser inclusivo. Becky padece el luminoso delirio de querer arroparnos a todos con su obra cálida, alcanzable, aunque también de densas significaciones. Me gusta este segmento de su trabajo porque me energiza, me compromete y me obliga a pensarme mejor. El arte de Becky Guttin moviliza los sentidos. Puede hacernos sensibles hasta el llanto y proveernos de la serena y necesaria alegría que es el mejor cimiento de la casa.