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Otras Miradas. Sobre la plástica de Adriana Raggi

Jueves, 09 Enero 2014 19:14 Escrito por Armando Villegas y Erika Lindig

Retratos, fragmentos de cuerpos desnudos, acercamientos, la atención puesta en un detalle, un lunar quizá, unos dobleces de la piel, un tatuaje…. Por un momento podría pensarse que el trabajo de Adriana Raggi parte de un rasgo que llama poderosamente la atención. Pero, por otra parte, ¿por qué reducirlo a uno, a dos o a cinco rasgos?, ¿por qué responder al criterio institucional del “estilo” de un productor? Como si todo trabajo tuviera que responder a principios.
 
Así es que, sin reducirlo a estas pocas notas, hablemos del trabajo de Raggi. Ese rasgo que llama la atención y que aparece en una parte importante de su pintura, dibujo y grabado es el “punto de vista”. No se trata del artista contemporáneo que ha llegado a la consumación de la subjetividad para hablar de “un mundo” absolutamente singular producido por su creatividad, Raggi no se ajusta a los criterios románticos. Más bien se trata de reivindicar la mirada propia. De pintar el propio cuerpo desde esa mirada que sólo puede tener quien se ve a sí misma. Nadie puede estar en los propios ojos. No hay como la fotografía o la pintura para mostrar eso que parece obvio. Y al mostrarlo produce un efecto importante a nivel del pensamiento de género: logra poner en cuestión las imágenes del desnudo femenino que todavía hoy prevalecen en el ámbito mediático e incluso en el artístico, por ejemplo en fotografía. El de Raggi es el gesto político de reapropiación de la mirada.
 
Tomemos ahora el título de uno de los cuadros “Todo lo visible y lo invisible”. Lo visible determina la posición de un cuerpo en su cotidianeidad. Esta visibilidad se obvia en la pintura de Adriana Raggi. O, para decirlo de otro modo, desaparece. Lo invisible, en cambio, destroza la pura representación común subvirtiendo la posición del cuerpo o los detalles del mismo. Así, la espalda y los glúteos protagonizan una escena en la que aparece “lo otro” de uno mismo. Las bocas aparecen de manera hiperbólica, exageradas y los labios pueden también ser grotescos. Puede haber dos influencias en este punto. Sí, la pintura de Adriana Raggi tiene dos fuentes de inspiración conocidas: Francis Bacon y Lucien Freud. Sólo que en ella, la motivación es singularmente política: denuncia la forma en que vemos los cuerpos e invierte la mirada del hombre sobre la mujer. Es una mujer quien ve y no la singular (y nunca universal) mirada con la que occidente ha creado la estética de los cuerpos.
 
Pero además lo invisible es aquello que sale del cuadro. Que por alguna razón no está
 
representado, pero que causa nuestra curiosidad. La pintura de Adriana Raggi es en este punto siempre un detalle. Parece que la totalidad del cuadro es imposible de representar y sólo es sugerida. Siempre los cuerpos están a punto de salir, ellos mismos, del cuadro. Si quisiéramos aislar un detalle, sería necesariamente el detalle del detalle. No hay centro pues nunca vemos la figura completa. Y las figuras han sido enmarcadas artificialmente mostrando la enorme violencia del concepto de “cuadro”. En este sentido, el trabajo de la artista es también político, al no reproducir el orden de composición que todavía algunos críticos de arte quisieran ver en una obra para normar lo qué es y lo que no es el arte.
 
Sin duda la plástica de Adriana Raggi aporta miradas: otras miradas. Miradas sobre ese otro cuerpo que somos; miradas sobre ese otro cuerpo que hay en el otro.
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