Museo de Mujeres

 

Intento con mi trabajo crecer un jardín propio, delimitado y salvaje, donde florece la belleza y ocurre la putrefacción, un lugar a donde pueda llevar el repertorio del mundo con las manos, donde pueda andar a tientas y hacer ruido. Un jardín-materia-cuerpo contaminado de humanidad.

 

El arte es el mejor lugar para permitirse ser trickster, bruja/o, maga/o, filósofo/a, monje/a, loco/a, bestia, santo/a, andrógino.

 

Para hacer se dosifica y multidirecciona el deseo.

 

Hago por deleitarme en el desorden de una identidad que se debate entre la sexualidad, el entorno cotidiano y la información, para generar un trabajo sacudido por las fuerzas de la fantasía, poblado de privacidad y ficción. A ese lugar no se llega desde la especulación, sino desde el contacto con la materia. Con materia me refiero al repertorio del mundo. Hacerla cuerpo.

 

Hurgo en los restos, trabajo con lo que está mi alcance o encuentro cotidianamente, recolectando materiales e imágenes. Reclamo el derroche y el detalle inútil.

 

Entiendo la práctica artística actividades heterogéneas desjerarquizadas orientadas a desatar la creatividad. Creo en la permeabilidad del arte y la vida, pero con intervalos, cortes y dobleces, con cambios de orientación, actividades que van de la necesidad de introspección a la necesidad de romper el aislamiento y generar encuentros, de etapas de dispersión y falta de rigor a la disciplina estricta, del encierro en el taller a la necesidad de colaboración con otros, de la definición de proyectos personales o colectivos a la negociación con la urgencia de la sobrevivencia cotidiana, del enfrentamiento con materiales mudos a la búsqueda de diálogo y multiplicación del conocimiento.