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Rocío Maldonado: hacer más con menos

Miércoles, 22 Enero 2014 11:59 Escrito por Angélica Abelleyra
 
Prefiere los silencios y ver pasar el tiempo. Llevarse un año, por ejemplo, de poner capa tras capa de tintas, pintura y agua para que el papel registre también el curso de los días. O aliarse a los ritmos de la naturaleza que permitan florear el ciruelo. Desde niña tiene un temperamento calmado, proclive a la contemplación. Por eso, Rocío Maldonado (Tepic, 1951) devela en su obra plástica un tiempo interno donde suma cuerpos, piedras y torbellinos de niebla o luz en una amplísima gama de grises, ocres y rojos en su convicción que puede escarbar más en sí misma cuando limita los materiales, los colores y los recursos.
 
A los doce tenía la certeza de que en la pintura se sentía bien. Ingresó a la escuela del INBA en la capital nayarita y mientras ella experimentaba en el universo de las formas, sus hermanos lo hacían en el de la música a través de la guitarra. Su mamá le regaló un estuche de madera para guardar pinceles, tubitos de óleo y una paleta que usa hasta la fecha. El apoyo era real y entrañable pero su padre, con el alucine de ver a su hija en medio de “los marihuanos” de San Carlos, hizo que el desánimo provocara que sus días de dibujo se espaciaran.
 
Hija mayor de once hermanos, fue “el experimento” de la familia en la idea de que su fin último sería el matrimonio y no había que preocuparse por el estudio. Sin embargo ella se afianzó en la idea de continuar una carrera donde el dibujo permaneciera como un asidero. Se decidió por Diseño de Interiores en la Universidad Femenina de Guadalajara, y allí el dibujo a mano libre, más las clases de historia del arte le refrendaron su amor por el camino artístico.
 
Llegó a la ciudad de México a los 24 años y permaneció dos y medio en La Esmeralda. Entre sus clases con Octavio Bajonero y Javier Arévalo, el único interés era tener un lápiz en la mano y copiar todo lo que podía: desnudos con modelo al natural, paisajes, piedras. Su generación -Germán Venegas, Roberto Turnbull, Georgina Quintana, Estela Hussong, entre otros- crecía con la idea de que lo primordial era el oficio, estar en acción constante, a diferencia de los jóvenes hoy, más instalados en el concepto. Cuando sintió poco aprendizaje fue a la Escuela Nacional de Artes Plásticas (Xochimilco) y continuó con Gilberto Aceves Navarro y Luis Nishizawa en talleres donde se sumaban libertad y método.
 
Para iniciar un camino por su cuenta, compartió un taller con Georgina Quintana en el centro de la ciudad de México y así transitó dentro de una figuración sin cortapisas. El cuerpo humano es su interés; un fragmento de torso, una oreja, un pie, son su forma de acercarse a la realidad. Antes lo hacía con modelo en vivo pero ahora retoma imágenes de Helmut Newton y otros fotógrafos. Sin embargo acepta que las piedras, las ramas, las espinas son figura pero también enlace con la abstracción y ella asume la mistura.
 
Entre la libertad del trazo y un sesgo académico, disfruta de la riqueza de las gamas de grises hasta tornarse negros y le genera placer colocar capas de pintura en ese papel japonés tan resistente como bello. Además, a sabiendas que no tiene una cocina pictórica muy armada, busca texturas en la superficie al añadirle telas y pegarle papeles: suma de elementos que no abigarran la obra.
 
Como Paul Celan, dice que en la vida no hay atajos. Todo lo que recorres te va marcando, para bien y para mal. Por eso su gusto por la jardinería y el tai chi le alimentan ese tiempo interno fluido pero con pausas y silencios que traslada a su obra plástica bañada de una energía sin planeación y mucho sustento.
 
Texto publicado originalmente en La Jornada Semanal (12/febrero/2006)
Visto 5147 veces Modificado por última vez en Jueves, 10 Abril 2014 15:59