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Gajos místicos

Jueves, 23 Enero 2014 12:55 Escrito por Omar Fuentes
 
Ésta será una lluvia diferente.
No querrás huir y tampoco desearás cubrirte.
Al contrario: te sentirás afortunado por dejar que el chipichipi te acaricie.
Vas a mirar fijamente al árbol que la sostiene, en medio de todo y alejado de lo demás, impávido y diluviando paciencia.
Vas a dejarte deslumbrar por los rayos de sol que se escurren entre las hojas y que dan la apariencia de que algo vivo también está ahí.
Vas a tratar de entender la complicada trama que cuelga de él pero vas a terminar aceptando que también es aleatoria, como algunas otras cosas que te atormentaron alguna vez.
Vas a contener la respiración cuando una ráfaga de viento haga que las gotas de mandarina se rocen entre sí
y vas a seguir con atención inevitable el místico vaivén de los gajos, su péndulo efímero, bien delimitado y reduciéndose poco a poco
y vas a esperar a que la quietud regrese, al menos temporalmente, hasta que el espacio sople otra vez
y, con el nuevo bamboleo, vas a haber deseado haberte contenido menos y haberte precipitado más
Vas a anhelar envolverte en la llovizna mientras continúe cayendo...
 
Todas las historias tienen fronteras: tienen un principio y un fin; por razones obvias, ésta es una propiedad inherente a su condición. Sin embargo, las historias que Diana Mendieta construye a través de su obra no solamente suponen estos confines... además, esta característica es también el tema implícito de sus relatos y la naturaleza sirve de testigo y actriz para contarlos.
 
Para Gajos Místicos, Diana eligió como elemento central a un árbol de mandarinas que ya estaba siendo el protagonista de su propia historia: echó sus raíces en una tierra mística, en medio de otros pares, en un paraje en el que la luz solar parece aterrizar con mayor intensidad y justo en frente de una albarrada que circunstancialmente sirve para recordarnos, una vez más, a la irremediable temporalidad.
 
Entonces se dio a la tarea de hilvanar la intrincada red de hilos de nylon y, a ellos, cada uno de los cientos de gajos que irían cayendo de las ramas. Sería un trabajo arduo y minucioso pero necesario para poder recrear la anhelada lluvia de prismas cítricos.
 
El primer día, Diana tuvo un descuido inocente: olvidó, sin mala intención, solicitar el permiso correspondiente para comenzar su empresa. Pero no estamos hablando del permiso social que es más relevante para las personas; en realidad, nos referimos a ese permiso que sólo da la naturaleza... después de todo, se estaba entrometiendo en un escenario que no era suyo. Así, sin haber considerado este importante detalle, al término de esa sesión inicial de trabajo construyó un improvisado espantapájaros para proteger lo elaborado hasta ese momento. Quizás sí fue suficiente para asustar a algún animal perdido pero no para ahuyentar a los moradores del lugar, los aluxo'ob.
 
Es una dulce ironía, de hecho: Diana estaba siendo un alux precisamente al alterar un poco el orden del lugar, al cambiar ligeramente la luminosidad habitual, al darle al viento algo más que hojas y frutos para mecer. La represalia fue evidente a la mañana siguiente, la del segundo día, cuando encontró su obra también inusitadamente modificada: la trama de nylon atada al árbol, antes baja, ahora se encontraba anudada a una mayor altura; como se puede suponer, ningún animal habría sido capaz de lograr semejante hazaña. Ojo por ojo.
 
Lección entendida, solicitud realizada, misticismo manifestado. Diana continuó su labor durante dos días más bajo el consentimiento de, ahora sí, todos los habitantes del lugar. Ya no tuvo que preocuparse más y es probable que el espantapájaros se volviera un ornamento opcional. Alguien resguardaba celosamente a los Gajos Místicos, tanto como para regalar un panorama sin precedentes durante el cuarto día, el de la sesión fotográfica, y la mantuviera intacta tras varios días más.
 
Como ocurre con todo trabajo cuyo tema tácito es justamente lo efímero y lo temporal -con sus fronteras y sus confines- lo que nos queda es el registro fotográfico, un atisbo al bamboleo y a la quietud, a los vaivenes místicos y a las ráfagas de viento, a las tramas aleatorias y a los rayos de luz escurridos.
Quédate impávido, siéntete acariciado por las gotas que caen, espera pacientemente... y acepta.
 
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