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De alhajas y lágrimas

Viernes, 24 Enero 2014 10:15 Escrito por Angélica Abelleyra

Lo suyo ha sido enamorar a los materiales y dejarse seducir por ellos. Primero fue la cerámica y la modesta decisión de hacer vasijas. Pero tras concluir muchos años de un matrimonio que la nulificaba, vencer los miedos y desplegar las alas, Diana Mendieta (DF, 1963) no sólo multiplicó las pieles con las cuales construir metáforas sino que aquellos objetos tomaron variados cuerpos: mujer, vagina, arco, seno, collar, seno, cacto que devienen universos lúdicos, lúbricos, irónicos y conmovedores.
 
En su familia no había antecedentes artísticos; si acaso una tía escritora y el placer de la pequeña Diana por comprar plastilina en lugar de dulces con los domingos cada semana. Así que el anhelo juvenil de estudiar artes plásticas “con una bola de bohemios”, encontró el rechazo de sus padres y la decisión complaciente por una carrera como la de Arquitectura (en la UNAM) que le daba tranquilidad en su relación familiar y pocas satisfacciones íntimas.
 
A los 20 años, hizo todo lo que los demás esperaban de ella: no ejerció como arquitecta pero se casó, parió cuatro hijos y se transcurrió la vida en Mérida, donde cumplía el papel de ama de casa apoyada por choferes, servicio doméstico, mucha vida social pero también un denso vacío: “No me pegaron físicamente pero sí sufrí violencia emocional. Lo permití. Y cuando empecé mis clases de escultura en cerámica y vi algo de lo que era una existencia plena, me auto boicoteé cuando a pesar de un mal matrimonio me embaracé de mi cuarto hijo, una niña”.
 
Con todo, continuó con las clases de escultura que le daba Gerda Gluber. Empezó a soltar las ataduras de confeccionar sólo vasijas y cuando nació su bebé decidió divorciarse. Ya había participado en la constitución de Mujeres en Lucha por la Democracia (en Mérida) así que tenía la deuda de buscar la democracia en casa.
 
Con cuatro hijos que mantener y problemas económicos severos por un escaso apoyo del ex marido, Mendieta continuó con su placer por la escultura y omitió las sugerencias de ceñirse solamente a la cerámica. Empezó a combinarla con fierros, maderas, plásticos, textiles y todo lo que se le ocurría. No solo en los materiales hubo cambios. También en las formas se notaron rebeliones: el sesgo puramente figurativo de sus primeros intentos, con mujeres desgarradas, se tornó en figuras infantiles más juguetonas y menos evidentes en la literalidad de los contornos: oquedades que se tornaron vulvas, senos, bocas.
 
La dificultad de vender obra y su nula capacidad para auto promoverse hizo que tocara fondo y hasta lo rascara. Pero un mecenas apareció en su vida y le facilitó la continuación del trabajo creativo por varios años junto a sus hijos, un nuevo marido italiano, su palapa en Cholul y sus invenciones de milpas con referencias al Popol Vuh, arcos construidos con envolturas de comida chatarra, mujeres frondosas enchiladas (adornadas de chiles), instalaciones de palomitas de maíz o especie de panales de chile cascabel.
 
Verduras, semillas, tubérculos han sido sus materiales de placer en años recientes. En resina encapsula mazorcas de maíz, hilvana panes para colocarlos como mandalas en pleno mar de la hermosísima Laguna de Bacalar, inserta botones como pezones en cactus de cerámica o henequén.
 
Una de sus últimas exploraciones tiene como material central a la cebolla. Decenas de ellas ensartadas como perlas o lágrimas o burbujas que coloca en troncos de árbol o en medio de las aguas sinuosas del mar. Dice al respecto: “Me ha gustado cocinar y en la mayoría de los hogares las mujeres siguen diciendo que son felices como las señoras de la casa. Y allí las tienes, partiendo cebollas y chille y chille. Yo lo viví y creo que es la historia de muchas mujeres”. El tono sin embargo es más festivo que dramático. “Podría continuar con el discurso de la mujer doblegada y maltrecha, con formas abstractas pero tono ensangrentado, sin embargo estamos bastante jodidos como para mejor hablar de esperanza y reírnos de nosotras mismas, de decir, bueno sí, hemos llorado pero somos una alhaja que merece ser atendida y amada”.
 
Si bien asume su poco interés en empaparse de la historia del arte “para no influenciarse del arte de los demás”, acepta que cuando vio una obra de Ana Mendieta le impactó el nexo que pudo observar en la obra de la cubana y su propio trabajo. Sin embargo, continúa con su hábito de no sobre-informarse pues además tiene el síndrome de atención dispersa que le dificulta recordar nombres y detalles.
 
Además de la confección de un vestido de noche hilvanado con chiles piquín en vez de chaquira, como una especie de parodia de la cincuentona Barbie y la tendencia de moda anoréxica, planea trazar en su mente los primeros mapas para construir una fundación en Bacalar donde acudan artistas visuales, bailarines, escritores, a desarrollar parte de su trabajo en estancias temporales. “Todos se emocionan y me dicen ¡Qué bueno Diana, hazlo! Yo les reviro ¡Hagámoslo!”, sonríe la amante del desapego y que pronto construirá su casa en esa laguna, acompañada cada vez de menos cosas y más agua y sol.
 
Texto publicado en la columna Mujeres Insumisas, de La Jornada Semanal (12/abril/09)
 
De la tierra al cielo
Por Magali tercero
 
Con Diana Mendieta nos encontramos frente a una escultura plena de terrestre erotismo emanado de alguna zona sutil del espíritu. En Palomas, por ejemplo, instalación de aérea textura y dueña también de esa gravedad que sólo corresponde al planeta tierra donde habitamos. Con sus obras, y desde un lugar donde, dicen, se halla un mecanismo inasible de la mente llamado criptomemoria, Mendieta ha logrado que aflore a mi psique la memoria de algunos de esos rituales de la niñez donde intuitivamente ponemos los símbolos en acción para que tiendan puentes significativos entre las realidades física y espiritual. Pero no sólo eso. Gracias a estas piezas ha vuelto a la vida el recuerdo, por largo tiempo sumido en las profundidades oceánicas del inconsciente, de un homenaje ritual en el que quien esto escribe se vio envuelta alguna vez: una danza ejecutada al inicio de un soberbio atardecer en el Popocatépetl, un homenaje pagano a la Naturaleza realizado espontáneamente por algunas jóvenes mujeres que visitaban esa zona a donde yo había ido a parar un fin de semana.
 
ESCULTURA ORGÁNICA E INDUSTRIALIZACIÓN
 
¿Escultura orgánica que busca resignificar, con algunos materiales industriales, el vocabulario minimalista? En todo ello ambos propósitos parecen estar presentes: su obra parte de lo que Paul Eluard bautizaba como la ”exclamación que está en el origen del poema“. Hay todo tipo de nomenclaturas para explicar esta obra enmarcada en la naturaleza –una pasión de la artista, quien pronto va a mudarse a una pequeña isla del sur mexicano – pero por ahora no es necesario colocar en imaginarios cajones sus esculturas, instalaciones, objetos y cerámicas. De hecho, son más elocuentes los materiales utilizados que las clasificaciones del arte contemporáneo y por el momento importa más la fina, contundente, emoción suscitada en el espectador con piezas como A pan y agua o Agua-cate, instalaciones de gran formato realizadas en la Laguna de Bacalar, en Quintana Roo: la primera con agua dulce, madera y pan y la segunda con innumerables aguacates abiertos y cerrados.
 
A pan y agua, con sus cientos de bolillos alargados como desnudos peces flotando sobre la laguna azul, tiene –quizá sin proponérselo la autora– connotaciones bíblicas. Nos habla de lo elemental para existir eróticamente en el seno del mundo, de la distribución equitativa de bienes entre los seres humanos. Lo mismo ocurre con Yook’ol, elaborada con hojas de maíz criollo sobre metal; con otra pieza de título más cotidiano, Tortas de tamal, especie de corona conformada con hojas de elote sobre las cuales Mendieta montó casi un centenar de panes de trigo; y con Palomitas (hija civilizada de Palomas), hecha con resina, fibra de henequén y palomitas de maíz; e incluso con la alta escultura vertical bautizada como Nixtamal.
 
FEMINISMO, ECOLOGÍA Y PANTEÍSMO
 
Dice Octavio Paz, en El arco y la lira, que el nombre del ser humano es Deseo, con mayúsculas, y este anhelo puede también expresarse, sin intención lírica, en piezas que dejan ver un sentido del humor llano, casi infantil, como La enchilada, una mujer rolliza que recuerda a Fernando Botero, esculpida con arcilla blanca y adornada con coloridos chiles habaneros; o La botanita, otra escultura femenina de generosas proporciones a la cual las envolturas de cierta comida chatarra dan un tono de ironía casi chirriante. Al respecto dice la propia Mendieta: “Al principio mi obra era figurativa, surrealista. Poco a poco la fui transformando y recientemente hago obras efímeras, o piezas que tienen una temática de protesta que pueden parecer chistosas pero son más bien dramáticas. La concepción del microcosmos y el macrocosmos en el Universo tiene que ver con mi obra, como también con mis primeras piezas de barro o con la cotidianidad de un día cualquiera. Vivo intensamente la vida que estoy creando, siento con mucha pasión, y tengo la necesidad imperativa de plasmar en mi obra lo que mueve en mi interior. Deseo que mi obra invite a la reflexión, intento plasmar propuestas, o visiones que hablen de todo lo bueno que sí existe, deseo transmitir esperanza, paz, y uno que otro mensaje con dos sentidos”.
 
”Me preguntas mi impresión sobre Louise Bourgeois y Ana Mendieta. Ciertamente cuando viajo visito los museos y los disfruto mucho. Sin embargo, de forma consciente he procurado no investigar acerca de otros artistas porque trato de evitar que mi obra sea, de manera inconsciente, un plagio. He conocido artistas que devoran este tipo de información, y me parece muy lamentable ver la facilidad con la que copian otras obras, a veces resultan idénticas, sin darse cuenta. Supe de Ana Mendieta por casualidad. En el museo Tamayo vi una muestra de su obra. Me gustó mucho, y sí, me sentí identificada, pero eso lo descubrí cuando ya yo tenía una afinidad con sus tendencias“.
 
Con sus estudios de arquitectura se nota su diestro manejo de volúmenes y alturas, en su forma de “ocupar el espacio”– Mendieta distingue entre arquitectura y escultura porque la primera “es necesariamente un espacio funcional que sirve como protección del medio ambiente natural, mientras que la escultura puede o no cumplir estos requisitos”. En Me siento en las nubes función e intención estética quieren darse la mano en una escultura que es al mismo tiempo un love-seat en fibra, poliuretano y resinas: un lugar donde pueden conversar plácidamente dos personas: “La nube es el estado principal antes de la manifestación. Sentarse en las nubes es el instante mismo en que se conquista la eternidad”, comenta la autora sobre esta pieza. Y es que su obra sugiere varios caminos de reflexión y significado: feminismo como potencia creadora del llamado segundo sexo; ecología y preocupaciones económico-políticas alrededor de la vida natural y civilizada en el planeta; anhelo de tender puentes entre la cultura prehispánica de México y los modos actuales de convivencia social donde un agudo contraste, el que ella estable entre naturaleza e industrialización, producen no sólo obra diversa, sino hacen vivir al espectador una experiencia que lo acerca al arte conceptual y al post minimalismo, lenguajes de hoy para decir lo que actualmente ocurre.
 
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