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Jueves, 30 Enero 2014 12:36 Escrito por César Alejandro Castro León
 
Éste viaje sin mapas ni compases que oscila entre el sueño y la utopía, nunca imaginé cuánto duraría. Sé que sigo inmersa en él porque lentamente he descubierto las huellas de mi propia memoria y en consecuencia, el ineludible riesgo que existe de perderme o perderla.
 
Gurrutia
 
Las imágenes instaladas en la memoria son la retórica que fundamenta, en gran medida, lo que sucede en el presente. El ayer es el momento pendiente que si bien lo evocamos en el ahora, se menciona con acento pretérito. Bergson escribía que las imágenes y los gestos tiene la facultad de permanecer más tiempo en la memoria que las palabras; éstas, al proliferarse, cumplen con un ciclo de vida: nacen, crecen y si el sonido se detiene, mueren. No existe entonces, nada más vivo y personal,que las fotos construidas por el know-how mental del individuo.
 
Se dice que el cerebro es un músculo que tiene que ejercitarse. El paliativo de la pérdida de la memoria es la imagen capturada, que al paso del tiempo se convierte en álbum que apresa nuestros recónditos y fugitivos pasados. Si el pensamiento no recuerda, el recuerdo se congela, si éste se congela, lo que ha sido (con todo su contenido) se puede perder es por eso que una mente atrofiada es un vivir que dificulta el sentido de la existencia.
 
El discurso de Urrutia anuncia conceptos que evocan hechos a través de la fotografía como un descubrimiento narrativo y auto procesual. La imagen capturada será un recurso que reanima esencias sujetas en estado profundo y criónico, que la lente evidencia, paradójicamente, con la acción. La remembranza de una tradición en este caso, es como un “volver a casa”, es escabullirse a un ethos más profundo e individual, que con el paso del tiempo hace que esas esencias se multipliquen y se afiancen en el consciente colectivo.
 
En la actividad creadora, los límites conceptuales son flexionados hasta... romperse, dando pie a nuevas nociones; y en este afán de develar el ingenio silente (necesidad y sustento de la reflexión), Guadalupe Urrutia no circunscribe su labor objetiva al contorno visible de la forma, lugar donde se trazan moradas familiares y anidan registros que nos identifican como familia o colectividad geográfica y que nos enlazan con pasados remotos pero duraderos. Ella en cambio, nos lleva de la mano para que ya de cerca, podamos observar el sentido de no-pertenencia de los objetos, incluido el cuerpo, y logra, al desplegar a manera de imágenes, la reproducción del objeto, con la finalidad de proyectar los contenidos originados por sus meditaciones internas. 
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