Poder ver, desde los poros
Miércoles, 12 Marzo 2014 10:21
Escrito por Laura González Flores
Ante las imágenes de Bela Límenes de Desde los poros sentimos desconcierto. O, directamente, inquietud, porque aquello que muestran las fotografías —el cuerpo desnudo de una mujer madura— no coincide con nuestros esquemas de lo femenino. Su aspecto no es aquel ideal de una bella Afrodita o de una serena Atenea. Fuerte y fogosa, la mujer de estas fotos tiene una vitalidad muy diferente de la de Artemisa, la virgen e inalcanzable cazadora. Plena de sí misma —gozosa— esta mujer se presenta ante nosotros desvelándose tal cual es: una mujer adulta y madura, vital, con los ojos bien abiertos.
Si bien son autorretratos, estas fotografías son muy diferentes a aquellas del género fotógrafa-joven-que-se-autorretrata: una convención que encuentra su justificación en la demanda feminista de la autodeterminación del cuerpo, pero que también puede caer en una práctica autocomplaciente de tintes exhibicionistas y narcisistas. Por lo general, la imagen que la mujer proyecta es en realidad la introyección del reclamo de la mirada masculina: el de un cuerpo joven, bello y sexuado que se abre a la libre contemplación —y posesión imaginaria— por parte del espectador.
Por el contrario, las fotografías de Límenes muestran arrugas, cicatrices, redondeces, flaccidez. O fuerza, algo inusitado en el cuerpo femenino. En este sentido, manifiestan un exhibicionismo y narcisismo de signo negativo: muestran lo que no queremos ver. Al producir desasosiego, desarticulan la pulsión escopofílica —el placer de ver— sustituyéndola por una interrogación fundamental: ¿podemos ver esto?
Que no tengamos referencias de figuras femeninas maduras y plenas es un síntoma de un hueco en nuestro imaginario: sí, las Bacantes son maduras, pero también locas y lascivas, y Hera, la consorte de Zeus, diosa del matrimonio y la familia, manifiesta todas patologías del papel de “la esposa”: como mujer es iracunda, celosa y vengativa. Intolerante ante cualquier infracción real o imaginaria de su contrato nupcial, Hera es capaz de infringir tremendos castigos (como a Tiresias) o de imponer durísimas tareas (como a Hércules). De particular interés, en nuestro caso, es su tajante negativa a aceptar la respuesta de Tiresias, formulada ante la pregunta que le hacen Zeus y ella: ¿quién goza más en el acto sexual, el hombre o la mujer?
Al contestar Tiresias que la mujer goza nueve veces lo que una el hombre, Hera se enfurece y lo vuelve ciego. ¿Por qué? ¿Por qué no podemos aceptar, como Hera, la realidad del placer femenino? ¿Tenemos, como cultural, que quedarnos ciegos, como Tiresias, ante este conocimiento?
Ver la experiencia de madurez asociada a la plenitud no es algo para lo que tengamos un código imaginario. A diferencia de los autorretratos realizados como terapia ante la enfermedad o la muerte, los de Límenes no pretenden exorcizar o sublimar el deterioro físico. En sus imágenes, el deterioro no es una enfermedad sino una realidad natural que, además, no está exenta de gozo.
Empezar a construir este imaginario de plenitud femenina es la tarea que emprende Bela Límenes en esta serie. Poder ver la madurez desde los poros.
Si bien son autorretratos, estas fotografías son muy diferentes a aquellas del género fotógrafa-joven-que-se-autorretrata: una convención que encuentra su justificación en la demanda feminista de la autodeterminación del cuerpo, pero que también puede caer en una práctica autocomplaciente de tintes exhibicionistas y narcisistas. Por lo general, la imagen que la mujer proyecta es en realidad la introyección del reclamo de la mirada masculina: el de un cuerpo joven, bello y sexuado que se abre a la libre contemplación —y posesión imaginaria— por parte del espectador.
Por el contrario, las fotografías de Límenes muestran arrugas, cicatrices, redondeces, flaccidez. O fuerza, algo inusitado en el cuerpo femenino. En este sentido, manifiestan un exhibicionismo y narcisismo de signo negativo: muestran lo que no queremos ver. Al producir desasosiego, desarticulan la pulsión escopofílica —el placer de ver— sustituyéndola por una interrogación fundamental: ¿podemos ver esto?
Que no tengamos referencias de figuras femeninas maduras y plenas es un síntoma de un hueco en nuestro imaginario: sí, las Bacantes son maduras, pero también locas y lascivas, y Hera, la consorte de Zeus, diosa del matrimonio y la familia, manifiesta todas patologías del papel de “la esposa”: como mujer es iracunda, celosa y vengativa. Intolerante ante cualquier infracción real o imaginaria de su contrato nupcial, Hera es capaz de infringir tremendos castigos (como a Tiresias) o de imponer durísimas tareas (como a Hércules). De particular interés, en nuestro caso, es su tajante negativa a aceptar la respuesta de Tiresias, formulada ante la pregunta que le hacen Zeus y ella: ¿quién goza más en el acto sexual, el hombre o la mujer?
Al contestar Tiresias que la mujer goza nueve veces lo que una el hombre, Hera se enfurece y lo vuelve ciego. ¿Por qué? ¿Por qué no podemos aceptar, como Hera, la realidad del placer femenino? ¿Tenemos, como cultural, que quedarnos ciegos, como Tiresias, ante este conocimiento?
Ver la experiencia de madurez asociada a la plenitud no es algo para lo que tengamos un código imaginario. A diferencia de los autorretratos realizados como terapia ante la enfermedad o la muerte, los de Límenes no pretenden exorcizar o sublimar el deterioro físico. En sus imágenes, el deterioro no es una enfermedad sino una realidad natural que, además, no está exenta de gozo.
Empezar a construir este imaginario de plenitud femenina es la tarea que emprende Bela Límenes en esta serie. Poder ver la madurez desde los poros.