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Caleidoscopio

Miércoles, 21 Mayo 2014 21:49 Escrito por Angélica Abelleyra
 
En especial le encanta una palabra: hechizada. Y así vive casi todo el tiempo, bajo el hechizo de su imaginación y del poder del deseo, dos condiciones que anidan y crecen la obra de Niña Yhared (1814) en performances, libros de poesía, dibujos y pinturas. Entre la oscuridad y la luz.
 
Yhared es su nombre de pila; significa camino a la inteligencia. Lo antecedió con el de Niña por lo que su naturaleza tiene de abrirse a la magia del mundo con ojos atentos, y el año con que siempre se acompaña es el mismo del fallecimiento del Marqués de Sade, una marca fundamental en la forma que concibe la creación de los seres y las cosas.
 
Recuerda a la perfección sus álbumes de dibujo con dinosaurios y paisajes de mar. También sus diarios adolescentes en los que construyó su universo imaginario tejiendo a veces su cabello. Pero cuando descubrió la literatura erótica, sucumbió al mundo de las letras en las que podía acercarse a Anais Nin, Pablo Neruda, Henry Miller y el Marqués de Sade. Experimentó en la poesía visual y muy pronto su mundo gráfico se amplió al aliarse con el artista Phillip Bragar, el maestro por dos años con que Niña Yhared se acercó a los materiales plásticos y conoció el olor al trabajo pictórico.
 
Con tintas y plumillas, pinceles y bastidores empezó a delinear sus hadas, vampiresas y diosas llenas de misterio y lubricidad, a la vez que llevó a la palabra escrita sus cuentos poblados de sexo, desencuentros, lunas y juegos de muerte-vida. Pero como siempre quiso llevar al espacio real todos aquellos dibujos y poesía, encontró en el arte acción su manera más directa de moverse en torno del deseo. Así,  con la influencia de artistas como Ana Mendieta, Maris Bustamante y Mónica Mayer, esta cinéfila y amante del glamour trata de mantener viva la voz intensa de mujeres que se atreven a gozar su erotismo, sus contradicciones, sus anhelos y a disfrutar plenamente sus cuerpos e ideas.
 
Fetichista absoluta de zapatos y ropa, ama el arquetipo de la mujer de cabaret de los años 20- 40. En muchas de sus piezas lo usa, pero a la vez sus reinterpretaciones de la realidad están colmadas de contemporaneidad en temas como la violencia hacia las mujeres, el juego del poder entre personas del mismo sexo, los deseos reprimidos, las miradas oblicuas, los besos y las múltiples perversiones que nos colman.
 
Formada en Artes Visuales en La Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP), desarrolla sus acciones en vitrinas de estaciones del metro, fuentes públicas, ex conventos, hoteles y playas: mezcla de rituales, cadencia en el tiempo y la sensualidad de los cuerpos.  A esos espacios públicos, ha sumado otro impulsado por ella desde junio de 2004 en Coyoacán. Se llama Casa de la Niña y es un foro autogestivo donde se han presentado más de un centenar de performances de 60 artistas y grupos emergentes y de amplia trayectoria para entablar un diálogo, experimentación y aprendizaje entorno del arte acción.
 
Siempre multiplicada por los medios que aborda, a veces se pregunta por qué no puede dedicarse solamente a una cosa. Su cabeza no lo acepta y continúa nutriéndola de poesía, performance y artes visuales siempre y cuando cada obra haga conmover al espectador, le robe siquiera un instante de atención y lo confronte, a veces con sutileza y otras de manera frontal, en la dualidad de inocencia e intensidad, de miradas tímidas o lúbricas, siempre maleable.
 
Texto publicado originalmente en La Jornada Semanal (08/octubre/2006)
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