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Una mirada a la obra de Cielo Donis

Viernes, 23 Mayo 2014 17:41 Escrito por Sara Gabriela Baz S.

Cielo Donís crea obras que le devuelven su sentido a la materia: después de una larga tradición de protestas y de vigorosa abstracción que carcomió el deseo del arte de manifestar aspectos tangibles, la obra plástica de Cielo Donís es una vuelta a la carnalidad, a la recuperación de códigos estéticos. No obstante, Donís no busca infructuosamente en el pasado, pues su aproximación a la pintura revela la intención de construir realidades aparentes, incluso atmósferas oníricas y no representaciones veristas a la manera de los figurativistas decimonónicos latinoamericanos.

Donís devuelve a los cuerpos su peso, devuelve a las pieles su textura; sus figuras revelan un adentro y un afuera, una pesantez corporal propia de los cadáveres: sus cuerpos representan la posibilidad que late en todo ser humano de abrirse a la experiencia de la trascendencia mediante el deseo de dejar el resabio carnal yacente en la tierra.

La obra de Cielo Donís abunda en las improntas corporales, en las aperturas, en las heridas, en las rupturas y en las cicatrices. Sus imágenes moldean el concepto de restañamiento, después de lo que los golpes de la vida le hacen al alma. La idea de la falibilidad, de la caída, pero también del remiendo y de la restitución embargan la obra de la artista. Protagonista de una nueva figuración, las obras de Donís, a pesar de carecer de una pretensión neorrealista, conectan con una cuidada y minuciosa representación de atmósferas oníricas. En estrecha vinculación con los aportes formales y técnicos de Arturo Rivera, por ejemplo, Donís explora en la constitución y aplicación de los pigmentos tal y como los antiguos maestros consolidaron a lo largo de los siglos un saber gremial; asimismo, apuesta por la imposición de veladuras para lograr texturas al alcance de la mano. La pesantez de la materia, su expresiones la perspectiva y el dominio del escorzo y del trampantojo obligan a pensar en el ejercicio del dibujo que los antiguos pintores del Renacimiento y el Barroco llevaron a plenitud. Heridas tristes, por ejemplo, presenta un tratamiento tan fino en la expresión del personaje, así como en la construcción de la atmósfera de su desamparo, que recuerda incluso a las figuras abandonadas de Pedro de Ribera o Bartolomé Esteban Murillo.

La lucha contra la efimeridad, contra la fragilidad de cuerpo, cobra vigor, fuerza y espesor gracias a la acuciosa representación de la materia de que están hechos los personajes, los agonistas. La obra de Donís es evocación constante de una actitud combativa frente a las dificultades y a la adversidad. Algunas de sus imágenes apuntan al reconocimiento de pertenencia a la tradición fundada por la Escuela Mexicana de Pintura: la perspectiva de la mujer que yace en la tierra en El amor duele, por ejemplo, recuerda el manejo de los cuerpos a partir de ejes profundamente escorzados que trabajaron Orozco y Siqueiros en sus murales; algunos rasgos compositivos acusados por Donís dan cuenta de la influencia callada que ejercieron algunas de las composiciones de los artistas que formaron la cultura estética del México moderno.

Por momentos, Donís recrea la atmósfera de un largo sueño sórdido; a ratos, de una larga pesadilla y a veces de un profundo y tranquilo sopor. Sus paisajes contribuyen a recrear ambientes imposibles e inquietantes, pero nunca deja de estar presente la visión femenina de la ternura y de la fortaleza. La aportación al arte de nuestro tiempo se puede advertir en múltiples sentidos: una dirección está marcada por la recuperación de códigos que sensibilizan ante esta pintura a los ojos de los no versados; la pintura de Donís vuelve a ganar públicos que se alejaron de las artes visuales por su excesivo conceptualismo y por la necesidad imperante de teoría que las sustente. Otra dirección está pautada por la representación de imágenes oníricas fuera del contexto manido del Surrealismo y de sus ecos posteriores; una tercera vía la indica el tratamiento del carácter de los personajes de Donís: fuertes, agónicos en el sentido prístino del término, las mujeres y los niños que nos muestra se imponen al destino. Así, Cielo Donís no sólo atrae de nuevo a espectadores ávidos de leer en la pintura historias asequibles y de tintes universalistas, de pasar su mirada por los pliegues de la piel, por la fina textura cálida de la arena o por la humedad figurada de la tierra que besa un cadáver… Su pintura convoca de nueva cuenta las vertientes interpretativas que se vuelcan en tratar de comprender por qué el ser humano define su condición falible como paradoja: la caída es inminente, pero antes de que suceda, deberemos haber luchado desesperadamente por permanecer en una heroica y a veces íntima eternidad.

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