Despojar lo aprendido... y volar
Si algo la caracteriza es su respeto por la gente, la naturaleza y los objetos. Todo lo que la rodea le merece atención, la anima a reflexionar y lo atrapa con su cámara para dejarlo volar en imágenes. A sus 76 años, Mariana Yampolsky continúa con muchas preguntas y prefiere poner en duda cualquier respuesta. ¿El fotógrafo busca la belleza? ¿Una foto es arte o documento? ¿Puede el fotógrafo dejar de ser un intruso?
Esta mujer blanca y pequeña, de cabello ensortijado color plata, sonríe casi siempre. Sólo se da un respiro y pone el rostro serio cuando habla de la pobreza y la desigualdad que muchos viven en el campo mexicano. Pueblos a lo largo del territorio nacional que Mariana ha retratado desde que pisó nuestro país en 1944, atraída por las imágenes y la historia que ofrece John Steinbeck en El pueblo olvidado. “Desde que fui joven, México era un país de encantos y atracción porque la Revolución Mexicana era muy importante. Desde el momento en que llegué a este país quise ser parte de él y enfrentarme a lo bueno, lo malo y lo feo”.
Así fue. Mariana se integró de lleno a un nuevo entorno. Nacida en Chicago, Illinois, y con estudios en Humanidades en la Universidad de Chicago, se convirtió ciudadana mexicana y ha desarrollado un trabajo artístico que la sitúa como una de las fotógrafas fundamentales. Esa que, sin aspavientos, lejos de los reflectores, ha conformado un enorme archivo de más de 30 mil negativos que donará a la Fototeca del INAH en Pachuca. Son sus series sobre el arte popular, la arquitectura vernácula, los grupos mazahuas y otomíes; los parajes en Oaxaca, Puebla y Tlaxcala; las chozas y las palmeras reales en Tlacotalpan.
“Me formé en las Humanidades y esto quiere decir el entendimiento de la humanidad. Me gusta pensar que con mis fotos logro mostrar una parte humana de aquellos que en general no tienen voz en la economía, la política, la cultura”.
Recién instalada en México, Yampolsky no inició su camino en la fotografía. Cruzó la frontera para buscar el Taller de la Gráfica Popular y se convirtió en la primera mujer que integraba aquel colectivo de grabadores con un sentido político y social. Pero sumó a su oficio de grabadora el de la pintura, y se inscribió en La Esmeralda. Cuando andaba entre placas y bastidores conoció a una mujer que le marcó la vida: Dolores Álvarez Bravo. En la Academia de San Carlos empezó a tomar clases de fotografía con ella, se convirtió en su asistente y ya no dejó nunca su oficio con la cámara y un universo retratado en blanco y negro.
De ella aprendió que no hay obstáculos para hacer foto por ser mujer y el aprecio por la dignidad de la gente, tratando de evitar ser invasora. “Ese es el gran problema con mi oficio. Una de las tareas del fotógrafo es indagar las emociones profundas o la razón del ser, llegar al interior de las personas. Pero en mí siempre hay cierto pudor y desisto de poner mi cámara cuando algo invade la privacidad”.
Su enfoque no sólo es el rostro de niños y ancianos. También sus chozas, sus implementos de trabajo, el corral y la cocina. Ejerce no sólo una estética en sus imágenes sencillas, pulcras pero lejos del estruendo; también ejercita una ética: el respeto a la dignidad humana cada vez que esta mujer laboriosa abre sus alas al fotografiar.
Mariana Yampolsky falleció el 03 de mayo de 2002. El texto, publicado originalmente en La Jornada Semanal (17/febrero/2002), integra el libro editado por la UANL