Mónica Espinosa: atender mundos pequeños
Viernes, 23 Mayo 2014 20:23
Escrito por Angélica Abelleyra
La confabulación del cenicero
Mónica Espinosa y Alfredo Mendoza proponen una confabulación o juego de relaciones y de aproximaciones entre una serie de objetos cotidianos; una instalación que abarca todo el espacio de El Cubo y que se extiende hacia el exterior del museo. El objeto inicial de esta "confabulación" -cuyo punto central se ubica en lo que fuera la casa de David Alfaro Siqueiros- es justamente un cenicero que perteneció al muralista. Los artistas toman como punto de partida para su instalación los mandalas del budismo tibetano que representan las fuerzas para la meditación -para presentar una serie de apuntes tridimensionales, bidimensionales y sonoros. En colaboración con otros artistas -cuya obra en incluida en la instalación y por tanto apropiada por Espinosa y Mendoza- convierten El Cubo en un espacio de contemplación. En base a lo que Marcel Duchamp denominara lo infraleve (una caricia, un roce ligero, el calor que se disipa, un dibujo al vapor de agua, etc.) presentan la capacidad que las situaciones comunes poseen para tornarse rituales, maneras relevantes de habitar un universo: el andar del mundo.
Le gusta trabajar con los detalles y la intimidad de los universos pequeños. No le interesa tanto ver cómo el mundo es sino cómo se está construyendo a cada instante, casi en un proceso mágico, en suspensión. Por eso, Mónica Espinosa (DF, 1977) atiende la idea del abandono, lo mismo en el cuerpo endeble de un diente de león que en las partículas de polvo pobladoras de cada rincón en una casa. Y entre el dibujo, la fotografía, la escultura y el video, relata siempre la fugacidad de lo ignorado para hacer un viaje de regreso. De regreso a las ruinas.
Desde niña fue natural su interés en los objetos que recolectaba. Entre ellos, las piedras eran y siguen siendo sus preferidas, su compañía de la misma manera que las lecturas, en soledad. Antes eran cuentos y ahora son hojas y hojas de filosofía, física cuántica, cine, estética, budismo… que le proveen “tintes intelectuales” y una propensión a manejar conceptos en su trabajo artístico desde que realizó sus estudios en La Esmeralda y luego se especializó en Artes Plásticas en Alemania.
Pero antes de transcurrir por las enseñanzas del arte y hacerse del alimento con variados nombres como Gilles Deleuze, Maurice Blanchot y Martin Heidegger, anduvo por los senderos del periodismo. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UNAM, terminó con buen promedio pero el ámbito no le interesaba. Deseó en cambio ahondar en sus antiguas clases de historia del arte y estética así que ingresó a La Esmeralda. Allí, sus maestros Abraham Cruzvillegas y José Luis Sánchez Rull le ayudaron a poner atención en lo cotidiano del mundo, a aprehender que en la caída de una hoja existe un proceso escultórico y que en una pintura de Fra Angélico es tan importante el personaje central como el pájaro posado en un alambre al extremo de la tela.
Todavía en formación, la artista fue parte del grupo de intercambio académico entre La Esmeralda y la Escuela de Arte de Braunschweig (Alemania), y en aquel ámbito europeo experimentó en su concepción de las instalaciones y amplió su visión del arte contemporáneo internacional.
A tres años de haber concluido su formación, integra ya la Colección Jumex de arte contemporáneo internacional y también el grupo de artistas que maneja la Galería Garash. Para ella, ambas presencias son un privilegio ya que no hubiera tenido el valor de auto promocionar su trabajo ante espacios galerísticos y coleccionistas. Además de México, ha mostrado su trabajo en Nueva York, Madrid, Buenos Aires, San Francisco y ciudades de Alemania.
Practicante de meditación zen, dice que ésta búsqueda le ayuda a observar su trabajo con calma y atención. Tan es así que en la puerta de su refrigerador lee a diario una hoja con siete enunciados que le ayudan a hacer su obra: sonreír, tener calma, poner atención y observar; invocar y tener secretos; donar al mundo y luego abandonar; compartir, comenzar a divertirme.
Cada una le recuerda su enfoque en el trabajo ya sea en videos donde aparentemente no pasa nada (“Seis minutos pensando en mis amigos”), en dibujos detallados donde la noche revela un diminuto punto rojo que es una catarina (“Noche blanca”) o en esculturas que son réplicas de objetos olvidados en un camión (“Doblez”). En todos ellos, con diversos tonos y ritmos, su idea es subrayar los elementos sutiles y llamar la atención sobre las realidades que se van descubriendo poco a poco de la mano de tiempos lentos, confusos.
Texto publicado originalmente en La Jornada Semanal (03/diciembre/2006)
La confabulación del cenicero
Mónica Espinosa y Alfredo Mendoza proponen una confabulación o juego de relaciones y de aproximaciones entre una serie de objetos cotidianos; una instalación que abarca todo el espacio de El Cubo y que se extiende hacia el exterior del museo. El objeto inicial de esta "confabulación" -cuyo punto central se ubica en lo que fuera la casa de David Alfaro Siqueiros- es justamente un cenicero que perteneció al muralista. Los artistas toman como punto de partida para su instalación los mandalas del budismo tibetano que representan las fuerzas para la meditación -para presentar una serie de apuntes tridimensionales, bidimensionales y sonoros. En colaboración con otros artistas -cuya obra en incluida en la instalación y por tanto apropiada por Espinosa y Mendoza- convierten El Cubo en un espacio de contemplación. En base a lo que Marcel Duchamp denominara lo infraleve (una caricia, un roce ligero, el calor que se disipa, un dibujo al vapor de agua, etc.) presentan la capacidad que las situaciones comunes poseen para tornarse rituales, maneras relevantes de habitar un universo: el andar del mundo.