La figura humana y el paisaje
Silvia Velásquez ha desarrollado a lo largo de su trayectoria una visión que dramatiza el paisaje. Su trabajo a “plein air” ha hecho de su pintura no una representación real, pero una expresión real de la naturaleza, exaltando los colores y destacando las formas. Así los lugares se convierten en fuertes impresiones, donde el contraste y el gesto imperan sobre los detalles. El trazo a veces rápido, a veces contenido cargan los horizontes de un aspecto emotivo y personal. La ausencia del ser humano hace de estos paisajes, pinturas casi fantásticas con claras cargas melancólicas, o representaciones de momentos de inquietud. Los parajes son atmósferas libres, los reflejos del agua exaltan la bella quietud de un cierto lugar En ocasiones las pinceladas son visibles, en otras imperan los campos de color. Todo cambia y la intensidad del color se manifiesta, Silvia Velásquez no hace pintura realista y sus cuadros son ante todo un producto de su admiración por la naturaleza con una deliberada carga emotiva.
Las recientes pinturas de Silvia Velásquez abordan el cuerpo femenino como un nuevo objeto sin miramientos sensuales, el cuerpo como una superficie, y sus curvas líneas las que trazan un nuevo horizonte . Silvia reúne los temas que ha tratado a lo largo de los últimos años en su pintura: la
figura humana y el paisaje. Con mirada aún de paisajista, el cuerpo de una mujer se convierte en el fin mismo sin miramientos subjetivos, sólo plásticos.
Cada escorzo determina la composición y la manera en que Silvia aborda la anatomía como una nueva construcción. En cada postura destacan los distintos volúmenes, su extraña deformación dan otra expresividad al cuerpo mismo. Para hacer de estas mujeres seres no identificados los rostros de sus modelos desaparecen, se mutilan, o se esconden; no hay nadie ahí, solo una masa.
Las rodillas o las caderas, las distintas partes de la figura se convierten en las montañas o en las barrancas: los nuevos paisajes del cuerpo. La paleta queda entre esos colores que recuerdan el mar y la playa, los fondos azules y las carnes ocres, rojas, amarillas o rosadas.
Así ante el aparente distanciamiento de la artista hacia la modelo, las carnes se despliegan como formas vibrantes unidas unas a otras a través de las dramáticas pinceladas. Los grandes trazos y los pequeños detalles marcan el estado de ánimo de seres sin identidad, pero con límites y fronteras.