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El tiempo del cuerpo

Domingo, 25 Mayo 2014 14:40 Escrito por Christine Frérot

Del texto del catálogo de la exposición Innata
en el Centro Cultural de México, París,  2001.

[. . .]  El trabajo de la artista mexicana Carmen Mariscal se sitúa en este espíritu formal de elaboración de un imaginario personal y cultural por la vía de una iconografía en forma de diario íntimo. Instalada desde hace años en París, Carmen Mariscal tiene una estrecha relación con el cuerpo, que se remonta en el tiempo hasta su propia historia pictórica (pintura de cuerpos o de frutos cortados en dos que ella asocia con los órganos), y a su trabajo hospitalario en México con jóvenes bulímicas o anoréxicas. Nacida en el seno de una familia de origen catalán donde la fuerte personalidad de las mujeres ha pesado sobre la construcción de su personalidad, donde una educación liberal (Summerhill) mezclada con el feminismo y asociada a una herencia tradicional católica han dado forma a la dualidad de su ser; Carmen Mariscal ha sabido canalizar las influencias en una obra donde el autorretrato es omnipresente. Es así como ella cuestiona, estigmatiza o exorciza, con fineza y sutilidad, la complejidad de sus múltiples herencias y orígenes.
 
Carmen Mariscal habla del tiempo del cuerpo (físico, afectivo, espiritual, mental y cultural), de su fugacidad (la insoportable ligereza) así como de su perennidad. Pero no es únicamente el cuerpo lo que le interesa. Es la entidad cuerpo-historia lo que ella cuestiona extrayendo sus imágenes de su vivero más cercano, su familia. Si bien muestra interés por la fragilidad, es también a la de los sentimientos a la que hace alusión. El desdibujamiento que obtiene por la transparencia del vidrio (sobre el cual se imprime la imagen) o el desdoblamiento sutil por el reflejo de la imagen en el espejo no son más que un aspecto del pudor que ella reivindica como mujer. En esta puesta en escena de los retratos o autorretratos su compromiso con lo implícito en detrimento de la realidad corrobora esta disociación entre el cuerpo y el espíritu que es la esencia de su búsqueda creativa.
 
La presentación del cuerpo entero que ella fotografía en formatos cada vez más grandes, después de haber conjugado durante largo tiempo manos, pies o detalles del rostro, se ha impuesto como el espacio sintáctico, el soporte privilegiado de su discurso metafórico sobre la feminidad. El desnudo está asumido y la cuestión de la identidad, si se continúa planteando en su obra, no es más un conflicto cerrado sino una proposición abierta, a la vez personal y universal. En la serie de los “vientres” denominada Rota, así como en los Huevos o los fragmentos de rostro, encontramos siempre una opacidad deseada – texturas de paredes agrietadas-, como si la artista quisiera crear una pantalla o un filtro entre el cuerpo y la mirada del otro. La inmediatez palpable de la carne o los rasgos del rostro (ojos, nariz, boca, labios) nos conducen a una sugestión más que a una realidad, como si la alteración artificial correspondiera a la del tiempo y permitiera así, en este decalaje y esta distancia, un conocimiento diferente de la identidad. La artista incorpora a sus cuerpos objetos varios, plumas, cucharas, ramas o tejidos. En sus cajas, suerte de altares o relicarios donde se guardan y se ofrecen los enigmas de lo femenino, el cuerpo, simbólicamente colocado, es receptor a la vez que receptáculo.
 
El cuerpo en Carmen Mariscal es un cuerpo-pretexto, un cuerpo sugerido, algunas veces robado, pero un cuerpo vivo que expresa las profundidades del ser, sobretodo cuando está amenazado. La artista ha escogido un vocabulario visual matizado, poético y delicado donde el erotismo es discreto. Con un discurso formal y conceptual sensible, Carmen Mariscal nos sabe hablar, de manera íntima, de lo que más nos atañe, nuestro cuerpo.
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