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El cuerpo como una nave

Lunes, 26 Mayo 2014 08:43 Escrito por Josefína Alcazar    
Cuando tenía siete años decidió ser actriz. Ahí encuentra Katia Tirado (México, 1965) los orígenes de su trabajo en el performance. De niña participó en una obra de teatro donde vivió una experiencia tan intensa al salir al escenario que se puso a temblar al encontrarse frente a un mar negro de ojos sin caras, que sólo tuvo un segundo para escoger si salir corriendo a los brazos de su madre y llorar de pánico o dejar de ser ella y volverse una gatita, que era el personaje que representaba.

De ahí hasta su adolescencia no encontró nada que siquiera se acercara a la intensidad de aquél día, y vagó perdida como un adicto buscando la puerta invisible que la descansara de su miserable condición humana y la elevara a los cielos de lo imaginado.

Diez años después de aquella intensa experiencia se mete a estudiar la carrera de actuación en el Centro Universitario de Teatro, de la UNAM. Entonces se da cuenta que en realidad su principal motivación era el terror, sí, el terror a existir. Sentía que era lo suficientemente cobarde como para no vivir nada hasta sus últimas consecuencias y pensaba que eso la convertía en una miserable y mediocre mujer en la última parte del siglo veinte.

Pero la puerta invisible estaba ahí, la percibió viendo a su cuerpo como una nave que podía sumergirla en el espacio de lo posible, y así podía quitarse el gruesísimo traje del terror, construido de puras imágenes ajenas. Entonces creía que trabajaba con la mentira, que la mentira era su sustancia y que por su propia naturaleza sin condiciones era ilimitada, así comenzó a hacer teatro. En aquél camino, encontró gente extraordinaria que le dio herramientas que le enseñaron que nada es mentira, que el tiempo no existe, y que todo acto realizado en el espacio es una realidad absoluta con sus propias leyes de existencia y muerte siempre mutables. Entre esas gentes estaba su querido maestro Juan José Gurrola, así como Pablo Mandoki y David Hevia.

En 1990 viaja a Berlín, ahí su trabajo se aleja del teatro literario acercándose más al trabajo perfórmico de la tradición situacionista, y se contacta con grupos que trabajan Butoh y con la tradición cabaretera alemana. Comienza a experimentar con el cuerpo como signo principal de su discurso, e incorpora otros lenguajes plásticos como la instalación, el video y la foto.

En 1993 se va a San Francisco donde radica cinco años, y continúa su investigación en torno al trabajo del cuerpo, las técnicas de manipulación corporal y el fakirismo. A finales de 1994 regresa a México y desde entonces ha participado en diferentes foros y ha establecido vínculos con circuitos internacionales de performance. Hoy es una connotada artista del performance, que dice que vive de milagro, y que si hubiera perdido el tiempo haciendo una cuenta de banco no sería tan feliz... Aunque dice que ahora que la vida las hecho tan fuertes, a ella y a su preciosa hija de veinte años, no les caería mal un Cadillac rojo convertible. Se aceptan donaciones.

Fuente: Serie documental de Performance Mujeres en Acción, México, 2006.
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