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Ir tras de la luz

Martes, 17 Diciembre 2013 17:06 Escrito por Angélica Abelleyra

La pintura la tomó por sorpresa. De niña se visualizaba escritora y más tarde quizás filósofa pero nunca pintora. De hecho su primera búsqueda se dio en el terreno de la reflexión sobre la naturaleza y las causas de la existencia del universo, del ser humano y la sociedad. Y si bien continuaron esas cavilaciones filosóficas, en Beatriz Ezban (DF, 1955) tomaron cuerpo diferente a la palabra; lo hicieron por la vía de lo sensual, lo artesanal, el placer de trabajar con las manos y darle voz al color, las texturas, la línea, lo oculto e incierto.

Desde entonces y hasta ahora su principio ha sido la incertidumbre, un término que retomó de sus estudios de preparatoria sobre la microfísica, y volvió para ella en un principio ampliado de su ejercicio creativo lleno de preguntas, pocos asideros y multiplicidad de lecturas.

Ya de chavita se cuestionaba sobre el sentido de la vida, de por qué y cómo suceden las cosas y qué hacemos los humanos en la vida. Le fascinaba la lógica, la ética, y hasta llegó a pensar que podría estudiar psicología gracias a la presencia de un profesor carismático por el cual ella y sus amigas babeaban. Supo sin embargo que era un espejismo y se metió a estudiar filosofía en la UNAM. A pesar de la oposición paterna, fue a clases a escondidas y realizó casi la mitad de la carrera hasta que algo muy interno en ella se rebeló y buscó otras formas de reflexión. Sintió que la palabra no era lo plenamente suyo.

Anduvo perdida cuando decidió dejar la universidad pero recordó que había tomado clases particulares de pintura a los quince años así que visitó la antigua Academia de San Carlos y la escuela de La Esmeralda, se topó con Sergio Hernández y éste le prometió que le enseñaría a dibujar cuando vio sus trazos y se le pararon los pelos de punta. En San Carlos era la época de tenerle un altar a Vincent Van Gogh. Para Beatriz y sus compañeros era “San Van Gogh” no sólo por su calidad pictórica sino por esa imagen del artista cabal que vive y pinta de manera intensa y sin concesiones. En esas andaba cuando ocurrió un paro de labores en San Carlos por la revisión de un plan de estudios y entró al taller de un personaje prendido e inspirado cuyo hallazgo se convirtió en una fortuna existencial para ella: Gilberto Aceves Navarro. Le cambió la vida pues una de las premisas de su clase era trabajar sin miedo y acceder a la libertad de la creación.

En todo este entrenamiento la figura fue una parte central para su ejercicio; dibujó con modelo, se afanó en la composición, la historia del arte y la formación más convencional. Sin embargo, al salir de la academia se peleó con todo eso, incluido lo racional, y fue a la búsqueda del purismo. Por la vía de lo abstracto, se empeñó en encontrar la esencia de la pintura y le quedó claro que el tema está al margen del contenido en cada tela. Llegó al color puro, a la pincelada viva.

De 1986 que empezó a exponer, la abstracción ha sido su leit motiv, la rotación entre el trazo gestual, el brochazo abultado, la línea llana, el papel amate texturizado y el uso de los colores –azules, amarillos, grises, blancos, negros, plateados- como estados existenciales en los cuales queda atrapada hasta que los integra e interioriza. Paisajista de emociones, se ve más como una niña viajera por las galaxias a través de sus cuadros que se llaman Quasar, Neutrino, Gravitación, donde astros, partículas y neutrones son pinceladas de luz y muestra del convencimiento de Ezban de que la pintura abstracta es inagotable y es la búsqueda viva en que se empeña.

Texto publicado originalmente en La Jornada Semanal (09/mayo/2004)
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