Nos buscas aún, nos buscas lugar.
Martes, 27 Noviembre 2018 14:37
Escrito por Mónica Castillo
¿Qué sucede cuando una hija pierde a una madre? Qué gestos, qué rituales van a poblar una interrogante que la hija sabe, de antemano que no tiene respuesta?
Cuando una artista pierde a su madre hereda un legado privilegiado: los objetos que estuvieron con ella. Sabiendo que lo relevante de esa materia prima no es su forma, su modo de haber sido producidos, ni inclusive su materialidad, la hija es otra cuando regresa a ellos con una estrategia de creación.
La artista establece pues un contrato. Reproduce fotos favoritas, elige fragmentos de ellas y las reproduce de manera fantasmal. Puestas en el lugar del estante que habitaron en la sala familiar, las imágenes aparecen aún más lejanas en el tiempo. Más de lo que la fotografía de por si es. Toma planos viejos de la casa familiar, y los convierte en grandes inflables. Ya no son el sueño futuro del lugar para todos, sino se han convertido en pieles ajadas de objetos que la hija sabe que fueron preciados para la madre. Como arqueóloga de la casa de infancia, rescata sombras precisas, pero no cualquier sombra, sino aquellas que se reflejaban en la persiana del dormitorio maternal.
La pieza central de la muestra es la mesa de reunión familiar. Sobre ella penden imágenes de los viejos recetarios de la madre, de los platillos que cocinaba y de los regalos comestibles que amorosamente le fueron regalados en su última etapa. Estas imágenes la artista las interviene con hilo metálico y chaquiras: se imagina a si misma atesorando los recuerdos, cuando atrapa la luz que se refleja, cuando pasa tiempo con lo que hoy son materiales, pero que antes fueron una promesa de vida, de reciprocidad. Esto queda afirmado a través del mueble en forma ovalada. Imposible no remitirse al flujo del dar, que a la vez que nutre, sella los afectos y crea la memoria cotidiana, precisamente con ayuda de estos objetos y estas acciones. Proveer y habitar el círculo del don para mantenerlo vivo y no olvidar.
Pero al final, contradictoriamente, estos gestos no crean significado por si mismos. Imposible desligarlos de la presencia maternal, porque fue ella la primera coreógrafa de lo que hoy son retazos. Es derecho y privilegio del duelo de la hija decidir sobre lo que perdurará en la memoria, en su memoria. Ella puede rescatar, elegir, prestar atención, invertir tiempo a un legado y así re-conocerlo. Pero es la ausencia de la madre a través de “ese fluido tenue que sería preciso proteger para siempre”* quien no nada más detona, sino también convierte la creación en una ofrenda.
(*”Nosotros dos aún” de Henri Michaux).
Cuando una artista pierde a su madre hereda un legado privilegiado: los objetos que estuvieron con ella. Sabiendo que lo relevante de esa materia prima no es su forma, su modo de haber sido producidos, ni inclusive su materialidad, la hija es otra cuando regresa a ellos con una estrategia de creación.
La artista establece pues un contrato. Reproduce fotos favoritas, elige fragmentos de ellas y las reproduce de manera fantasmal. Puestas en el lugar del estante que habitaron en la sala familiar, las imágenes aparecen aún más lejanas en el tiempo. Más de lo que la fotografía de por si es. Toma planos viejos de la casa familiar, y los convierte en grandes inflables. Ya no son el sueño futuro del lugar para todos, sino se han convertido en pieles ajadas de objetos que la hija sabe que fueron preciados para la madre. Como arqueóloga de la casa de infancia, rescata sombras precisas, pero no cualquier sombra, sino aquellas que se reflejaban en la persiana del dormitorio maternal.
La pieza central de la muestra es la mesa de reunión familiar. Sobre ella penden imágenes de los viejos recetarios de la madre, de los platillos que cocinaba y de los regalos comestibles que amorosamente le fueron regalados en su última etapa. Estas imágenes la artista las interviene con hilo metálico y chaquiras: se imagina a si misma atesorando los recuerdos, cuando atrapa la luz que se refleja, cuando pasa tiempo con lo que hoy son materiales, pero que antes fueron una promesa de vida, de reciprocidad. Esto queda afirmado a través del mueble en forma ovalada. Imposible no remitirse al flujo del dar, que a la vez que nutre, sella los afectos y crea la memoria cotidiana, precisamente con ayuda de estos objetos y estas acciones. Proveer y habitar el círculo del don para mantenerlo vivo y no olvidar.
Pero al final, contradictoriamente, estos gestos no crean significado por si mismos. Imposible desligarlos de la presencia maternal, porque fue ella la primera coreógrafa de lo que hoy son retazos. Es derecho y privilegio del duelo de la hija decidir sobre lo que perdurará en la memoria, en su memoria. Ella puede rescatar, elegir, prestar atención, invertir tiempo a un legado y así re-conocerlo. Pero es la ausencia de la madre a través de “ese fluido tenue que sería preciso proteger para siempre”* quien no nada más detona, sino también convierte la creación en una ofrenda.
(*”Nosotros dos aún” de Henri Michaux).