Una mirada que escucha
Martes, 09 Abril 2019 18:28
Escrito por Rafael Segovia
Ahonda en tu sensación. Mira lo que hay dentro.
No la analices con palabras. Tradúcela en imágenes hermanas,
en sonidos equivalentes. Cuanto más neta sea mas se afirma tu estilo.
(Estilo: todo o que no es técnica.)
Robert Bresson
La obra de Nadja Massün es una muestra plena de esa sensibilidad que subsume y olvida a la técnica en una concentración perceptiva que busca revelar, ante todo, lo humano, lo sensible en sus sujetos y desde el que surge la experiencia de lo bello. El momento fotográfico se hace momento de revelación, para penetrar en la intensidad y justeza del instante. Vemos en las fotos de Nadja la palabra al aire, el sonido de la risa, el guiño entre amigos, la tristeza detrás de una mirada.
La acción de la fotógrafa se vuelve así diálogo con su entorno, con su objeto visual, que casi invariablemente está constituido por personas en situaciones cotidianas o festivas, dramáticas o apacibles, pero siempre comunicativas. La imagen que ha plasmado nos dice con claridad lo que está sucediendo en ese momento perdido para siempre. Se trata de imágenes no sólo elocuentes, sino llenas de franqueza: el único valor que transmiten es el contenido poético de la realidad, que se manifiesta cuando existe una mirada sensible para escucharla y penetrar en su esencia efímera.
Nadja Massün es en efecto una gran viajera -nacida en el Congo y criada en Colombia, Perú, Ginebra y Costa Rica - pero sobre todo una viajera de encuentros cercanos, a la que le resulta vital fundirse en el entorno, participar, escuchar, empaparse de esa realidad alterna a la que la expone el viaje. Ella aprovecha este cosmopolitismo sensible para explorar las raíces de los sentimientos humanos en lugares tan disímbolos como Transilvania, Oaxaca o Nueva York. Son reveladoras, por ejemplo, las fotografías en las que un niño ve con asombro la transformación de su padre en “Minga” (personaje de la Danza de los Diablos, en la Costa Chica), ya que en ellas una acción “exótica”, inusual, es devuelta a la cotidianidad al quedar enmarcada en la “tercera mirada” de ese niño, quien con todo y su extrañeza nos sitúa en un entorno familiar e ingenuo. Lo mismo sucede, en otro registro, con las miradas entre los músicos de Transilvania, con sus violines bajo el brazo, en una actitud de sencillez cotidiana que los exonera de todo folklorismo.
Su trabajo de años en entornos comunitarios, le permite percibir y entender, por encima de diferencias culturales, geográficas, lingüísticas, la intimidad, los anhelos no dichos, la tristeza contenida y la alegría de las personas.
Los retratos de Massün son una muestra de cómo llevar lo cotidiano a un plano superior. La pose desenfadada, un bordado colocado casualmente sobre el rostro, un lánguido contraluz que nos hace pensar en una tarde desocupada son otros tantos elementos de la cotidianidad que, aprovechados por un ojo avispado, se convierten en verdaderos cuadros clásicos, haciéndonos sentir una atmósfera tranquila e imperecedera como en un retrato de Van Eyck o de Bonnard.
La itinerancia es una de las claves de ese encuentro fortuito con lo bello, al darnos la posibilidad de hallar un trasfondo común en las actitudes y aspiraciones de los seres humanos que pueblan esta Tierra. Y Nadja Massun, como pocos, ha llevado este ejercicio al extremo de descubrir la belleza en todos los horizontes y saber revelárnosla.
No la analices con palabras. Tradúcela en imágenes hermanas,
en sonidos equivalentes. Cuanto más neta sea mas se afirma tu estilo.
(Estilo: todo o que no es técnica.)
Robert Bresson
La obra de Nadja Massün es una muestra plena de esa sensibilidad que subsume y olvida a la técnica en una concentración perceptiva que busca revelar, ante todo, lo humano, lo sensible en sus sujetos y desde el que surge la experiencia de lo bello. El momento fotográfico se hace momento de revelación, para penetrar en la intensidad y justeza del instante. Vemos en las fotos de Nadja la palabra al aire, el sonido de la risa, el guiño entre amigos, la tristeza detrás de una mirada.
La acción de la fotógrafa se vuelve así diálogo con su entorno, con su objeto visual, que casi invariablemente está constituido por personas en situaciones cotidianas o festivas, dramáticas o apacibles, pero siempre comunicativas. La imagen que ha plasmado nos dice con claridad lo que está sucediendo en ese momento perdido para siempre. Se trata de imágenes no sólo elocuentes, sino llenas de franqueza: el único valor que transmiten es el contenido poético de la realidad, que se manifiesta cuando existe una mirada sensible para escucharla y penetrar en su esencia efímera.
Nadja Massün es en efecto una gran viajera -nacida en el Congo y criada en Colombia, Perú, Ginebra y Costa Rica - pero sobre todo una viajera de encuentros cercanos, a la que le resulta vital fundirse en el entorno, participar, escuchar, empaparse de esa realidad alterna a la que la expone el viaje. Ella aprovecha este cosmopolitismo sensible para explorar las raíces de los sentimientos humanos en lugares tan disímbolos como Transilvania, Oaxaca o Nueva York. Son reveladoras, por ejemplo, las fotografías en las que un niño ve con asombro la transformación de su padre en “Minga” (personaje de la Danza de los Diablos, en la Costa Chica), ya que en ellas una acción “exótica”, inusual, es devuelta a la cotidianidad al quedar enmarcada en la “tercera mirada” de ese niño, quien con todo y su extrañeza nos sitúa en un entorno familiar e ingenuo. Lo mismo sucede, en otro registro, con las miradas entre los músicos de Transilvania, con sus violines bajo el brazo, en una actitud de sencillez cotidiana que los exonera de todo folklorismo.
Su trabajo de años en entornos comunitarios, le permite percibir y entender, por encima de diferencias culturales, geográficas, lingüísticas, la intimidad, los anhelos no dichos, la tristeza contenida y la alegría de las personas.
Los retratos de Massün son una muestra de cómo llevar lo cotidiano a un plano superior. La pose desenfadada, un bordado colocado casualmente sobre el rostro, un lánguido contraluz que nos hace pensar en una tarde desocupada son otros tantos elementos de la cotidianidad que, aprovechados por un ojo avispado, se convierten en verdaderos cuadros clásicos, haciéndonos sentir una atmósfera tranquila e imperecedera como en un retrato de Van Eyck o de Bonnard.
La itinerancia es una de las claves de ese encuentro fortuito con lo bello, al darnos la posibilidad de hallar un trasfondo común en las actitudes y aspiraciones de los seres humanos que pueblan esta Tierra. Y Nadja Massun, como pocos, ha llevado este ejercicio al extremo de descubrir la belleza en todos los horizontes y saber revelárnosla.