Microcosmos
Jueves, 20 Junio 2024 23:19
Escrito por Emmanuel Razo
Quintanilla nos presenta, mediante una decantación de las constantes iconografías, temáticas y formales presentes a lo largo de su trayectoria artística, su propia versión de aquel microcosmos
donde confluyen todos los tiempos y lugares.
En el trabajo pictórico, escultórico, la instalación, el dibujo y la exploración digital que forman parte de su obra, hace alarde de la evolución desde el sentido conceptual y formal con un gran
virtuosismo.
Sin artilugios apocalípticos, Laura se adentra con su propuesta en el campo simbólico del posthumanismo. Su poética iconográfica y material discurre entre ciencia y alquimia, tecnología
y técnicas milenarias, espíritu y cuerpo, historia y futuro, para situarnos, de manera sugerente, frente a la necesidad colectiva de pensar la subjetividad como lugar de resistencia y
transformación creativa.
En su obra pictórica, el uso del encausto, el chapopote y los elementos plumarios no solo abundan en el resultado estético, sino que contribuyen a la apreciación conceptual de cada una de
las piezas, como en el caso de “Origen”. Metáfora de la discontinuidad que parece conjugar nuestra naturaleza humana en los diversos tiempos de nuestra dimensionalidad y temporalidad
como especie. Mirarla es acudir a una especie de bigbang evolutivo, continuo y hasta ahora inalterado en el devenir de nuestra civilización: ese universo microscópico donde se confunden
los tiempos pues su trayectoria y perspectiva nos deja en un gerundio del acontecer.
El trabajo escultórico adquiere una lírica singular. Figuras humanas y humanoides proveen diversas metáforas de la fragilidad, la mecanización y la transhumanización. Lo matérico y lo
conceptual de nueva cuenta se conjugan como sugerencias de la artista. De los expresivos y gestuales yesos, chapopote y pluma de la serie “El Origen” a las frías y carentes de toda
expresión humana, resinas, plástico y metal de la serie Transhuman. Como una advertencia de que en la búsqueda de mejorar la raza humana extraviamos algo nuestra condición humana: el
sentir, la emoción, lo que nos hace frágiles. Ese algo olvidado por nuestra especie cuando todo esfuerzo se encauza a la extensión de la vida, la longevidad, la fuerza física, la razón, la
productividad y donde la sensibilidad humana no tiene cabida... aunque para eso nos quedará el arte, pareciera susurrar.
Mirar la obra de Quintanilla inmersos en su poética y en su extraordinaria ejecución nos permite advertir que nos enfrentamos a una obra de arte concebida, de manera magnífica, para la
posteridad. Sus pinturas son escenas fantásticas de una especie humana inmersa en sus laberintos y para lo cual la artista emplea el recurso del encausto como sugerencia de lo milenario, no sólo
mirando al pasado, sino al futuro; pues me parece, Laura pinta para aquellos espectadores que apenas vendrán, los que se encontrarán con su obra décadas, siglos y milenios adelante. Y ahí
estaremos todos: inmersos en las encrucijadas que nos son comunes, entrampados en la ceguera del porvenir y engolosinados en la esfera de nuestras vanidades.
Reencontrarnos con obras que reivindican el hacer artístico, también nos permite advertir la versatilidad y la estatura artística de Laura Quintanilla y descubrir en su obra el más allá de la
memoria y la imaginación, pero sobretodo, el más allá de nosotros mismos y de nuestra extraviada capacidad de asombro.
Quintanilla nos presenta, mediante una decantación de las constantes iconografías, temáticas y formales presentes a lo largo de su trayectoria artística, su propia versión de aquel microcosmos
donde confluyen todos los tiempos y lugares.
En el trabajo pictórico, escultórico, la instalación, el dibujo y la exploración digital que forman parte de su obra, hace alarde de la evolución desde el sentido conceptual y formal con un gran
virtuosismo.
Sin artilugios apocalípticos, Laura se adentra con su propuesta en el campo simbólico del posthumanismo. Su poética iconográfica y material discurre entre ciencia y alquimia, tecnología
y técnicas milenarias, espíritu y cuerpo, historia y futuro, para situarnos, de manera sugerente, frente a la necesidad colectiva de pensar la subjetividad como lugar de resistencia y
transformación creativa.
En su obra pictórica, el uso del encausto, el chapopote y los elementos plumarios no solo abundan en el resultado estético, sino que contribuyen a la apreciación conceptual de cada una de
las piezas, como en el caso de “Origen”. Metáfora de la discontinuidad que parece conjugar nuestra naturaleza humana en los diversos tiempos de nuestra dimensionalidad y temporalidad
como especie. Mirarla es acudir a una especie de bigbang evolutivo, continuo y hasta ahora inalterado en el devenir de nuestra civilización: ese universo microscópico donde se confunden
los tiempos pues su trayectoria y perspectiva nos deja en un gerundio del acontecer.
El trabajo escultórico adquiere una lírica singular. Figuras humanas y humanoides proveen diversas metáforas de la fragilidad, la mecanización y la transhumanización. Lo matérico y lo
conceptual de nueva cuenta se conjugan como sugerencias de la artista. De los expresivos y gestuales yesos, chapopote y pluma de la serie “El Origen” a las frías y carentes de toda
expresión humana, resinas, plástico y metal de la serie Transhuman. Como una advertencia de que en la búsqueda de mejorar la raza humana extraviamos algo nuestra condición humana: el
sentir, la emoción, lo que nos hace frágiles. Ese algo olvidado por nuestra especie cuando todo esfuerzo se encauza a la extensión de la vida, la longevidad, la fuerza física, la razón, la
productividad y donde la sensibilidad humana no tiene cabida... aunque para eso nos quedará el arte, pareciera susurrar.
Mirar la obra de Quintanilla inmersos en su poética y en su extraordinaria ejecución nos permite advertir que nos enfrentamos a una obra de arte concebida, de manera magnífica, para la
posteridad. Sus pinturas son escenas fantásticas de una especie humana inmersa en sus laberintos y para lo cual la artista emplea el recurso del encausto como sugerencia de lo milenario, no sólo
mirando al pasado, sino al futuro; pues me parece, Laura pinta para aquellos espectadores que apenas vendrán, los que se encontrarán con su obra décadas, siglos y milenios adelante. Y ahí
estaremos todos: inmersos en las encrucijadas que nos son comunes, entrampados en la ceguera del porvenir y engolosinados en la esfera de nuestras vanidades.
Reencontrarnos con obras que reivindican el hacer artístico, también nos permite advertir la versatilidad y la estatura artística de Laura Quintanilla y descubrir en su obra el más allá de la
memoria y la imaginación, pero sobretodo, el más allá de nosotros mismos y de nuestra extraviada capacidad de asombro.