OAXACA EN FEMENINO, 40 MUJERES EN LAS ARTES VISUALES

Edición CONACULTA, UABJO, BABELARTE A.C.2008
Texto tomado del libro

Aquí, allá y allende

Oaxaca es una ciudad donde confluyen artistas de diferente procedencia: mujeres “locales”, mujeres “foráneas” -de otros lugares de la República- y mujeres “extranjeras”, se entrecruzan en el entramado urbano del arte, conformando entre todas la comunidad artística femenina de la ciudad.

Entre ellas, tenemos a mujeres que nacieron y se criaron en el mismo centro histórico de Oaxaca, como Justina Fuentes, que todavía hoy en día vive en la casona heredada de sus padres, a unas cuantas calles del Mercado 20 de Noviembre, en uno de los barrios más populosos y variopintos de la ciudad. También está el caso de las mujeres, como Gloria Camiro que, originarias de algún pueblo del interior del estado, han hecho de la ciudad su centro de operaciones, para estudiar, promoverse o exponer su obra.

Las mujeres fuereñas, por su parte, proceden mayormente de ciudades importantes del país, como Guadalajara, Monterrey, Puebla o Sonora; sin embargo, el Distrito Federal es la ciudad que más expulsa artistas debido a un sinnúmero de razones, no tanto relacionadas con el arte, cuanto con el estilo de vida de la gran urbe que termina por sobrepasarlas, obligándolas a trasladarse a la provincia. Es el caso de Roxana Acevedo, Cristina Luna, Claudia Martínez o Carmen Arvizu.

Entre las mujeres extranjeras hay un número considerable que procede de los Estados Unidos, pero también hay artistas de Chile, Alemania o, inclusive, de la distante Noruega. Cada una de ellas tiene su propia historia y su propio arte. Algunas llegaron de vacaciones, sin idea de que la vida las conduciría a tomar la decisión de establecerse en forma permanente en Oaxaca. Otras, por el contrario, arribaron con la firme intención preestablecida de fijar residencia en esta ciudad tan distante de sus países de origen.

Del alcatraz a la guerra

Los temas recreados en las obras de las artistas son tan diversos como sus mismos orígenes. El origen no determina de por sí el tipo de obra, pero sí multiplica las posibilidades de referentes distintos. De hecho, más importante que el punto de partida en sí, es el trayecto recorrido entre el origen, precisamente, y el punto de llegada. A lo largo de este camino las mujeres, cada una a su manera, se nutren de toda su experiencia vital y, de una forma u otra, lo proyectan en su quehacer creativo.

Temáticamente, la obra se multiplica y, contrariamente con lo que dictan los prejuicios que existen en relación al arte oaxaqueño, no se atiene solamente a la representación de sueños, a la recreación de seres mitológicos extraídos de leyendas locales o a la exaltación del terruño. El arte oaxaqueño hecho por mujeres se despliega en un gran abanico que va desde los alcatraces a la guerra, de las arquitecturas interiores a la arqueología de la basura, del mercado colorido a los migrantes expulsados de Oaxaca.

Así, por ejemplo, Ann Miller hace de su obra una denuncia en favor de los oprimidos; Gisela Sánchez representa minuciosamente con pincel en la mano, válvulas, pistones, cigüeñales y demás enseres de un taller automotriz; Noël Chilton recrea a través de sus ilustraciones un mundo infantil bicultural; Maries Mendiola explora las texturas y significados de las textiles y prendas de vestir.

Prácticamente, son tantos temas como las mujeres; todos ellos afines a las respectivas experiencias y necesidades expresivas de las artistas que viven totalmente insertas en su propio mundo personal, naturalmente, pero también en el mundo real, de Oaxaca en el siglo XXI.

Llegar, estar y partir

Oaxaca es una ciudad viva, en continuo movimiento, de acuerdo al ir y venir de su gente y, en el caso que nos ocupa, de sus artistas. No se trata pues de un lugar estático, fuera del calendario y la geografía. Llegan continuamente mujeres de afuera, otras se van, otras más permanecen una temporada para luego volver a partir. Este circular permanente confiere a la ciudad una dinámica propia que a su vez enriquece el panorama artístico.

La neoyorquina Laurie Litowitz, de arraigado espíritu viajero, llegó y se instaló en Oaxaca hace veinte años, después de recorrer los países europeos de Francia, Italia y Yugoslavia. No pierde contacto con su ciudad natal, donde regresa regularmente y, de tanto en tanto, viaja a la India para asimilar su sabiduría. Alejandra Villegas, oaxaqueña, considera el viaje como una inversión que le retribuye en su producción artística: año tras año deja su estudio en una colonia periférica de la ciudad para ir a descubrir el mundo. Tiene una predilección por Israel y los países del Medio Oriente.

Soledad Velasco, nacida y criada en Oaxaca, decidió poco tiempo atrás hacer maletas y probar suerte en España. Todos los años, en los meses lluviosos de julio y agosto, regresa para exponer aquí su obra y alimentarse de su tierra. Lucero González se trasladó a la ciudad de México a los quince años para estudiar, desde entonces vive entre la antigua Tenochtitlan y la actual Oaxayacac, donde tiene enterrado su ombligo.

Cynthia Martínez, nacida en La Joya, California, tras haber pasado doce intensos años de creación en Oaxaca, se muda recientemente al Distrito Federal. Aprovecha los puentes y las vacaciones para darse sus escapadas y venir a Oaxaca, donde mantiene continuos sus contactos.

Emilia Sandoval, chihuahuense, después de terminar su carrera en San Miguel de Allende, decidió venir a madurar su personalidad artística hace tan sólo un par de años; Gabriela Campos, sonorense, tuvo sus primeras exposiciones en Oaxaca antes de trasladarse a Canadá; y Luna Marán, procedente de las montañas zapotecas de la Sierra Norte de Oaxaca, sueña ahora con poder partir a Cuba para seguir su formación artística en el campo del cine.

Oaxaca se convierte así en punto, puente y puerto. Entre la llegada y la partida está la estancia, más o menos larga, durante la cual se siembran semillas y se alimentan los espíritus creativos.

Del caballete al arte objeto

Oaxaca es comúnmente conocida por la pintura que ha sido elevada a grandes niveles de calidad por algunos artistas y promovida como baluarte artístico por las políticas de los sucesivos gobiernos locales. Sin embargo, al revisar las páginas del libro, nos damos cuenta de que las mujeres optan por una variedad importante de medios según sus fines expresivos.

Algunas artistas muestran una actitud purista y tradicional y asumen la obra en caballete. Otras, por el contrario, prefieren experimentar y presentan un trabajo más heterodoxo. Selma Guisande, por ejemplo, basa su propuesta en la combinación de la imponente cantera verde, típica de Oaxaca, con la fotografía en blanco y negro.

La pintura, el dibujo, el grabado, la escultura, la fotografía, el tejido y el arte objeto son los medios de expresión más recurridos por las cuarenta artistas. Otras formas más “urbanas”, como puede ser la performance, no son constantes; aun así, algunas mujeres recurren a ellas en ciertas ocasiones especiales. Tal es el caso de Miriam Ladrón de Guevara que monta “acciones” con fines específicos, normalmente para denunciar situaciones de dudosa legitimidad social o, como ella misma dice, para “remover conciencias”.

Es interesante ver cómo algunas mujeres, en su necesidad expresiva, combinan la actividad visual con otras disciplinas artísticas: Maria Rosa Astorga transita de la pintura a la poesía; Martha Toledo, de la fotografía al canto; Cristina Luna, de sus cuadros en cera perdida a la música clásica; Josefa García, de su pintura abstracta al vestuario para teatro. El arte es, pues, vivido como una forma de vida y no tanto como una profesión estricta. Lo importante es dar salida al tumulto de inquietudes y necesidades expresivas y no ganarse el ambivalente status de “artista” en este Oaxaca tan lleno de matices.

Naturaleza, humanidad, tradición y… marginación

Oaxaca, al igual que todo lugar habitado por sociedades humanas, tiene una doble realidad: es a la vez objetiva y subjetiva. La realidad tangible de sus calles, edificios y monumentos se entrecruza con la percepción que tienen de ella sus habitantes. Es así como la ciudad toma un cuerpo específico sobre la base de los diferentes significados que las mujeres artistas le otorgan.

Para las mujeres locales, Oaxaca es la matria; respecto a esto, Justina Fuentes afirma “Oaxaca son mis antepasados, soy yo, son mis hijos… es una larga cadena de olor a tierra, mezcal y chapulines”. Para las más jóvenes, como Ana Santos, que sueña con poder ir algún día a Nueva York, Oaxaca es trampolín, una parada rica y necesaria dentro de su prometedora trayectoria.

Las mujeres foráneas encuentran en Oaxaca lo que no tenían en sus lugares de origen. Lorena Silva vive Oaxaca con la permanente posibilidad de introspección tan difícil de realizar en el caótico Distrito Federal. Maries Mendiola ve en Oaxaca la tranquilidad que también le arrebató la capital. Cristina Luna siente Oaxaca como un refugio desde donde poder regresar a los orígenes, en contacto cercano con la naturaleza, alejada ella también de la neurosis de la gran ciudad defeña. Roxana Acevedo encuentra en Oaxaca, el México profundo, el que sobrevive todavía a la arrolladora modernidad. Claudia Martínez, por su parte, encuentra humanidad, valor perdido en Iztapalapa, una de las delegaciones más problemáticas del D. F. donde vivía antes de llegar a Oaxaca.

Hay también una percepción dolorosa enraizada fundamentalmente en la constatación de la pobreza y marginación que sufren muchos sectores sociales, en particular, los indígenas. Esto no pasa inadvertido para Ann Miller, Michele Gibbs o Emilia Sandoval que siente a Oaxaca, real, contrastante y sobretodo, confrontadora por su compleja realidad sociocultural.

Por otra parte, la chilena Beatriz Loreto percibe la ciudad oaxaqueña como un espacio que la conecta nostálgica y simultáneamente con muchos lugares y tiempos diferentes. Jessica Wozny, de Alemania, aprovecha aquí el espacio y el tiempo necesarios para realizar su obra de forma completa. Gitte Daehlin, por su parte, ve en Oaxaca como la posibilidad permanente de desafiar los discursos estéticos que se formulan en los centros de poder del Norte. Oaxaca se nos presenta de esta manera como caleidoscopio donde se funden deseos, tierra, poesía, paz, dolor y arte.

Del amate a las sabritas

Las obras que aquí presentan las artistas se caracterizan por haber sido confeccionadas utilizando una amplia gama de materiales. Ciertas mujeres optan por utilizar elementos convencionales pero no por ello menos válidos; otras tantas, que basan principalmente la originalidad de su obra en los materiales utilizados, prefieren experimentar uno y otro; por último, hay artistas que manejan un gran abanico de enseres diversos, pensados y escogidos de acuerdo con sus posturas estéticas.

La luchadora Michele Gibbs hace sus pinturas sobre papel amate con la firme intención de revestir su propia herencia cultural, la de la diáspora negra africana, con el misticismo de las culturas indígenas mexicanas. Claudia Martinez realiza toda su obra con material de desecho, particularmente los envoltorios de las frituras y demás comida chatarra. Es su manera de burlarse del desenfrenado consumismo y también, por qué no decirlo, de solventarse su trabajo. Yolanda Gutiérrez, desde una clara postura ecologista, utiliza la flora y la fauna a su alcance para montar sus piezas. Gloria Camiro descubre en su propio pueblo de pastores las infinitas posibilidades que brinda la piel de chivo que ella transforma en delicado papiro. Gitte Daehlin levanta sus impresionante esculturas en papel y Miriam Ladrón de Guevara rellena las suyas de plástico, las recubre con tierra y tiñe con achiote. Lorena Silva trabaja sus piezas con barro blanco de Zacatecas y a Emilia Sandoval le gusta experimentar con el tradicional barro negro de San Bartolo Coyotepec. Sara Corenstein teje sus piezas con hilo de lana, de cobre y también con tiras de papel recortados de sus diarios íntimos donde narra su vida. Laurie Litowitz echa mano de telas sintéticas, de plástico, de nidos coleccionados, de quijadas de burro, de yeso, de seda y cualquier otro material que se preste para desarrollar sus proyectos artísticos previamente conceptualizados.

Oaxaca también es memoria

Oaxaca no se limita a sus límites físicogeográficos; se expande más allá, llegando hasta donde están las mentes que la re-crean, la recuerdan, la inventan. Oaxaca es pues vida y recuerdo; vida e imaginario; vida y juego; vida y deseo de mujeres, aquí, allá o allende, que tienen a esta ciudad como referente imprescindible en su trayectoria artística.

Oaxaca se desterritorializa desde su calles céntricas, intervenidas por Ana Santos con siluetas ensombreradas y misterio, hasta los paisajes abstractos y coloridos, recreados desde la nostalgia de la distancia por Edurne Esponda, quien actualmente radica en la capital del país.

Asimismo, la ciudad es evocación arquitectónica bajo el pincel de Ivonne Kennedy que disfrutaba de pequeña recorrer sus calles solitarias los domingos temprano antes del bullicio. La ciudad cobra cuerpo también con los recuerdos de la fotógrafa Lucero González quien hoy en día hace sus fotografías en blanco y negro que remiten a mitos indígenas y rituales femeninos y, antaño, cuando niña, pasaba todas las tardes en el zócalo, entre luciérnagas y juegos.

Oaxaca se abre, se brinda a nuestra percepción de mil maneras, haciendo volar nuestra imaginación con una obra tras otra; ora la poesía en flor del maravilloso Jardín Etnobotánico, captada por Cecilia Salcedo; ora en los rostros tan profundamente expresivos que Siegrid Wiese pinta y se inventa después de asomarse a la ventana de su estudio en la Calle Macedonio Alcalá y vislumbra a la gente que camina sin rumbo definido; ora en los recuerdos adoloridos de Soledad Velasco que dibuja y pinta en su estudio madrileño.

De la realidad a la libertad

Los estilos artísticos de las mujeres conforman un variado universo de opciones. La maestra Justina Fuentes tal vez sea la única que se inserte en el llamado realismo mágico, habiendo sido participante activa dentro del boom de la pintura oaxaqueña en los ochenta. Constituye el mayor referente femenino dentro de ese movimiento artístico que fraguó años atrás y que ha dado proyección nacional e internacional a Oaxaca como ciudad de artistas.

Sin embargo, el arte hecho por las mujeres traspasa estas fronteras y se proyecta en un quehacer estilístico múltiple. Obras conceptuales y minimalistas como las de Laurie Litowitz, que tienen detrás un trabajo largo, paciente y minucioso, comparten las páginas con piezas de factura más expresionista como las de Ana Santos.

Las obras psicologistas, como los rostros de Siegrid Wise, se intercalan con los árboles tan llenos de luz y color de María Rosa Astorga, o inclusive con dibujos ligeros de carácter azaroso como en la propuesta de Rosa Vallejo. El realismo de Gisela Sánchez o Michele Gibbs se codea con la libertad que Susana Wald ha heredado del surrealismo que nos la brinda en sus pinturas en acrílico. Por su parte, Adriana Calatayud interviene sus fotografías digitales no tanto para transformar como para auscultar la realidad que ellas encierran.

Mujer, casa y galería

Las cuestiones de género en el arte constituyen un tema espinoso por las sutilezas y contradicciones que lo caracterizan. Por un lado, hay entre las mujeres una conciencia clara de la discriminación que han sufrido históricamente en todos los campos del quehacer social y especialmente en el arte. Pocas mujeres son reportadas en las historias del arte universal, pocas mujeres son mencionadas a la hora de hablar del arte oaxaqueño; pocas mujeres son, en comparación con los hombres, las que pueblan los catálogos de artista o la programación de exposiciones en la ciudad de Oaxaca.

Sin embargo, prácticamente ninguna de ellas ha sufrido algún episodio concreto de rechazo por su condición de mujer a la hora de querer presentar su trabajo. Solamente Gloria Camiro reporta una situación en la que se le quiso condicionar la compra de una obra suya a una “salida nocturna”. Fuera de eso, parece bastante claro que los curadores no se detienen en el sexo del artista; no es algo que a priori les interese.

Ello nos lleva a cuestionarnos y preguntarnos si la desproporción visible entre artistas hombres y mujeres se deba a una gran diferenciación entre talentos y cualidades o, más bien, si se trata de una diferenciación en cuanto a oportunidades subjetivas y objetivas para dedicarse de lleno y plenamente al arte.

Miriam Ladrón de Guevara tuvo durante largos años su taller en la cocina; mientras la entrevistaba, Claudia Martínez, removía el guiso que estaba preparando con su mano derecha mientras con la izquierda sellaba su caja objeto. Selma Guisande menciona cómo la formaron para servir al hombre. Ana Santos ha tenido que sobreponerse a la presión familiar para dedicarse a su arte; Carmen Arvizu se retiró de la creación para ejercer de lleno durante dos años la crianza de su bebé recién nacido; Rowena Galavitz fue durante años conocida como “esposa del artista tal”.

Ahora, tras haber recorrido un camino en el que han tenido de una u otra forma que superar las diferentes dificultades, todas estas mujeres ya están completamente encaminadas en el mundo de la estética. Pareciera que los obstáculos para la mujer artista no están tanto en la esfera pública, profesional del arte, sino más bien en los espacios informales, familiares, domésticos. Las dificultades no se registran a la hora de querer exponer, sino en todo el proceso previo: el camino vital que la mujer ha de emprender hasta poder llegar con una obra acabada a la mampara de la galería. Educación familiar, responsabilidades maternales, expectativas sociales, ideales culturales, relaciones de pareja, constituyen los elementos objetivos que junto con la autocensura e inseguridad que ellos provocan, limitan o retrasan el normal desarrollo artístico de las mujeres, sobre todo en una sociedad todavía tan tradicional como la oaxaqueña.

Si toda artista tiene sexo determinado, el arte no debe por qué tenerlo. Las obras han logrado deshacerse de los tabúes de género y gozar así de mayor libertad. En este nivel se transita sin mayores problemas de la masculinidad a la feminidad. La obra de una mujer puede ser muy femenina o muy masculina, dependiendo del lado de su propia personalidad que ella misma haga aflorar. El arte, así, es liberador porque permite deshacerse de las convenciones culturales, liberarse de uno mismo y ampliar las fronteras de la vida.

Del empirismo a la academia.

La formación académica de las mujeres no responde a un solo patrón. De hecho, entre ellas, hay artistas autodidactas. Es el caso de la poblana Marcela Taboada, ganadora de varios premios internacionales de fotografía, iniciada en la magia de la óptica de la mano de su abuelo que tenía instalado en la azotea de la casa donde vivían un observatorio con telescopios desde donde miraban el universo. Es el caso también de Ann Miller que, desde antes de dedicarse a las artes visuales, regentea un próspero taller de joyería en vidrio soplado en su país de origen.

Aun así, por lo general, las artistas que cuentan con una sólida carrera universitaria en el campo de las artes son las mujeres foráneas y extranjeras. Las artistas locales han asegurado su formación artística aquí en Oaxaca, en el Taller Rufino Tamayo o en la Universidad Autónoma Benito Juárez, donde Gisela Sánchez fue la única de su generación que pudo culminar sus estudios. Muchas veces han complementado su formación con talleres impartidos en el IAGO, una de las instancias culturales independientes más importantes de la ciudad. Pocas veces han tenido posibilidad de salir debido a las dificultades económicas y a la escasez de programas de intercambio o residencias artísticas en el exterior.

Entre el mercado y el gobierno

Oaxaca, en el sur de México, no vive aislado del resto del país ni del mundo. Hay un movimiento humano y artístico intenso, abierto a influencias externas y deseoso, a su vez, de dejar su impronta estética, más allá de estampas coloridas.

Sin embargo, esta ebullición no encuentra eco en las políticas impulsadas desde el gobierno, que opta mejor por el desarrollo de “industrias culturales” donde el arte, el turismo, el folclor y, tal como lo sugiere Ivonne Kennedy, muchas veces también el poder, se entremezclan con resultados poco acertados.

En este sentido, en Oaxaca se carece de sólidos programas de apoyo y promoción para todas aquellas artistas que buscan la manera de salir de lo establecido y quieren aportar algo fuera del discurso estético dominante. La promoción del arte está prácticamente en manos de espacios independientes y privados que, a su vez, no pueden escapar de las imposiciones de un mercado muy cerrado en oportunidades y en sensibilidades. Roxana Acevedo sabe que si retratara rostros indígenas, sus fotografías se venderían sin mayores problemas; Ana Santos también es consciente de que si pintara mujeres con sandías seguramente le iría mejor.

Como afirma Gitte Daehlin el mercado debería adecuarse al artista y no el artista al mercado. No hay que priorizar la libertad del mercado en detrimento de la libertad estética: se corre el riesgo de que el quehacer verdaderamente creativo deje de existir, ¿Y después?