Transitando por los pliegues y las sombras
"Habría que pensar en un considerable número de
cuerpos que se mantienen refractarios a pactar
pacíficamente con los hábitos que el sistema
tecnologizado les propone, como son los cuerpos
marcados por políticas disidentes o recorridos por la
locura o sumidos en la extrema pobreza o representantes
del espacio psicorreligioso de los pueblos originarios."
Diamela Eltit, Sociedad Anónima
América Latina sigue siendo un lugar complejo para hablar desde el feminismo. La diversidad y particularidad histórica, social y étnica que caracterizan al territorio llevan a que el feminismo, aunque tributario del europeo y norteamericano, plantee matices propios que dificultan su encasillamiento en lecturas restringidas.
El movimiento Latinoamericano de mujeres, en su heterogeneidad, juega un papel de vital importancia dentro de las vicisitudes políticas que corre el continente a partir de la segunda mitad del siglo XX. Este recorrido se puede sintetizar brevemente -siguiendo a Jane Jaquette- en tres ejes: aquél feminismo con demandas similares a los países centrales, el movimiento de mujeres que se manifiesta activamente contra la dictadura y la violación de los derechos humanos y movimientos populares que transforman las estrategias de supervivencia en reclamos socio-políticos.
En el marco de un complejo proceso de luchas sociales y políticas, hacia finales de la década del '60 la región recibe la llamada "segunda ola" del feminismo europeo y norteamericano. Esta nueva etapa impacta en los países latinoamericanos con diferente intensidad.
En aquellos años, los movimientos estudiantiles, obreros, campesinos y étnicos formularon cuestiones que pusieron en tela de juicio los fundamentos de las desiguales sociedades latinoamericanas. En estos grupos, las mujeres participaron activamente con tal magnitud sin precedentes en el continente. Es entonces cuando las latinoamericanas comienzan a ocupar un espacio creciente dentro de las organizaciones sociales y políticas en sus más variadas expresiones: desde el control de los precios en los productos de consumo diario hasta la integración en organizaciones políticas que adoptaron la lucha armada.
Aunque no podemos dejar de reconocer que todos estos cambios se originan en tiempos de cuestionamiento general de las relaciones sociales, alcanzando inevitablemente a las relaciones genéricas.
A su vez no debemos olvidar que el feminismo de la "segunda ola" madura en Latinoamérica bajo severas crisis políticas y cruentas dictaduras. El ejemplo "clásico" son los países que integran el cono sur, allí el trabajo de las feministas se da en la clandestinidad durante los gobiernos de facto para luego resurgir con sus reclamos al llegar la democracia.
El trabajo de estos primeros grupos de los años '60 recibieron, las más de las veces, fuertes críticas de mujeres que priorizaban la participación política y social dentro de otros movimientos. Si bien muchas de aquellas que reprueban tenían intereses similares a las feministas, creyeron en las promesas de los partidos de la izquierda, los cuales auguraban alcanzar los cambios genéricos una vez realizada la revolución.
Mientras los reclamos se tornan urgentes, aquellos países que padecen gobiernos de facto sufren la sobredimensión de los valores patrióticos, el orden, la vigilancia y el disciplinamiento de los sujetos. Por su parte las mujeres viven el repliegue hacia el hogar con el fin de recuperar los roles de esposa y madre para lograr la "reconstrucción nacional". El más claro ejemplo es el Chile de Pinochet y los Centros de Madres dirigidos por Lucía Hiriart de Pinochet. En paralelo, las violaciones a los derechos humanos y la desaparición de familiares y amigos lleva al agrupamiento de mujeres que, sin tener intereses feministas en principio, reclaman la devolución con vida de aquellos desaparecidos.
Este breve panorama histórico es el marco en el que se inscribe el arte realizado por mujeres en Latinoamérica desde finales de los años '60 hasta la caída de las dictaduras del continente, hacia los años '80. Debemos preguntarnos entonces por el papel que juegan las artistas mujeres, su fuerte presencia que es a la vez una significativa ausencia.
Ante esta cuestión se plantean cuanto menos dos problemáticas. Una es de tipo discursivo y se relaciona con la escritura de la historia del arte del continente. Otra tiene que ver con la actividad de las artistas dentro del feminismo y cómo desde ese lugar realizan sus obras, siendo escuchadas sus voces o ignoradas. Atendiendo a la primer problemática debemos señalar que la construcción de la historia del arte en Latinoamérica ha estado determinada por la historia del arte europeo, juzgada con parámetros extranjeros carentes de análisis queabarquen las particularidades propias de cada región. A su vez, a esta tendencia hay que sumar el prisma de lo exótico, lo mágico y lo fantástico que deforma la visión de las producciones artísticas. Esta situación, que si bien manifiesta pequeños cambios en la década del '80, se mantiene hasta la década del '90 del siglo XX cuando al calor de los festejos oficiales del Quinto Centenario del "Descubrimiento" se levantan voces críticas de esta manera de ver y escribir el arte latinoamericano.
También se da entonces el interés de coleccionistas extranjeros y continentales por el arte de la región. Esto genera un alza en los mercados del arte latinoamericano y el desarrollo especulativo de prestigiosas colecciones privadas Podemos mencionar como ejemplo dos casos paradigmáticos: la colección Costantini en Buenos Aires y las inversiones en artistas locales que presenta la colección Jumex de México. Al comenzar a bucear en el "¿quiénes somos?" y "¿qué lugar debemos ocupar?" en una historia del arte y un circuito artístico determinado por el juego de centros de poder y periferias, por olvidos y silencios deliberados, por categorías que no concuerdan con los discursos plásticos; se desvelan fisuras en la construcción canónica de la historia del arte. La “amnesia” que sufren los historiadores del arte tanto del continente como del extranjero, determina ausencias y presencias. Éstas constituyen discursos que se dicen completos, aunque sean recortes, piezas de un engranaje en donde las figuras incómodas - negros, indios, mujeres, inmigrantes- desnaturalizan lo discursivo y le quitan neutralidad.
En relación a lo señalado y teniendo en cuenta la revisión desde parámetros propios del arte latinoamericano, es significativa la omisión de otras miradas integradoras de los sujetos excluidos del discurso canónico de la disciplina. Por tal motivo los ausentes son los de siempre y dentro de ellos se sitúan las mujeres artistas, cuya presencia es excepcional, a cuentagotas.
En cuanto a la segunda cuestión que señalo -la actividad de las artistas dentro del feminismo- si bien los grupos feministas latinoamericanos florecen a partir de la década del '60 como consecuencia del panorama internacional ya descripto brevemente, la presencia de artistas plásticas siempre fue minoritaria. Una gran porción de las que se preocuparon por los cambios sociales no actuaron dentro de los movimientos feministas de sus regiones ni desarrollaron un arte específicamente feminista, puesto que las urgencias de los procesos sociopolíticos de sus países eclipsan las temáticas de las obras plásticas. Como muestra podemos mencionar la obra de Diana Dowek, en Argentina, cuyo conocimiento y adhesión a las demandas del feminismo no se evidencia en sus trabajos de estos años; Helen Escobedo en México también refleja esto, o la misma Lygia Clark en Brasil cuyas preocupaciones se abocan a un sujeto no afectado por lo genérico.
Sumado a lo ya señalado, es significativa la carga peyorativa de la palabra feminismo. En referencia a esto Maris Bustamante señala la problemática con la que se encontró al querer organizar un grupo de artistas feministas en el México de los '70: "(...) en aquel tiempo todas las galerías y museos estaban manejados por hombres y muchas dijeron que tenían miedo de que hubiera represalias contra ellas y ya no tuvieran las mismas facilidades para exponer sus trabajos."
Estos motivos se mezclan con razones personales, como argumenta Mónica Mayer en relación a la formación del grupo del que habla Bustamante: "(...) muchas de ellas hubieran estado interesadas en formular un plan de acción, pero querían hacer un trabajo más personal, un poco más azaroso, si se quiere. Creo que la construcción de un grupo feminista como tal sí se parecía mucho a la construcciones de los grupos de los años setenta."
El presente ensayo tiene como objeto exponer la situación por la que atraviesan las artistas latinoamericanas tomando como caso de estudio a cuatro países: México, Brasil, Argentina y Chile. El marco cronológico se ubicará desde la recepción del feminismo de la segunda ola hasta la llegada de la democracia - en el caso de los países del cono sur- y toda la década del '80 inclusive, en México. La elección de estos países más allá de su participación en La Batalla de los Géneros y de la amplitud del presente trabajo, tiene que ver con la fuerza que cobra el feminismo y su recepción en el campo artístico. En cada uno de ellos la convergencia feminismo-campo artístico se dio de manera distinta y en tiempos diferentes, dentro del marco cronológico señalado.
Existen elementos distintivos entre México y los países del cono sur e inclusive dentro del mismo cono sur. En primer lugar es la cercanía geográfica de México y Estados Unidos lo que permite que varias artistas mexicanas pueden enterarse tempranamente de los reclamos de las artistas norteamericanas y sus acciones urbanas, a diferencia de lo que se da en Brasil, Chile y Argentina. En segundo lugar, las dictaduras por las que atraviesan los países del cono sur llevan a trabajos en clandestinidad y con fuertes críticas contra la censura y la libertad de expresión. Este hecho conduce al exilio y silenciamiento de muchas feministas hasta la llegada de la democracia, momento que marca la vuelta de artistas con noticias frescas sobre el papel del feminismo en el extranjero. Finalmente podemos señalar que, mientras en México el desarrollo de un arte de género se experimenta de forma constante desde las primeras exposiciones de arte feminista en 1977, y en Brasil y Chile la producción conceptual de mujeres -críticas a la dictadura- continúen; en
Argentina el panorama es desolador hasta la vuelta de la democracia.
Tanto en México como en Brasil, Argentina y Chile el feminismo y sus reivindicaciones en el campo del arte se da, aunque con distinta intensidad, desde la segunda ola. En los restantes países latinoamericanos estas reivindicaciones, ya sea desde la voz de las artistas o desde la crítica de arte, van apareciendo a finales de la década del ‘80 y durante los '90. En esta última década es cuando el arte de género impregna a todo el continente, hecho que permite que hasta hoy la producción artística sea significativa.