Las exposiciones de mujeres artistas
La Triple Jornada # 29, 2001
Todos los años es lo mismo. Apenas se acerca el 8 de marzo y me llueven invitaciones a participar en colectivas de mujeres artistas o de perdis a escribir sobre ellas. Es como si una vez al año tomásemos conciencia de que existimos y el resto del tiempo no nos interesa si tenemos algo específico que decir por pertenecer al mismo género.
Cada año nos reunimos en exposiciones de dudosa calidad y el resto del año ni siquiera se menciona que, por ser mujeres, nuestras condiciones de trabajo son peores que las de los hombres o que la doble jornada de las mujeres en nuestro caso se vuelve triple porque pocos artistas viven de su producción plástica. No se habla de que, aunque las mujeres somos mayoría en el país y en nuestro campo desde hace 30 años igual número de mujeres que de hombres estudia a nivel profesional, basta ver la lista de cualquier colectiva o bienal para ver que cuando mucho somos 25% de los invitados. No recordamos que hay más individuales de hombres o que los/as críticos/as le dedican nueve de cada 10 de sus textos a los artistas varones.
Lo cierto es que en México no nos hemos quemado las neuronas reflexionando sobre el trabajo artístico femenino. Y bueno, yo no sé para ustedes, pero para mí el arte va más allá de la producción de cuadros que adornen la pared. El arte es conocimiento. Es ese pequeño espacio que le arrebatamos a la realidad para combinar nuestras emociones e ideas personales con los de la sociedad, les agregamos imaginación y oficio, los enviamos a varios viajes de reacomodo al inconsciente y acabamos produciendo objetos, acciones o procesos que hablan de lo que somos en lo individual, como género y como seres humanos.
El arte, aunque puede ser divertido, es algo serio, especialmente para las que estamos en el negocio de cambiar las relaciones de poder. Nuestra lucha como tiene que ver con como nos percibimos y como se nos percibe. Podemos cambiar las leyes, pero si no transformamos las imágenes internas propias y ajenas que hacen que interactuemos bajo patrones sexistas, estamos amoladas. Y difícilmente tendremos éxito mientras la televisión, las publicaciones y el arte nos sigan bombardeando impunemente con imágenes en las que somos el sexo débil, el atractivo visual, la madre abnegada, cenicienta y otros modelos que ustedes bien conocen. Nuestro trabajo como artistas es detectar como funciona el sistema y desarticularlo. Crear imágenes que reflejen lo que somos y delineen lo que queremos ser.
Pero, en términos de las exposiciones de mujeres artistas, cada año nos hundimos más en el pantano. Se preguntarán cómo es posible que yo, que desde hace 25 años he organizando eventos de mujeres artistas me atrevo a decir semejante barbaridad. En momentos de desesperación hasta he llegado a pensar que tienen razón las artistas que se niegan a exponer con puras mujeres porque sienten que nos aislamos en un ghetto. Pero luego recapacito, porque creo que las buenas exposiciones de mujeres artistas son importantes por muchas razones: 1) Nos permiten una mayor visibilidad 2) Permite que analicemos el estado de esa cosa tan intangible llamada identidad 3) Nos ayudan a desempolvar el pasado lejano y el inmediato y 4) Permiten que el público se acerque a las problemáticas de la mitad de la humanidad. Pero el simple hecho de que sea una exposición de mujeres artistas no garantiza nada. Algunas incluso nos dañan. Por ejemplo, a estas alturas, presentar exposiciones de mujeres artistas completamente abierta, es tan absurdo como organizar un evento deportivo con aficionadas y profesionales de todos los deportes en una competencia sin reglas. Pero sucede.
El primer paso para evitar el hoyo sería analizar lo que han sido las exposiciones de mujeres artistas. El tema empezó a interesarme en los setentas, cuando estudiaba en San Carlos. Un buen día, una compañera presentó una conferencia sobre las mujeres artistas y, cual no sería mi sorpresa, cuando al final, mis compañeros varones afirmaron que jamás seríamos tan buenas artistas como ellos, porque la creatividad se nos agotaba con la maternidad. A pesar de que me pareció un comentario medio menso, me di cuenta que allá afuera me esperaba una realidad que era necesario cambiar si quería que mi trabajo y el de mis cuatas sirviera de algo. Estas cucharadas de realidad, el hecho de que en México se llevara a cabo el primer Año Internacional de la Mujer en 1975 y que estuviera agarrando fuerza nuestro movimiento feminista, hicieron que un grupo de chavas empezáramos a reunirnos para organizar exposiciones de mujeres artistas.
Quizá también empezamos a organizar estas exposiciones porque las que veíamos en el ámbito institucional dejaban mucho que desear. Por ejemplo, en 1975, en forma paralela al Año Internacional de la Mujer, el Museo de Arte Moderno organizó LA MUJER COMO CREADORA Y TEMA DEL ARTE. La mayor parte de los participantes fueron hombres. Hoy, la presencia de las mujeres artistas es tan fuerte que sería impensable organizar una exposición paralela a un evento internacional de mujeres invitando a casi puros hombres. Hasta ahí, la cosa va bien. Hemos avanzado, aunque en el imaginario colectivo las mujeres seguimos siendo sujeto y no objeto del arte. Basta ver los títulos de novelas de moda como La Viuda Basquiat de Jennifer Clement o La Novia de Matisse de Manuel Vicent, para darse cuenta que seguimos siendo consideradas musa más que protagonista.
Hasta donde yo sé, la primera exposición de arte feminista en México fue COLLAGE ÍNTIMO (Casa del Lago, 1977). Participamos Lucila Santiago, Rosalba Huerta y yo. Presentamos obra sobre de nuestra experiencia como mujeres, particularmente sobre la sexualidad, que era el tema que más nos interesaba en ese momento. Nos reunía la temática, el género, la edad, la amistad y el interés por evidenciar una postura política a través del arte.
En 1978 organizamos la MUESTRA COLECTIVA FEMINISTA en la Galería Contraste e invitamos a todas las feministas que quisieran participar. Pronto nos dimos cuenta que ser feminista no equivale a asumir un compromiso político en la obra. Esta, precisamente, es una de las fallas de las exposiciones cuya única línea curatorial es el género de las artistas: no garantizan calidad y ni siquiera una visión particular de la realidad. Acaban siendo tan borrosas como una exposición “de mexicanos” en México. En Vietnam podría funcionar una exposición de mexicanos para dar una visión general de algo desconocido, pero aquí no. Y yo, francamente, me niego a ser tratada como extranjera o como minoría en mi propio país.
La exposición que me cambió el panorama, fue la organizada en forma paralela al Primer Simposio Mexicano Centroamericano de Investigación sobre la Mujer por Alaíde Foppa, Raquel Tibol y Sylvia Pandolfi (Museo Carrillo Gil, 1977). Participaron cerca de 80 pintoras, escultoras, fotógrafas, grabadoras y tejedoras de primera. Para mí fue una sorpresa enterarme que había tantas colegas. En ese momento, esa exposición que abría brecha, fue un acierto. Repetir la receta es un error que yo misma cometí al organizar MUJERES ARTISTAS/ARTISTAS MUJERES (Museo de Bellas Artes de Toluca, 1984). No logré ir más allá y, aunque la experiencia me permitió conocer personalmente a un titipuchal de colegas, entre ellas a Fanny Rabel y Alice Rahon, como exposición no aportaba mucho. Quizá lo único novedoso fue incluir performance: uno espléndido de Maris Bustamante sobre las quinceañeras y otro sobre la genealogía femenina del grupo de arte feminista Bio-Arte.
Ha habido exposiciones divertidísimas. En 1984 el grupo de arte feminista Tlacuilas y Retrateras organizó un magno evento llamado LA FIESTA DE 15 AÑOS en San Carlos y, como parte del proyecto, hubo una exposición de obra hecha ex-profeso. El resultado fueron piezas muy cursis que pusieron de moda el kitsch en México y otras muy atrevidas, como la de Roselle Faure que era Virgen de Guadalupe desnuda, delineada con luz neón. Nahum B. Zenil, que fue padrino de la exposición, participó con un espléndido dibujo para que no dijeran que éramos sexistas a la inversa.
De entre las exposiciones independientes, dos que marcaron el inicio de una generación de artistas fueron DESÓRDENES DE LA VISIÓN (Sala Ollin Yoliztli, 1991) y LAS NUEVAS MAJAS (La Casona, 1993). La primera la curé yo y expusieron artistas muy jovencitas como Isabel Leñero, Estrella Carmona y Flor Minor. En la segunda María Guerra (1957-1999) invitó, entre otras, a Yolanda Gutiérrez, Lorena Wolffer, Sofía Taboas a mostrar la forma en la que esa generación, aparentemente tan alejada del feminismo, se acercaba a las temáticas femeninas.
Una exposición anual que me parece interesante es la organizada por el colectivo LA IRA DEL SILENCIO. A lo largo de los noventas he visto sus versiones en El Juglar y en el Circo Volador. Siempre incluyen obra de más de 80 mujeres artistas sobre temas como la violencia en contra de las mujeres. Aunque la calidad de la obra a veces es desigual, estas exposiciones me parece válidas porque su objetivo es estimular la reflexión sobre temáticas excluidas del arte. A lo largo de los años, la calidad y el compromiso de las participantes han ido mejorando. La última versión que vi se presentó hace unos cuantos meses en el Zócalo capitalino el día de la no violencia en contra de las mujeres, contexto dentro de la cual también fue un acierto.
En el Juglar también me tocó ver una exposición del grupo Coyolxauhqui Articulada en 1996. Participaban Lilia Valencia y Yan María Castro, entre otras. Se presentaban como el primer grupo de arte feminista en México, lo cual me pareció muy chistoso porque 13 años antes Maris Bustamante y yo ya habíamos formado Polvo de Gallina Negra y hubo varios otros. Pero si fueron el primer grupo lésbico feminista de artistas con el que me topo. Difícilmente podría culparlas por la desmemoria cuando esa, precisamente, es una de las principales causas por las que estamos empantanadas.
Las exposiciones de mujeres artistas también han sufrido un proceso de institucionalización. Algunos museos se han esmerado por hacer un trabajo profesional, como sucedió el Museo de San Carlos cuando Leonor Cortina lo dirigía. Recuerdo varias exposiciones de primera, como MUJER X MUJER (1989) exposición de fotógrafas contemporáneas o LAS DISCÍPULAS DE GERMÁN GEDOVIUS en 1990. Se caracterizaron por su calidad, claridad y buen sustento teórico e histórico. Ese mismo año, en la Academia de San Carlos se presentó LA PRESENCIA DE LA MUJER EN LA ACADEMIA, que mostró la participación femenina como tema y como creadora, rescatando estadísticas muy útiles del alumnado. el Museo de Arte Moderno presentó DIBUJO DE MUJERES CONTEMPORÁNEAS MEXICANAS y LÍNEAS DE VISIÓN. La primera mostraba la obra nacional y la segunda la de Estados Unidos. El diálogo resultó muy interesante.
Como si hubiera sido una epidemia, por esa época el Centro Cultural Arte Contemporáneo presentó LA MUJER EN MÉXICO. Al igual que 24 MUJERES EN EL ARTE CONTEMPORÁNEO MEXICANO (Seminario de Cultura Mexicano, 1994), además de presentarse en México, estas muestras viajaron al extranjero. Se había puesto de moda organizar exposiciones de mujeres artistas, incluso las pedían en el extranjero. Pero la falta de análisis los retachó a un modelo trasnochado. En ambas se presentaba trabajo de mujeres artistas a lo largo del siglo XX, juntando artistas de todas edades, trabajando en distintas disciplinas y temáticas. El resultado era muy vago.
Estos problemas se dan tanto en las exposiciones curadas por artistas independientes como en las organizadas por las instituciones. Pero, en el caso de éstas últimas, la bronca es grave porque tienen la obligación de presentar proyectos con curadurías sólidas que aporten algo. A estas alturas del partido, ya sabemos que hay un titipuchal de mujeres artistas y muy buenas, por lo que cualquier exposición institucional debería tener por lo menos otros dos ejes aparte del de género para plantear algo diferente.
Sin embargo este modelo ñoño se sigue repitiendo. 50 MUJERES EN LA PLÁSTICA MEXICANA (UAM 1996), MUJERES ARTISTAS (Centro Libanés, 1996), una horrenda colectiva de 100 artistas que organizó Museo Universitario de Ciencias y Artes (UNAM) e incluso la colectiva que organizó COMUARTE para la Cámara de Diputados y la Casa de la Cultura Jesús Reyes Heroles para el 8 de marzo del año pasado, ejemplifican este problema. Cuando son proyectos organizados por instituciones universitarias en las que existen estudios de género, arte e historia del arte, sólo la falta de interés en las cuestiones de género explica el retraso. Cuando las organizadoras son un colectivo feminista, la única explicación es el desconocimiento del medio artístico. En otras palabras, parece que las artistas feministas no hemos logrado construir un buen puente entre arte y feminismo.
Existe otro problema que he denominado el síndrome de “juntas y agarraditas de la mano”. Esto sucede cuando las instituciones que casi no invitan a mujeres artistas a exponer individualmente quieren taparle el ojo al macho organizando una colectiva de mujeres. En 1998, Bellas Artes presentó DIFERENCIAS REUNIDAS con la obra de 4 artistas y ese mismo año el Museo de Arte Moderno salió con la novedosa idea de presentar OCHO MUJERES EN EL ARTE HOY. Aunque la obra en ambas era buena, parecía que se habían empeñado en probar que las cuestiones de género son las últimas que les interesan a las artistas, por lo que realmente no tenía caso alguno haberlas reunido.
Como no soy socióloga, historiadora o teórica y ya se me acabó el espacio sin poder explicarme el porqué del vigor de aquellas primeras exposiciones independientes de mujeres artistas setenteras y ochenteras, del auge de las buenas exposiciones institucionales de mujeres artistas a principios de los noventas y el vergonzoso retroceso de finales de milenio, les suplico que si alguna de ustedes tiene idea de lo que está pasando, me mande un correo electrónico (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.) y me encantaría echarnos un cafecito para cotorrear.