Leonora Carrington con agua de Jamaica
- Por Angélica Abelleyra
Angélica Abelleyra, Leonora Carrington y Lucero Gonález. Foto de Emérico Chiqui Weisz, febrero de 1995.
Un estruendo llega de repente en medio de la plática. Es la música tipo discoteca desde el radio de un vocho rojo. Leonora Carrington se levanta del asiento en el saloncito del primer piso. Se asoma por el balcón:
—Usted, sí, usted. ¡Apague su música y además quite su carro de aquí, que es la entrada de mi casa! ¡Pendejo!
El adolescente pide disculpas y arranca, derrapando llantas. La pintora surrealista ríe. “Bueno, hemos arreglado un poquito el mundo”, dice, y acepta que Lucero González la retrate con la luz que le entra por los ojos.
“No. Con los surrealistas no tratábamos de reinventar el mundo. Era descubrir y dar una imagen de un mundo diferente. Pero eso ya lo habían hecho antes los románticos y mucho antes en la Edad Media. Sólo queríamos descubrir un mundo. De reinventarlo no hubiéramos sido capaces. Ahora que ¿cómo quisiera un mundo? Bueno, si alguien me pidiera que yo hiciera algo le diría enseguida que NO porque soy demasiado ignorante todavía”.
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Sólo accede a cuatro fotos, que finalmente serán cinco o seis. La preferida, junto a su gato Houdini, un siamés especialista en el arte del escapismo. Recomienda que las tomas se las hagan de frente o tres cuartos, porque su perfil no es bueno. Y como habla de las ambiciones, así de grande y general el asunto, ella aterriza diciendo que una de sus aspiraciones es aceptar y hasta querer su proceso de envejecimiento. Que le guste cada vez más su cara, una cara de 73 años. Es por eso que a Leonora le extraña que los esqueletos sean hoy el símbolo del horror. “El esqueleto es maravilloso. ¿Qué tal si no lo tuviéramos? Recuerdo con cierto gusto que una vez en Nueva York estaba en un hotel con puerta giratoria y vi enfrente de mí a una vieja. ¡Qué vieja más triste!, dije, y era mi propia cara. Una cara triste, una cara trágica, pero con la que me sentía bien”.
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Estrictamente podemos decir que “la entrevista” con Leonora Carrington fue un fracaso, o casi un fracaso. Porque a pesar de que no respondió ninguna de las 19 preguntas sobre su vida y obra que le planteamos, por ahí se deslizaron algunos cuestionamientos. Como buena surrealista, nos rompió el esquema y la sesión de pregunta/respuesta se convirtió en un encuentro a tres voces, con agua de Jamaica, un gato escapista y una muñeca negra con cara de chango que la pintora bautizó como “La Virgen de la Selva”.
Los temas: las mujeres y los mitos que las sujetan desde hace siglos; Lilith y María Magdalena como figuras míticas que admira Carrington por lo que representan de rebeldía e inconformidad: el cosmos; los animales que para Leonora son “los verdaderos ángeles de esta tierra” y ejemplo de “tolerancia mutua”. El “cabrón trabajo” que hubo de enfrentar ante el grupo surrealista para salir adelante, junto con sus colegas Alice Rahon y Remedios Varo, la trilogía de pintoras que vivió en México y aquí desarrolló una obra artística prolífica y singular. De las tres queda su pintura y (menos) escritura, pero sólo Leonora vive, son su acento inglés que le acompaña desde hace 50 años que adoptó a México como país propio.
Fuma, pero le preocupa sobre manera la baja calidad de salud de nuestro ambiente. No quiere preguntas personales ni sobre su producción artística plasmada ya en libros, y sin embargo se emociona en grande y habla cuando del trabajo de mujeres se trata, sean filósofas y sicólogas en Alemania o París, prostitutas en Tijuana o artesanas de la Mixteca.
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—Me gusta hablar sólo si veo alguna utilidad, me comprenden ¿verdad?, dice a manera de justificación. Hablemos mejor del trabajo de las mujeres. A Frida Kahlo y a Remedios Varo ya se les reconoce pero hay muchas mujeres que todavía ¡están escondidas! De esto es lo que me interesa hablar porque soy mujer y me siento parte de esta cultura que hay que examinar. ¿Por qué no nos dejan hablar a las mujeres? Y esto vale en todos los niveles y áreas en que una cultura paternalista tiene miedo a que digamos realmente lo que pensamos.
“Creo que cada persona debe hacer un esfuerzo, empezando dentro de sí misma para re cuestionarse, por ejemplo, sobre los mitos. Hay un libro muy interesante que todavía no sale en español: Women who run with the wolves (myths and stories of the wild woman archetype), de Clarissa Pinkola Estés (2), que habla de los mitos de las mujeres: o mala o débil o santa (iba a decir oscuramente útil, pero es mejor santa). Es buenísimo porque toca muchas cosas de manera sencilla, toca muchos mitos. Y hay que rescatar los mitos, empezando por la Biblia. No hay mitos en favor de la mujer, desde la Babilonia antigua.
—¡A ver, mencióneme un mito relacionado con la mujer!, pregunta Carrington. “Lilith”, responde Lucero González, que se mantiene alerta para las fotos y participa de manera intensa durante la charla, emocionada.
—Lilith me gusta, indica la pintora. Siempre es presentada como demoníaca. Rescatar a Lilith sería importante porque vivimos una tradición de que sea el personaje escondido y que en su momento fue rebelde e hizo una crítica.
—Leonora, ¿se identifica con ese carácter crítico y rebelde de Lilith?
—Desgraciadamente no me parezco a ella. Pero a veces uno tiene fuerza por la voz de las otras. Por eso hablo de la cultura de las mujeres. de la voz, la imagen o el sonido de las demás, en mí. Además de ñas imágenes está la fuerza subterránea que uno ni conoce. Porque nuestra conciencia es muy chiquita, la conciencia del llamado ego es muy chiquita dentro de un espacio infinito en que se dan los hechos superatómicos. Esa fuerza subterránea creo que se puede lograr nada más en la vejez. Este estar consciente de todas las condiciones externas que te quitan las fuerzas (el ambiente agresivo contra la mujer que ya encontró su voz) y a veces la voz interna, el enemigo interior del que habla Clarissa Pinkola y que en las propias mujeres no nos deja avanzar.
—Como mujer en el grupo surrealista ¿cómo enfrentó ese ambiente con los varones?
—Con mucho cabrón trabajo. (Ríe). ¿De qué otra manera lo puedo decir? Era sobre todo con el trabajo de no mentir a uno mismo para tener un poco más de paz. De no aceptar chistes desagradables sobre las mujeres y n aceptar los paternalismos ni que te dijeran mejor ocúpate de tejer o de cuidar a tus hijitos, n que te dieran palmaditas en la cabeza como diciendo: ¡Qué bien mi chula!.
“Sí, esto lo platicábamos Remedios y yo, con Alice menos porque nos veíamos poco y con Frida aún menos porque estaba enferma. Más bien era con Remedios que hablábamos y veíamos que no podíamos dejarnos ganar por nuestro enemigo interior y era una lucha interna para salir adelante, era el put down voice.
“En mi juventud no estábamos conscientes mentalmente de esto. Era una sensación de injusticia. Recuerdo uno de los primeros libros que leí de un historiador inglés, Robert Graves, La diosa blanca que fue para mí como una revelación. Pero lo otro fue una sensación de injusticia, no una conciencia. También teníamos una especie de indignación porque no nos permitían hacer muchas cosas que a los niños sí les permitían. Interiormente hay una especie de centro escondido que se pone furioso y a los hombres les da mucho miedo esta furia que se sabe expresar. Esta furia yo la he expresado en la manera que me ha sido posible, dentro de mis límites, en la pintura y en la poca cosa que he escrito.
—¿Esta confluencia de mundos fantásticos y seres mágicos era reflejo de esa rebeldía?
—Eso no lo puedo decir porque está hablando de mi lado escondido, irracional. Esto sale como salen los sueños. Y usted sabe que es muy difícil comprender un sueño aunque usted misma lo soñó.
—¿Pero le ha interesado explicarse las obras, descifrarlas?
—A veces la explicación racional cae en tantas limitaciones e ignorancia de uno mismo que es como cortar. Hay que esperar a que venga una inspiración, que uno dice: ¡Ah! Comprendí un poquito. Pero no me siento capaz de dar esta explicación racional. Por ejemplo, hay muchas imágenes que yo no puedo poner en palabras. Ahí están, para verse nada más. Para mí lo importante es que la imagen aparezca. Después se podrá decir que es una tontería, que es buena o mala. Pero ahí está la pintura.
—Usted ha estado conectada con el cosmos. Siempre aparece.
—Es que todo es cosmos. Yo tengo pensamientos cósmicos y usted también, respondí una vez a alguien que me hizo la misma pregunta. Si usted ha visto una caca de perro en una calle, también es cósmica. Hacer así (Leonora mueve cada uno de los dedos de su mano izquierda como en cascada) es muy misterioso.
—¿La vida es misteriosa?
—Mucho. La vida es misteriosa, maravillosa, terrible y terrorífica.
—Los astros, ¿le ha interesado estudiarlos?
—Me interesan mucho pero no los he estudiado porque soy muy mala para las matemáticas. Conozco sin embargo a mujeres que son maravillosas y saben mucho de los astros.
—En su obra son personajes centrales los elementos: agua, aire, tierra, fuego ¿Cuál es su preferido?
—No existe un elemento si no está el otro. Le digo el fuego y qué hago sin el aire o el agua. --¿Y con cuál se identifica? --Con ninguno. Ahora lo que me siento es más vieja y cada día que me despierto estoy contenta pero al mismo tiempo me extraño de estar viva y amanecer otra vez. En general me siento bien.
—¿Sigue pintando?
—En este momento, no. Pero dibujo y hago bocetos y costuras.
—Mirando la propia vida, si ve a la Leonora de los años pasados ¿qué le hubiera recomendado?
—Estar más despierta por dentro y por fuera. Porque todas las tonterías e imbecilidades las sigo cometiendo, no de la misma manera, pero las continúo. He pasado gran parte de mi vida inconsciente, dormida, sin darme cuenta de lo que sucede.
—¿Qué le gusta más de México?
—Es una pregunta difícil de responder. Llegué a México en los años cuarenta y ahora estamos en el 93. En todo este tiempo México ha sido mi hogar y preguntarme lo que me gusta o no es como responder lo que nos gusta y no de nuestra casa. Lo quiero mucho y a veces quererlo tanto me duele.
—Gunther Gerzso comentaba en una entrevista que los primeros momentos en México fueron muy difíciles para los surrealistas. Cuéntenos.
—Eran difíciles porque nosotros habíamos vivido en Europa las guerras, la persecución y escapábamos siempre. En México fuimos recibidos maravillosamente. Éramos parte del grupo surrealista del que Hitler había quemado libros porque, según él, agredían. Mientras, los artistas mexicanos nos recibieron muy bien porque había un ambiente abierto extraordinario.
* Pausa. Leonora Carrington se levanta de su silla acojinada. Invita un café que después convertiría, mejor, en agua de Jamaica.
Antes de bajar a la cocina hacemos una escala en su estudio en el que su gato siamés espera a los posibles colibríes que acuden a beber agua en el patiecito contiguo al lugar de trabajo de la pintora.
Junto a la cama, una mesa pequeña sostiene una costura en que Carrington borda una figura con pies y manos entrelazadas. Ya, en su estudio, nos enseña una muñeca negra con cara de chango que bautiza en el instante como “La Virgen de la Selva”. Es muestra de su oficio para bordar que aprendió en la escuela de monjas en Inglaterra. La muñeca de trapo tiene en la frente un tercer ojo que es un pequeño espejo por el que uno ve su propia córnea. Dice que se inspiró en la acción “impactante” de un negro neoyorquino que asustaba a la gente en Manhattan al anteponerles en la cara un espejo y mostrarles sus propios rostros.
Recoge alguna ropa puesta al sol en el patio y bajamos a la cocina en la planta baja. Houdini se apropia de la mesa. Ronronea. En lugar de café preparamos agua de Jamaica.
Ella misma se levanta para traer los vasos. “Yo me sirvo. No me gusta que nadie me sirva”, explica cuando dice que sus hijos varones saben coser y cocinar.
Feminista, el tema de la mujer vuelve a la charla. Se interesa en el trabajo de apoyo que algunos grupos hacen con mujeres: lo mismo campesinas que manejan una radio en Coatepec, que en artesanas tejedoras zapotecas, que prostitutas de extracción humilde en Tijuana que están recibiendo pláticas y talleres sobre salud y prevención del sida.
Especial énfasis pone Leonora en la necesaria información sexual que requieren las mujeres para la contracepción. “Porque este es mi cuerpo y puedo decir si quiero un hijo o no, si quiero un hombre, o no”, subraya.
Se emociona de manera particular con el caso que relata Lucero González y que experimentó en su labor como socióloga: en Tijuana hay un grupo llamado María Magdalena, Vanguardia de Mujeres Libres.
—Me gusta María Magdalena, responde Carrington. Es un personaje que siempre me gustó.
¿Monjas? No. Prostitutas campesinas, nada sofisticado, cuya clientela es de los mojados que tratan de cruzar hacia Estados Unidos. Piden apoyo a grupos feministas para acudir a talleres de salud y prevención del sida y para no depender del médico y del control sanitario, a veces muy discriminatorio.
“Ese trabajo está muy bien. Me da gusto que las mujeres estemos haciendo algo”, finaliza Carrington, la pintora surrealista que se identificaba de joven con los caballos y que admira a los animales por sobre todo porque “son los verdaderos ángeles de esta tierra. Son ejemplo de tolerancia mutua”.
“¿Que cómo me siento ahora? A duras penas trato de reconciliarme con que soy humana. Que soy de la misma clase del que hizo la bomba atómica, del que mató a miles de judíos en Europa, del que estropea la tierra y mata estúpidamente la selva. Y eso no es fácil asimilarlo”.
*
Se acaba el agua de Jamaica. Leonora Carrington proseguirá su costura junto a los colibríes.
1. Entrevista publicada en La Jornada, suplemento del 9º. Aniversario, 22 de septiembre de 1993.
2. Mujeres que corren con los lobos, se editó originalmente en inglés en 1992 y su versión al español salió en 1998. A la fecha ha sido traducido a 18 idiomas y recibió el Premio de Honor Abby de la ABA, el premio Topa Hand de la Colorado Author’s League y el premio Gradiva de la National Association for the Advancement of Psychoanalysis.